Jicotes

EL PUEBLO ¿CUÁL PUEBLO?

LA JUSTICIA

Me pareció muy positiva la reacción de López Obrador ante el terrible drama del poblado Tlahuelilpan, el presidente se vio sensible y rápido de reflejos, en el lapso de cuatro horas ya estaba en el lugar de los hechos y giraba las primeras instrucciones a los secretarios de Estado involucrados. Acaba de anunciar diversos programas sociales en las zonas de ordeña.

No estoy de acuerdo con su estilo de solucionar los problemas sobre la base de billetazos a los pobres y que el gobierno asuma el papel de Santa Claus laico. Regresamos a la famosa conseja, no des pescados, enseña a pescar. La situación es tan desgarradora y urgente que se pueden justificar esos programas.

Coincido en parte con el diagnóstico de López Obrados, la causa de la criminalidad es la pobreza. No se dice nada nuevo, desde los griegos con Platón se considera que el fin de la política es la justicia. Escribe: “Sólo ella, la justicia, es capaz de provocar la concordia y la amistad, al revés de la injusticia, que procura odios, violencia, sediciones y luchas entre los ciudadanos y los gobernantes”.

Sin embargo, y seguimos con Platón, para alcanzar la justicia y que florezcan todos los valores de los pueblos son fundamentales las leyes. Ellas cuidan al mismo tiempo el bien colectivo y el individual; son ordenadoras y pedagogas. Su acción no sólo propicia la justicia y la virtud, sino que permiten “distribuir la inteligencia”. Es decir, es necesario tipificar el huachicoleo como delito grave.

Reiteramos nuestro reconocimiento a la reacción presidencial, pero insistimos, la respuesta no se puede quedar en curitas de dinero que serán un bálsamo, quizá ahora necesario, pero no perdamos de vista que es una solución fugaz. La tragedia demanda políticas integrales.

Otro tema. Dice mi amigo Luis Bárcenas que soy “antiamlo”, no soy anti nada, perdón rectifico, pensándolo bien si soy un anti, soy anti chivas rayadas del Guadalajara.

EL PUEBLO ¿CUÁL PUEBLO?

Con el propósito de ironizar los reiterados juicios de López Obrador sobre que el pueblo es sabio, bueno y honesto se ha descrito como esa multitud se puso a nadar, a jugar y a echar relajo con un producto como la gasolina que es de altísimo riesgo. Acciones imprudentes, si me apuran un poco, digamos que fueron estúpidas.

No obstante, no me parece correcto hacer mofa de las más de las cien víctimas con tal de contradecir las sentencias, obviamente equivocadas y manipuladoras del presidente de la República. Lo que sí creo es que la tragedia debe servir para que todos, principalmente López Obrador, rectifique su discurso y. por lo tanto, esa política pública dañina y perversa, que se refleja en convocar a la consulta a la menor provocación. La más absurda y tramposa fue la cancelación del aeropuerto de Texcoco.

El pueblo es un concepto, una entidad ficticia. La visión simplista, unitaria y homogénea no existe. Hablar de pueblo no es hacer mención a unanimidad sino a división; el pueblo puede ser bueno, cruel, sabio, infantil, solidario, egoísta. El pueblo puede realizar las gestas más heroicas, pero también obligar a Sócrates a tomar la cicuta, exigir airado la crucifixión de Cristo, aplaudir la llegada de Maximiliano a México, llevar al poder a Hitler y a Mussolini.

La tragedia de Tlahuelilpan debe llevar al fortalecimiento y revitalización de las leyes y las instituciones representativas, ya basta de cubrir los hoyos producto de la irresponsabilidad y la ineptitud con la demagogia del pueblo sabio, honesto y bueno. Esto es el principio del autoritarismo, después del fantasma llamado pueblo se cuelga el poder político. Un ejemplo es Berlusconi que decía: “Todos me odian: magistrados, periodistas, servidores civiles, amas de casa, estudiantes, profesores, empresarios, obreros, actores, comediantes, doctores, enfermeras, trabajadores, intelectuales… pero el pueblo, el pueblo me ama”. Mi abuelita diría: ¡Sí Chucha! ¿Cuál pueblo?

LA TRAGEDIA. NUNCA MÁS

Es conocida la frase: “Pueblo que no sabe su historia está condenado a repetirla”. Eso mismo sucede con nuestras tragedias, Las escenas se repiten cíclicamente sea con otras ordeñas masivas, cohetes, camiones sin frenos, minas sin seguridad, peregrinos en autobuses destartalados. Evitemos caer en la tentación de atribuirle todas las causas al gobierno de López Obrador, pues es evidente la negligencia de los gobiernos pasados, pero obviamente también le salpica la culpa. El detonador es la estrategia contra el robo de gasolina, que no nos cansaremos de aplaudir, pero que se implementó sin ninguna prevención. Testigos que se salvaron explicaron: “Es que no teníamos gasolina ni robada”. El mismo López Obrador informó que ya se habían registrado actos de sabotaje en los ductos, su salvaguarda era una red llena de agujeros; una semana antes en el mismo poblado una bodega con combustible robado había explotado. El gobierno ha tratado de defender al Ejército a como dé lugar, quizás para justificar su participación en el tema de seguridad, pero la realidad que estaba ahí pero su actuación dejó mucho que desear, fueron unos simples mirones de la fiesta bajo el geiser: “No querían, dicen, que surgiera una confrontación entre soldados y pueblo”. Afirman los militares que los delincuentes son muy hábiles y envían por delante a mujeres y niños, ¿Si ya es conocida la maniobra por qué no tienen preparado un protocolo? Reconozcamos también que hay mucha gente que obtiene recursos con esta práctica, personas en pobreza que se arriesgan por unos cuantos pesos, pero también grupos criminales con poder económico fomentan el huachicoleo. Finalmente, al no estar tipificado como delito grave se estimula la impunidad. No pongamos curitas a la tragedia, semejante desgracia demanda políticas integrales que tomen en cuenta las circunstancias locales, los participantes, los responsables, las sanciones, el mercado, las medidas de prevención. Cíclicamente ante las imágenes desgarradoras de las desgracias evaluemos las políticas que se han llevado a cabo con el compromiso de: “Nunca más”.

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