La trampa de los valores universales
Las grandes estructuras totalitarias edificadas sobre cimientos hegelianos y marxistas no son engendros terribles, sino consecuencias lógicas de una idea central en el pensamiento de Occidente.
Una relectura del libro Pensadores rusos de Isaiah Berlin. De la introducción de Aileen Kelly:
No busques soluciones en los libros, sólo devorarlos: no hay ninguna solución. El hombre carece por lo general de ellas.
Para explicar la revolución rusa a Lady Ottoline Morrell, Bertrand Russell dijo que con todo lo aterrador que pudiera resultar el despotismo bolchevique, acaso fuera el tipo de gobierno más adecuado para Rusia: “se puede entender esto si se pregunta cómo gobernar a los personajes de Dostoievski”.
El interés apasionado por ciertas ideas dogmáticas es un síntoma de desorden moral y mental.
Una fanática pasión por las ideologías extremas los precipitó, como a los “demonios” de Dostoievski, en una ciega autodestrucción que resultó igualmente demoledora para su país y para gran parte del mundo.
La moral se comprende mejor si se trata de entender el papel de las ideas convertidas en acciones y, en particular, la atracción moral e intelectual que ejercen las «grandes visiones despóticas», tanto de la izquierda como de la derecha.
Hay que atender en uno la forma en que las ideas han sido “vividas” por uno mismo, como soluciones a exigencias morales.
Preguntas fundamentales que condicionan la conducta moral del hombre: ¿Son todos los valores compatibles, sin distinción alguna? ¿Habrá una respuesta definitiva al problema de cómo vivir, o un solo objetivo humano ideal y universal?
Las grandes estructuras totalitarias edificadas sobre cimientos hegelianos y marxistas no son engendros terribles, sino consecuencias lógicas de una idea central en el pensamiento de Occidente: que hay una unidad fundamental en todo fenómeno, una unidad derivada de un propósito universal.
Hay quienes consideran que ese propósito único puede llegar a descubrirse mediante la investigación científica, la religión o la metafísica y que una vez descubierto, dará al hombre la respuesta definitiva acerca de cómo vivir.
Las formas extremas de esta fe en la existencia de un propósito universal, revisten una visión deshumanizada del hombre como instrumento de fuerzas históricas abstractas y han conducido a las perversiones más criminales en la práctica política.
La fe en sí misma no puede descartarse como si fuese solo un producto de mentes enfermas, ya que es la base de toda una tradición moral y está enraizada en “una profunda e incurable necesidad metafísica”, surgida de la sensación de ruptura interior que tiene el hombre y de la necesidad de recuperar la totalidad perdida.
El que el pluralismo sea un fenómeno raro se debe a que las visiones de unidad fundamental de la realidad satisfacen necesidades humanas fundamentales.
El pluralismo es una concepción mucho más vigorosa y audaz intelectualmente: rechaza, en definitiva, todo criterio que sostenga la posible solución, a través de una síntesis, de todo conflicto de valores y niega que todos los fines deseables puedan ser reconciliados. La naturaleza humana genera una diversidad de valores, sagrados y fundamentales que, sin embargo, se excluyen unos a otros sin que exista posibilidad de establecer una relación jerárquica objetiva entre ellos. En suma, la conducta moral supone la difícil alternativa de elegir entre valores incompatibles, aunque igualmente deseables, sin la ayuda de un criterio universal.