Opinión

Avance democrático y tentación autoritaria: notas reflexivas para la discusión

Gabriel A. Corral Velázquez / Académico Facultad de Ciencias Políticas y Sociales

PARA DESTACAR: Urge reconstruir el tejido universitario, reconstruir los espacios de colectivización del conocimiento; es preciso que se reconozcan los procesos institucionales. Educar en la verdad y en el honor no es una tarea fácil, implica retos y uno de esos retos es preservar la universalidad, la pluralidad del pensamiento y el respeto a la decisión colectiva.

En el próximo mes de julio se cumplirán veinte años de la primera elección que organizó el Instituto Federal Electoral, ciudadanizado, bajo la presidencia de José Woldemberg. Un avance en materia democrática sin precedentes en la historia reciente de México y, sin lugar a duda, la esperanza de que el país transitaría hacia la consolidación democrática en los siguientes años.

La certeza que ofrecía, en ese momento, un organismo legitimado por la ciudadanía y a los propios partidos políticos permitía promover el voto y motivar a los más escépticos, arraigados en la cultura de la sospecha y del fraude, a presentarse a las mesas electorales.

Mi generación, esa que nació en la última etapa de los gobiernos herederos de la Revolución y que se desarrolló políticamente en la época de las reformas neoliberales, ha visto cómo ha caído esa esperanza en la democracia al grado de convertirse en el dogma al que todo mundo recurre pero que en certeza nadie sabe qué significa.

El avance democrático en los últimos años ha venido en retroceso y la fiesta de la democracia, como se le llama a los días de elección, no son más que un requisito para establecer o formar gobiernos. En definitiva, la democracia, esa que solucionaría los problemas políticos de nuestro país, la que nos maduraría como sociedad, ha quedado a deber en muchos aspectos.

Esto debido a que los ciudadanos hemos sido incapaces de sacudir los lastres que venimos arrastrando producto de una cultura política vertical y autoritaria. Somos incapaces de entender que antes de que un proceso electoral consolide un régimen democrático, los propios ciudadanos debemos reconocer la otredad, que somos diversos, pensamos distinto y eso, es constitutivo de la democracia. Tenemos que afrontar nuestras diferencias y la democracia, desde esta perspectiva, es justo la suma de ellas.

Ese lastre es lo que yo llamo ‘tentación autoritaria’. El simple hecho de no reconocer las diferencias, del miedo al disenso ha hecho que el esperanzador avance democrático que veíamos en 1997 esté “durmiendo el sueño de los justos”. Los ejemplos son diversos y variados.

Lo vemos aquí en nuestro espacio universitario, la casa de la diversidad y universalidad de pensamiento, padece en su entorno el desmembramiento de su colectivo. El desconocimiento de sus organismos sindicales, la invisibilidad de voces disidentes y la imposición de un pensamiento único han traído como consecuencia la fragmentación y la polarización que padecemos. Lejos de ser el espacio natural para el debate de las ideas reconociendo, a partir de los argumentos, que somos plurales, la ‘tentación autoritaria’ sienta sus reales y nos ha vuelto pensadores mecanicistas.

Romper con una inercia que lleva algunos años en nuestra Universidad, se antoja como una tarea harto difícil. Se requiere de mucha voluntad, pero por sobre todas las cosas, de reconocer que no existe pensamiento único que perdure, que ha costado años avanzar democráticamente y que, al menos, en el espacio universitario la pluralidad y el disenso son fundamentales en la construcción del conocimiento. Pensar de manera divergente nos hace libres, algo fundamental en el pensamiento democrático.

Urge reconstruir el tejido universitario, reconstruir los espacios de colectivización del conocimiento, de deliberación y para ello es preciso que se reconozcan los procesos institucionales.

El SUPAUAQ y el STEUAQ han sido pioneros en la lucha sindical queretana desde su fundación en 1974. Son los espacios de representación colectiva los que nos constituyen y articulan como trabajadores universitarios y, como tales, merecen ser respetados en virtud de la importancia que tienen en los espacios de deliberación de nuestra Universidad.

Educar en la verdad y en el honor no es una tarea fácil, implica retos y uno de esos retos es preservar la universalidad, la pluralidad del pensamiento y el respeto a la decisión colectiva. En definitiva, una Universidad que se deja llevar por la tentación autoritaria, da la espalda al disenso, a la pluralidad y elimina la representación de sus trabajadores académicos y administrativos está condenada al fracaso.

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