Aplauso y chiflido
Texcoco ¿Dónde quedó la corrupción?
La cancelación del aeropuerto de Texcoco ha pasado de un error a una comedia española del Siglo XVIII con personajes falsos, simulaciones; puertas que se abren y se cierran. Ya no sabe uno si reír o llorar, o mejor pasar a otro asunto. Una leyenda árabe ilustra lo que ha pasado con el gobierno y su política para resolver su pésima decisión sobre Texcoco.
Un joven que deambulaba en las afueras de la ciudad se tropieza con un cuerpo bajo un árbol, se trataba de un juez islámico que dormía la mona después de una borrachera. El sueño, producto del alcohol, era tan profundo que el joven le quita el lujoso manto sin que el juez ni siquiera interrumpa sus ronquidos. Cuando el juez se despierta y descubre que le han robado su valioso manto, envía de inmediato a sus asistentes a buscar al ladrón, y pronto encuentran al joven cubriéndose con el manto del juez.
De inmediato lo conducen ante el tribunal público de la ciudad, que presidía el juez a quien le habían quitado el manto. Todavía crudo el juez le pregunta al joven: “¿Cómo pudiste obtener un manto tan fino?”. El joven responde: “Vi a un creyente completamente borracho bajo un árbol, lo escupí por infiel y le quité el manto. Pero si alguien lo reclama y se arrepiente de tan malhadado ejemplo, que lo diga y lo regreso”. El juez turbado carraspeó: “Por mi parte nunca he visto ese manto. Llévatelo, es tuyo, llévatelo rápido y ya y no regreses”.
El gobierno argumentó una y otra vez que la causa de la cancelación de Texcoco era la corrupción en las licitaciones, después de que se han difundido las obras que deberán ser destruidas y la cantidad de dinero que se perderá. El gobierno se olvida de la acusación de la corrupción y les promete a los proveedores que les pagarán, incluso más de lo que hayan gastado; pero, como el juez árabe, les pide que se vayan, que se vayan ya, y que se retiren de la obra. El gobierno que primero fue el acusador ahora lo que desea es indemnizar espléndidamente a quienes acusó y que la opinión pública se olvide el asunto lo más rápido posible. Una comedia que resultó un drama.
Aplauso y chiflido
Po supuesto que López Obrador merece un aplauso, y no cualquier aplauso, sino poniéndose de pie, por la lucha frontal contra el huachicoleo: la investigación, el descubrimiento del negocio multimillonario, la información por sexenios oculta, la promesa de castigar a los ladrones de la nación; culpabilidad que al parecer alcanza a presidentes, gobernadores, directores de Pemex, generales y su sindicato. Imposible regatear felicitaciones.
Afirma Giovanni Papini: “Para hacer una Revolución, un movimiento digno de crear estrategias, se necesita ser un místico, un poeta y un optimista”. López Obrador reúne estas cualidades, pero él es sobre todo un optimista; como enfatizó en su discurso de toma de protesta. López Obrador es algo muy característico de los líderes populistas: es un voluntarista político.
Un líder populista, más que detenerse en los medios, en las estrategias y los efectos colaterales, considera que el fin único es lo importante; y si ese fin último lo considera que es en el beneficio del pueblo, nadie lo para. Como Gabino Barreda, no entiende ya de otras razones. Pueden ser banderas muy loables, como lo es ahora el huachicoleo, que es por donde quiera que se le vea inobjetable.
El líder populista parte del principio de que para resolver los problemas basta su ideal sumado con su voluntad y esto es más que suficiente para garantizar el triunfo. El problema es que los factores reales de poder y las circunstancias muchas veces lo contradicen, a tal punto que la solución idealmente perfecta afecta al pueblo que supuestamente se aspira beneficiar. No es posible que no se haya previsto cambiar el proceso de distribución de la gasolina sin tomar en cuenta los graves daños a sus consumidores.
El optimismo raya en la imprudencia y en la irresponsabilidad. El presidente debe aprender a gobernar. La realidad, para cambiarla, exige algo más que una buena causa, una voluntad férrea, tenacidad y llamados a la paciencia. De no evitar o atenuar las consecuencias, la cruzada contra el huachicoleo provocará, como está sucediendo, la rabia y la frustración popular que ya se revierte contra López Obrador.
Democracia chicharronera
Desde el año 2006, en el que López Obrador se postuló por primera vez como candidato a la presidencia, su discurso lo basó en marcar una distancia entre él y la clase política nacional. Fue un discurso rupturista, polarizador, maniqueo, que dividió la realidad del país entre buenos y malos, policías y ladrones. El discurso fue avanzando en la simpatía popular en la medida que aumentaba la corrupción, la desigualdad y la ineficiencia del gobierno.
El problema es que López Obrador no se percató de que era necesario cambiar ese discurso; que ya no era un opositor sino el presidente de todos los mexicanos; que de la diatriba y la burla debería pasar al llamado al diálogo, a la concordia y a la unidad nacional. Como bien describía Don Daniel Cosío Villegas: el estilo personal de gobernar del presidente permea en todos los funcionarios de gobierno; el discurso vociferante. Sin respeto a la crítica, ha sido actualmente copiado por un coro aún más tóxico, majadero y prepotente.
Un twitter de José Antonio Meade en el que destaca la pérdida de 145 mil millones de dólares si se cambia el aeropuerto de Texcoco, provocó la ira y la burla de Jiménez Espriú, quien arrogante calificó el dato como “las cuentas alegres de un hombre triste”. Lo secundó el secretario de Turismo, Miguel Torruco, que utilizó la estrategia ‘ad hominem’: desacreditar al crítico, acusándolo de cómplice de la corrupción, sin ocuparse del ‘quid’ de la denuncia. Ninguno de los dos, ni otros porristas detractores de Meade han respondido al dato.
Los errores del gobierno se acumulan. No es posible dejar pasar este rifirrafe del gobierno sin profundizar en sus consecuencias. La cancelación de Texcoco se ha convertido en el Fobaproa y la Casa Blanca del gobierno; pero más allá de eso, un simple twitter ha reflejado un estilo de gobernar: temeroso del diálogo y autoritario. La solución es abrir el debate sobre el aeropuerto, dar testimonio que la “cuarta transformación” es la democracia tolerante y plural y no un refrito de la política que ya conocemos: “Aquí sólo mis chicharrones truenan y háganle como quieran”.