El regreso del dedazo

El dedazo fue un clásico de la vieja cultura priista, una regla que definió la suerte de sexenios completos como resultado de la voluntad del presidente en turno. Más allá del orden legal, los estatutos partidistas o las dinámicas de los grupos políticos, el presidente designaba a su sucesor y con ello sellaba el destino del país. El presidente heredaba su cargo, nombraba a su favorito y destapaba al hombre fuerte que conduciría a la nación y daría continuidad al sistema.
Creímos que la alternancia traería nuevas formas y prácticas democráticas que superaran las viejas expresiones de autoritarismo; pero el presidente además de ser un nostálgico del priismo del siglo XX, trata de asegurar, a través de su sucesora, presencia y control más allá de su sexenio. Lo que los morenistas festejaban como una la fiesta de la unidad, fue en realidad no más que un montaje.
La decisión del presidente se impone sobre la vida interna del partido, la competencia plural de sus militantes, y sobre toda noción de avance político y democrático. Disfrazada de competencia que se resolverá con una encuesta, este proceso en realidad no es más que la hoja de ruta que el presidente le marca a su sucesora, definiendo además quien ocupará los puestos clave en el próximo gobierno.
Al viejo estilo de los presidentes priistas, López Obrador ha elegido a quien no sólo dará continuidad a su proyecto, sino a través de quien estará presente en las decisiones de gobierno como un tlatoani transexenal o un padrino omnipresente. El evento de Morena donde se definieron reglas y se tomaron acuerdos aparentemente de partido, no fue más que una simulación para aparentar que habrá competencia, cuando en realidad el único y gran elector es el presidente.
El evento confirmó también la disposición de la cuarta transformación para violar la ley electoral con actos anticipados de campaña y con el derroche de recursos sin trasparentar su origen. Muestra la disciplinada aceptación del partido de las disposiciones presidenciales que incluyen prácticas y directrices que anulan el debate, la libertad de expresión, y cargan los dados a favor de Claudia Sheinbaum, la favorita de AMLO.
Lejos de que el país hubiera avanzado en este sexenio hacia procesos democráticos de elección de candidatos, las viejas formas se reeditan en favor de un eventual Maximato. Volvemos al país de un sólo hombre, donde se prescinde de las instituciones, pues estas son sustituidas por la palabra de un presidente inefable que lo define y controla todo. Morena acepta su condición de subordinación y dependencia plena del líder popular que no resuelve problemas, pero controla narrativas. En este gran acto de simulación el que pierde es el país al que se le condena al primitivismo político, en sustitución del ejercicio verdadero de la democracia.