Punto y Seguido

La casa de la contradicción

Jesús Silva-Herzog escribe sobre la frustración democrática mexicana, elabora una crítica y, al mismo tiempo, una reflexión sobre la naturaleza de la democracia y la política mexicana. Nos empuja a pensar la democracia no solamente como régimen de la complejidad, sino como régimen de la contradicción. Rechazar la contradicción simplifica y empobrece el andamiaje institucional y legal. Aquí algunos párrafos que van de la realidad dura a la abstracción analítica:

-No soy adorno, dijo, festejando la demolición del aeropuerto en ciernes. La primera señal de su mandato fue un aviso: convertirá en polvo lo que se le dé la gana. Dirá que obedece al pueblo.

-Aunque aspire a ser una gran hazaña, esta demolición es la visión más pedestre de la política, la más infantil. El niño se descubre poderoso cuando rompe su juguete. Es sólo entonces que se siente dueño de algo. Al ver el muñeco hecho pedazos sonríe satisfecho porque sabe que él ha provocado el destrozo.

-El primer poder: ser autor de la ruina. Él se emociona al descubrir que puede alterar la realidad. El poder más elemental, el más primitivo es ése: destrozar. Andrés Manuel López Obrador eligió ese evento para inaugurarse como presidente. Invocó al pueblo sabio con una consulta risible y activó de nuevo el antagonismo. Así, encarnando al pueblo en su batalla, dictó su primera orden: abandónese.

-Todo lo que ‘el Viejo Jefe’ hubiera levantado tendría que ser convertido en ceniza para que el nuevo mando asumiera forma. El humo alejaba a los malos espíritus. Pasado por las llamas, el viejo reino quedaba convertido en un tapete de escombros que ‘el Nuevo Jefe’ pisaría al terminar la ceremonia. Destruido el símbolo, amanecía. Nuevo poder, nuevo tiempo.

-No se concibe reformista un gobierno que rechaza la negociación como cobardía de moderados. Las urgencias del gobierno no están para el trabajo laborioso y preciso del diagnóstico y la elaboración de propuestas técnicamente viables que son el punto de partida para la negociación política.

-El diagnóstico es ideológico y la receta, una demolición. El atractivo de la intervención política es, por supuesto, la simpleza. Gobernar con dinamita y sin planos. Demoler los edificios malditos sin detenerse a examinar su solidez, sin siquiera calcular sus aportes. Tirarlos al piso sin advertir dónde caerán las paredes derruidas y a quienes pueden aplastar al desplomarse. La fruición de destruir expresa el sectarismo hecho gobierno.

-El filósofo israelí Avishai Margalit ha reflexionado sobre ese vicio del sectarismo: propone dos imágenes contrastantes de la política. Una es la de la política como economía y la otra es la de la política como religión. Tianguis o templo. La primera imagen pinta todo como mercancía; la segunda, al aferrarse a una idea de lo sagrado, lo convierte todo en intocable, innegociable.

-Querría Margalit que pudiéramos acercarnos a la política usando los dos ojos: reconocer la importancia de las ceremonias, defender con terquedad lo que debe estar fuera de cualquier transacción y, al mismo tiempo, tener la apertura para negociar, para procurar acuerdos razonables entre posiciones contrarias. Saber, pues, qué puede negociarse y qué no.

-El sectarismo es el extremo al que nos lleva la idea de que la política es religión. Eso no significa, nos advierte en su ensayo sobre los acuerdos podridos, que los sectarios sean necesariamente religiosos. Es que viven la política como una fe. El sectarismo del que habla es un modo de entender la política, un estado mental que sacraliza a tal punto su propio proyecto que lo vuelve intransigente. (La casa de la contradicción. [2021]. Penguin Random House).

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