Opinión

Attolini y el atole con el dedo (Una historia de amagos y traiciones…)

Amplia gama de grises

Por: José Luis Álvarez Hidalgo

La imagen del traidor siempre ha sido funesta. Cargada, cargada de un estigma terrible, el que es tachado de traidor es condenado al último nivel de la escala moral. Entonces hay dos posibilidades: el que es acusado como tal asume la culpa del antihéroe trágico y se cuelga de la rama de un huizache presa del atroz arrepentimiento (la eterna imagen que le da sentido a la religión judeocristiana) o, por el contrario, el llamado traidor no se asume como tal y se defiende como gato boca arriba con argumentos retóricos muy cercanos al cinismo y termina restregándonos en la cara: háganle como quieran, yo hice lo correcto, así lo decidí y así será.

Esta última alternativa es la que asumió el ex líder del #YoSoy132, Antonio Attolini al defenderse de los ataques de los que ha sido objeto en las redes sociales por el hecho de haber aceptado formar parte de la estructura del emporio Televisa al ser el flamante conductor de un programa de debate denominado “Sin filtro” en Foro Tv del canal 4. ¿Por qué el líder más avezado en la esgrima verbal y uno de los más enfocados por los reflectores mediáticos decide investirse con el trágico papel del Judas Iscariote y cargar con esa cruz de ahora en adelante?

Las razones que él mismo arguye en su defensa son vagas y ambiguas. En recientes declaraciones señala que en la lucha por la democratización de los medios de comunicación se vislumbran sólo dos caminos: crear las condiciones para que una auténtica competencia genere diversas alternativas mediáticas que propicien la pluralidad y la democracia en este campo; ante la imposibilidad de la primera, la otra opción consiste en lograr infiltrarse en la estructura de los medios existentes y desde allí aprovechar el espacio obtenido para ejercer la crítica al sistema e incidir en la democratización de los medios desde adentro. Attolini eligió esta alternativa y desde esa plataforma argumental pretende justificar lo injustificable.

Con esa retórica insulsa, Attolini nos quiere dar atole con el dedo. Recurre al viejo truco de que si no puedes con ellos, úneteles. Es el argumento complaciente de quien encuentra la posibilidad de ganarse la vida plácidamente (se habla de varios millones de por medio) sin menoscabo de sus principios de lucha, ya que éstos van a permanecer intactos, según sus propias palabras. Lo anterior resulta un contrasentido y un insulto a la inteligencia; al dejarse engullir por el monstruo sin ofrecer la mínima resistencia se le otorga a la institución cooptadora lo más sagrado: la propia independencia de criterio y el espíritu crítico se adelgaza de tal manera que termina por romperse. No hay salvación, en las entrañas del monstruo no se puede ser libre.

Lo anterior me recuerda la última película que vi en la pantalla mediática y que lleva por título El conjuro de los traidores (no se la pierda está de agasajo); me refiero, ni más ni menos, a la reciente invitación a charlar y a degustar finos manjares que el nuevo Presidente electo espurio, Enrique Peña Nieto, hizo a los seis gobernadores perredistas (un par de ellos en funciones, los demás electos) para iniciar “una relación institucional”, y lo que no se imagina amable lector ¡todos asistieron!

Los perredistas adujeron que asistieron a dicha invitación sólo para “fomentar una relación institucional”, lo cual representa ser un taimado eufemismo que entierra de una vez por todas la lucha democrática que se realizó para vencer al régimen en las pasadas elecciones y con su presencia legitiman la Presidencia del espurio producto de un nuevo fraude laboral. Y ya no hablemos de la supuesta solidaridad que deberían tener con López Obrador. ¡Qué vergüenza me dan estos perredistas “dialoguistas” que en aras de una supuesta “institucionalidad” son capaces de aliarse con el mismo diablo!

Antonio Attolini, los gobernadores perredistas, Rosario Robles, Víctor Círigo, Vicente Fox, Manuel Espino y toda una pléyade de entreguistas seguirán dando traspiés mientras logren mantener su estatus privilegiado, su espacio de confort y se olviden de los nobles ideales que algún día juraron defender. Hasta que les llegaron al precio…

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