Anti-Maquiavelo
No se sabe si fue realmente Federico II el Grande el autor de El Anti-Maquiavelo, se sabe, en cambio, que Francisco Arouet de Voltaire estuvo muy cerca del rey de Prusia hasta la publicación del texto allá por 1740. Los párrafos que siguen son una invitación a visitar las dos obras: El Príncipe y El Anti-Maquiavelo. Están en línea.
Maquiavelo
Ciertamente es muy laudable en un príncipe la exactitud y fidelidad en el cumplimiento de sus promesas, y que no eche mano de sutilezas y artificios para eludirle; pero la experiencia de estos tiempos nos demuestra que entre los mas que se han distinguido por sus hazañas y prósperos sucesos, hay muy pocos que hayan hecho caso de la buena fe, o que escrupulizaran de engañar a otros cuando les tenia cuenta y podían hacerlo impunemente. (Los romanos pintaban a Jano con dos caras, y le veneraban como al más prudente de todos los antiguos reyes de Italia por la doblez de sus tratos y palabras, en qué consistía toda su prudencia)
El Anti-Maquiavelo
Maquiavelo se atreve a asegurar en este capítulo que los príncipes pueden engañar al mundo si saben disimular: por esta incalificable proposición debo empezar a combatirle.
Todos conocemos hasta donde alcanza la curiosidad pública. El público es un monstruo que todo lo ve, todo lo oye y todo lo divulga. Cuando su curiosidad se dedica a escudriñar la conducta de los particulares, no lleva más objeto que el de entretener a los ociosos; pero cuando examina el carácter de los príncipes, es porque su propio interés le mueve a ello. Así es que los príncipes están más expuestos que los demás hombres al examen y a la censura del mundo. Son como los astros, que sirven de blanco al ojo del astrónomo observador. Un gesto, una sola mirada puede hacerles traición; los cortesanos hacen diariamente sus comentarios; el pueblo forma sus conjeturas, y de ellas depende con frecuencia el mayor o menor afecto que le demuestran sus súbditos. En suma, es tan imposible que el príncipe pueda ocultar sus defectos a los ojos del pueblo como que pueda el Sol ocultar a los ojos del astrónomo las manchas que se observan en su disco.
Maquiavelo
Sépase, pues, que hay dos modos de defenderse: el uno con las leyes, y el otro con la fuerza: el primero es propio y peculiar de los hombres, y el segundo común con las bestias. Cuando las leyes no alcanzan, es indispensable recurrir a la fuerza, y así un príncipe ha de saber emplear estas dos especies de armas, como finalmente nos lo dieron a entender los poetas en la historia alegórica de la educación de Aquiles y de otros varios príncipes de la antigüedad, fingiendo que le fue encomendada al centauro Quiron; el cual, bajo figura de hombre y de bestia, enseña a los que gobiernan que, según convenga, deberán valerse del arma de cada una de estas dos clases de animales, porque sería poco durable la utilidad del uso de la una sin el concurso de la otra.
El Anti-Maquiavelo
Pero, aun cuando la máscara del disimulo bastase a encubrir por algún tiempo la deformidad natural de un príncipe, llegaría un día, un momento, en que se descubriese, siquiera para respirar; y este solo momento bastaría para satisfacer a los curiosos. En vano trataría de volver a disimular con discursos artificiosamente estudiados; la opinión pública no juzga a los hombres por sus palabras, sino que compara sus palabras con sus acciones, y sus acciones unas con otras; y nada podrán contra este examen escrupuloso y severo la falsedad ni el disimulo. Nadie sabe representar con propiedad un carácter que no sea el propio. Sixto V, Felipe II y Cromwell tuvieron reputación de hipócritas y emprendedores, pero no de virtuosos.
Maquiavelo
Ya me guardaría yo bien de dar tal precepto a los príncipes, si todos los hombres fuesen buenos; pero, como son malos y están siempre dispuestos a quebrantar su palabra, no debe el príncipe solo ser exacto y celoso en el cumplimiento de la suya; él siempre encontrará fácilmente modo de disculparse de esta falta de exactitud. Pudiera dar diez pruebas por una para demostrar que en cuantas estipulaciones y tratados se han roto por la mala fe de los príncipes, ha salido siempre mejor librado aquel que ha sabido cubrirse mejor con la piel de la zorra. Todo el arte consiste en representar el papel con propiedad, y en saber disimular y fingir; porque los hombres son tan débiles y tan incautos que, cuando uno se propone engañar a los demás, nunca deja de encontrar tontos que le crean.
El Anti-Maquiavelo
Otra de las razones que alega en prueba de que el príncipe no está obligado a cumplir su palabra, es que ningún hombre es fiel a la suya, porque todos son perversos y desleales. Más adelante se contradice asegurando que el hombre astuto hallará siempre hombres sencillos que se dejarán engañar. De modo que no sabemos a qué atenernos.
(Se dice que, luego de un tiempo, Federico mandó al demonio su ingenuidad)