Ayotzinapa, píntalo de negro
Tigres de papel
Por: José Luis Álvarez Hidalgo
“Podían haberlos detenido. Podían haberlos consignado. Podían haberlos juzgado.
Pero no tenían por qué haberlos asesinado”
Gilberto Rincón Gallardo
Es el pasaje más oscuro de la historia política reciente de México, el más inhumano, doloroso y vergonzoso que hemos padecido en muchos años. A esta desaparición y probable ejecución de 43 estudiantes de normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, tendríamos que agregar miles de muertos más, asesinatos en masa que hacen de la barbarie el signo ominoso de nuestros días, y para citarlas basta una palabra clave que las identifica inmediatamente en el idioma de la muerte impreso con fuego en el alma colectiva de los pueblos: Revolución Mexicana, Guerra Cristera, Tlatelolco, Jueves de Corpus, Aguas Blancas, Acteal, San Fernando, Tlatlaya y ahora habría que añadir con letras de sangre: AYOTZINAPA.
De ahora en adelante ya no seremos los mismos: La infame y cobarde matanza de 49 jóvenes inocentes muestra las fauces de un poder que ya conocíamos, pero del que no alcanzamos a apreciar su verdadera magnitud. Son capaces de todo y mucho más. Este crimen de lesa humanidad es el ejemplo más cruel del vacío de poder real y de la complicidad infame de la clase política gobernante con las fuerzas más siniestras del crimen organizado. ¿En manos de quién estamos? ¿De qué manera vamos a tener que organizarnos como sociedad civil, como pueblo de México, para luchar en un sólo frente contra los más oscuros poderes que pretenden exterminarnos como pueblo trabajador?
Porque esa es la otra: las baterías del exterminio van dirigidas contra la clase trabajadora, campesina, obrera y miserable del México profundo. En contra de los indios morenos pata rajada que se atreven a luchar por su emancipación. Los poderosos y dueños del gran capital son intocables, impunes, ejecutores. Son los que toleran y propician la barbarie de Ayotzinapa, son aquellos que fomentan el odio criminal contra los normalistas a quienes los estigmatizan de agresivos, violentos, guerrilleros y una sarta de epítetos con los cuales pretenden justificar el repudio hacia quienes consideran resentidos sociales y enemigos públicos.
De lo se trata en realidad es de desaparecer al maestro rural en nuestro país como concepto de luchador social y desaparecer estos centros educativos formadores de generaciones de jóvenes profesores que han dado muestras de educar para la libertad, de una beligerancia a prueba de todo y una formación política de índole socialista que han cultivado con esmero durante años. De la Escuela Rural de Ayotzinapa, Guerrero, egresaron los guerrilleros del Partido de los Pobres, Lucio Cabañas y Genaro Vázquez durante la cruenta década de los años 70 y que se conoció como la “guerra sucia”.
Lo peor de todo es la condena postrera de muchos sectores de la población en contra de los estudiantes de Ayotzinapa, se narran crónicas en las cuales se dice que un tipejo que hace de médico en una clínica de Iguala se negó a atender a un joven malherido y cuando se le inquirió respecto a los 43 desaparecidos, sólo se limitó a responder: “Así es como van a terminar todos los ayotzinapos. Una muestra fiel del racismo devastador que prevalece en la nación entera y del que los estudiantes de esta escuela rural son ahora los destinatarios predilectos del régimen y de los pequeños burgueses que todavía pululan por doquier.
Una nota reciente escrita por Laura Poy en el periódico La Jornada da cuenta del profundo compromiso de servicio a la comunidad de estos profesores rurales y su entrega para sacar del atraso a niños y jóvenes que viven en las comunidades más pobres del país. Estas casas de estudio son incómodas para el régimen de ultraderecha que nos gobierna y de allí esta última ofensiva en su contra como el gran pretexto para acabar con este “semillero de guerrilleros y comunistas” según reza la propaganda neoliberal. Omar García, estudiante de Ayotzinapa, lo dice con toda claridad: “Es la lucha de clases”. Y sí, estamos padeciendo uno de los episodios más violentos de esta interminable lucha clasista que se reproduce en todos los espacios y en todas sus formas. Sólo que la batalla es desigual: los poderosos que están de un lado y los jodidos que están del otro, tienen capacidades muy disímbolas en esta guerra sin cuartel.
“Qué pudridero hemos hecho de este país”, expresa el columnista Jorge Moch, y creemos lo mismo. Sólo nos resta la eterna exigencia de justicia y que sean devueltos con vida los 43 jóvenes secuestrados. El grito es unánime: “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!
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