Autonomía universitaria ¿neoliberal?
La autonomía permite que las comunidades universitarias gocen de autogobierno, decidan sus propios proyectos y otorguen títulos o certificados, sin subordinarse a otros ministerios. En México la autonomía universitaria se estableció desde 1929, cuando la Universidad Nacional de México, pasó a ser UNAM.
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
El 24 de febrero, día de nuestra bandera nacional, celebramos también a la autonomía universitaria. Se trata ésta de un principio que surgió desde el Medioevo y se fue consolidando, por la necesidad de distinguir entre revelación y razón, entre teología, filosofía y ciencia.
La autonomía universitaria recibió un fuerte impulso con los enciclopedistas del SXVIII, inspiradores de la Revolución Francesa y los movimientos independentistas de América. En México, además, con la Reforma, se fortaleció el carácter laico de nuestras universidades públicas.
La autonomía es condición indispensable del pensamiento crítico y la libre construcción científica en todos los ámbitos. Con ella se pretende evitar los jaloneos de las luchas por el poder económico, político o religioso.
La autonomía permite que las comunidades universitarias gocen de autogobierno, decidan sus propios proyectos y otorguen títulos o certificados, sin subordinarse a otros ministerios.
En México la autonomía universitaria se estableció desde 1929, cuando la Universidad Nacional de México, pasó a ser UNAM; luego, desde 1979, la autonomía se consagró en nuestra Carta Magna, para todas las universidades públicas.
Sostener la autonomía universitaria requiere de soberanía financiera. Esto implica que el Estado garantice a las universidades públicas la asignación de un presupuesto suficiente (y creciente) para poder realizar cabalmente sus tareas sustantivas.
Más allá de los discursos protocolarios que ponderan dicho principio, urge reconocer que el dominio neoliberal, no sólo destruye la autonomía universitaria, sino está provocando un peligroso epistemicidio (asesinato del pensamiento crítico).
Edgard Lander (académico venezolano) deja esto muy claro en su estupendo libro “Crisis civilizatoria y geopolítica del saber” (Universidad de la Tierra-CIDECI, Las Casas, A.C.). El Consenso de Washington impuso globalmente (sobre todo en el “Tercer Mundo”), un modelo homogeneizador, que somete a las universidades a criterios mercantiles, negando y desprestigiando a las epistemologías alternativas. Los estudios o acciones “no redituables financieramente”, no tienen cabida en las universidades o son condenados a la inanición. Así, las terribles desigualdades sociales se reproducen en su interior.
Cuando se impone la división internacional (neoliberal) del trabajo y se prohíbe (por falta de recursos) el desarrollo del pensamiento alternativo; cuando la ciencia se privatiza y mercantiliza, e impone su control o condicionamiento sobre la transferencia de recursos, el otorgamiento de patentes, de evaluaciones, de certificaciones o programas de estímulos, se comete epistemicidio (asesinato del pensamiento). El “Cerebro gris” de nuestra sociedad pierde capacidad de diseño y creatividad, cuando se reduce a maquilar franquicias extranjeras, y todos perdemos soberanía.
Cuando la investigación sirve al mejor postor, ya no importa la búsqueda de la Verdad ni el esfuerzo por comprender y afrontar los más graves problemas sociales. Cuando la docencia se reduce a capacitar para las ventas o la administración de la riqueza de otros, y cuando la extensión se reduce al asistencialismo, nuestro pueblo pierde autoestima y fortaleza identitaria y se vuelve inútil y perezoso.
A diferencia del desarrollo que presumen los tecnócratas neoliberales (y nuestros gobernantes), vivimos una trágica ignorancia. Proliferan las teorías chatarra que justifican la acumulación por despojo (saqueo legal de nuestra riqueza nacional), y todos nos contagiamos de graves enfermedades anímicas: soledad, incomunicación, obesidad y raquitismo informáticos, bulimia y anorexia epistémicas y culturales.
Celebrar la autonomía universitaria exige recuperar la invitación de Emanuel Kant (“Qué es la ilustración”) a abandonar la minoría de edad: “La ilustración es la liberación del hombre de su culpable incapacidad (…), de su imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro (…). La pereza y la cobardía son causa de que una tan gran parte de los hombres continúe a gusto en su estado de pupilo, y de que se haga tan fácil para otros erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo no estar emancipado!…”
Los académicos universitarios tienen la enorme responsabilidad de fortalecer la libertad de pensamiento crítico y creativo; frenar y expulsar al neoliberalismo de los espacios educativos y evitar que la pereza y la cobardía epistémicas nos arrastren a todos.
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