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La selección mexicana de futbol como metáfora del país

La eliminación de la selección mexicana de futbol, no es más que el resultado de un intenso proceso de involución, del deterioro de lo ya de por si deteriorado, de la mediocridad como norma y modus operandi. El equipo mexicano mostró su decadencia y su profunda vocación por el fracaso, su extravío constante y su persistencia en no llegar a ningún lado. El resultado de su participación en el mundial de Qatar hace evidente el triunfo de los intereses económicos sobre los resultados deportivos, su desempeño es producto de la captura que sufre el balompié nacional por parte de las televisoras y los dueños de los equipos.

El futbol se ha convertido en todo aquello que no fue, en la aspiración no cumplida y en el fracaso previamente anunciado. El deporte más popular de México no deja de empeorar, embarcado en una caída que no encuentra necesariamente el piso. Su lamentable estado nos muestra lo que unos cuantos pueden hacer en contra de la ilusión popular y de la esperanza del fan que no se rinde en apoyar a su equipo, a pesar de las cada vez más grandes decepciones.

La selección nacional es la metáfora de un país que tampoco evoluciona, sino por el contrario, regresa décadas atrás como resultado de promesas vacías, de narrativas de trasformación que no pueden acreditarse con resultados. Tanto México como su selección de futbol, son conducidos por líderes a los que les importan más sus intereses personales que el progreso de los proyectos que prometieron concretar. El futbol mexicano como metáfora del país nos deja claro que nos vendieron espejos y cuentas de vidrio a cambio de apoyo y confianza.

Tanto en el futbol como en el gobierno federal nunca hay culpables, pues la responsabilidad del fracaso se endosa a administraciones pasadas, a enemigos carentes de amor a la patria o a la camiseta, a mal intencionados que no valoran el esfuerzo y lo claramente conseguido. En el país de la fantasía y la posverdad, el gobierno resuelve lo mismo la seguridad que la pobreza, y la selección queda eliminada por la ínfima y circunstancial diferencia de un gol, resultado que nos ratifica como los campeones del ya merito.

El futbol como metáfora del país nos regala toda clase de evidencia de que ha triunfado la charlatanería sobre la competencia técnica, de que vale más la popularidad que la capacidad de alcanzar retos y resolver problemas, de que los mexicanos somos esos fans siempre en espera de las migajas que el equipo o el líder puedan arrojarnos. Soñar con una selección ganadora resulta tan ‘aspiracionista’ como desear un país que no amanezca inundado en polarización y mentiras lanzadas desde el púlpito matutino.

Ante la falta de resultados, tanto en la cancha, como en el gobierno federal, lo que recibimos son otra vez historias, cuentos chinos que se repiten formando un bucle interminable de pretextos y oleadas de retórica. Tanto en el futbol como en la política, el mexicano está condenado a perder por goleada y a conformarse con noventa minutos de nada. La trasformación no llega, a pesar de haber sido tantas veces prometida, por el contrario, lo que obtenemos en forma contundente es un recuento de pasos hacia atrás, que nos conducen inevitablemente hacia el abismo.

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