La nación en disputa

Uno
Andrés Manuel López Obrador aconseja a los jóvenes que se alejen lo más que se pueda del dinero, porque es una tentación y no necesariamente significa felicidad. Según el presidente, es mejor la pobreza que la deshonra.
Dos
Vivimos el reto de integrarnos como nación batallando contra fuerzas despersonalizadoras, pretendidamente progresistas, pero, en el fondo, de una mezquindad irrisoria.
La realidad nos ha mostrado (Delives) que el verdadero progresismo no estriba en un desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni en destruir la naturaleza, ni en sostener a un tercio de la humanidad en el delirio del despilfarro mientras los otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones hombre-naturaleza en un plano de concordia.
Tres
Como todo pensamiento binario, la simplificación de la realidad lleva a expresar frases como la siguiente: “no hay para dónde hacerse cuando solamente hay dos opciones”. En el tema de su iniciativa de reforma eléctrica, el presidente Andrés Manuel López Obrador llamó a los legisladores del PRI y demás partidos a que se definan: o están con las empresas extranjeras, de los grupos de intereses creados, o están con el pueblo y con los consumidores.
Hace más de un año, en junio de 2020, el presidente ya mostraba su simplicidad: “No hay para donde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país, se está por la honestidad y por limpiar a México de corrupción o se apuesta a que se mantengan los privilegios de unos cuantos. (…) Que bueno que se definan, nada de medias tintas, que cada quien se ubique en el lugar que corresponde, no es tiempo de simulaciones o somos conservadores o somos liberales, no hay medias tintas”. El maniqueísmo.
Sin embargo, el pensamiento binario tiene fuerza analítica cuando se usa con honestidad, con el máximo de objetividad posible. En tal sentido, el dilema fundamental que enfrenta México es entrar de lleno a la democracia o retornar al autoritarismo. El camino de la democracia -comenta Luis Rubio- tiene sus complejidades, pero el del autoritarismo, como lo demostró el largo período de presidencialismo con partido hegemónico, no garantiza crecimiento, paz o mejores condiciones y niveles de vida. De no definirse, el país podría quedar atrapado a la mitad del río, envuelto en una corriente de caos, violencia e incertidumbre. El dilema se ha pospuesto por muchos años, pero ahora, por la combinación de un gobierno que pretende carcomer, poco a poco, lo que sí funciona en el país, y una crisis que provoca una aguda recesión y su consecuente desazón social, hace inevitable su resolución. Desde otro enfoque, el país vive una disputa soterrada por su futuro desde hace 50 años. La disputa (por la nación) comenzó a mediados de los sesenta cuando el modelo de desarrollo seguido por unas décadas, el llamado “desarrollo estabilizador”, comenzaba a mostrar sus limitaciones. El dilema fue optar por permanecer en una economía cerrada o decidirse por una más abierta, es decir, por insertarse en los procesos de globalización: de la transición de la sociedad tribal o “cerrada”, con su sometimiento a las fuerzas mágicas, a la “sociedad abierta”, que pone en libertad las facultades críticas del hombre. Sabemos que desde Miguel de la Madrid se optó por lo último. Hoy estamos regresando a la jaula de la melancolía.