Punto y Seguido

Los que fallecieron, fallecieron

Yo sé de salud pública. Cuando habló de rabia me hizo pensar en la enfermedad infecciosa causada por el virus de la rabia”.

Previsor y todo él un científico, anticipó un escenario de máximo seis mil defunciones por COVID-19.

Tan solo unos días después sus estimaciones científicas subieron a ocho mil muertos. La pandemia traía su juego.

El 27 de febrero —como le gusta al régimen actual— presentó en conferencia de prensa un panorama nuevo, metodológicamente muy sólido: 12 mil 500 muertos, no más.

Luego, el 4 de junio, el científico admitió que efectivamente teníamos un escenario real de hasta 28 mil defunciones, que científicamente se redondea a los treinta mil muertos (fueron sus palabras). En la misma conferencia vespertina anunció que incluso había un escenario “muy catastrófico”, que pudiera (así, en subjuntivo) llegar a las 60 mil defunciones. El escenario, desde luego, estaba proyectado con base en metodología científica.

“Es un error metodológico suponer que sólo lo que se ve existe, y todo lo que no se ve no existe”.

“La popularidad de la información, no necesariamente corresponde con la solidez científica de la evidencia”.

“Las mascarillas o cubrebocas dan una falsa sensación de seguridad”.

“Con mucho gusto lo vuelvo a explicar”.

“No digo que no sirva, lo que digo es sirve para lo que sirve y no sirve para lo que, desafortunadamente, no sirve”. En referencia al cubrebocas.

“Yo sé de salud pública. Cuando habló de rabia me hizo pensar en la enfermedad infecciosa causada por el virus de la rabia”.

“La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio, en términos de una persona, un individuo que pudiera contagiar a otros. El presidente tiene la misma probabilidad de contagiar que tiene usted o que tengo yo”.

“Los que fallecieron, fallecieron”.

“No te sustraigas de la realidad”.

“Quizá todos nos contagiaremos, pero en una de esas ni nos damos cuenta».

Las vespertinas y las mañaneras tenían —tienen— una dialéctica de refuerzo mutuo.

“Hay que abrazarse, no pasa nada”.

“No es, según la información que se tiene, algo terrible, fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”.

“México es uno de los países más preparados y con menos riesgo de afectación”.

“Los mexicanos, por nuestras culturas somos muy resistentes a todas las calamidades”.

“No vamos a tener problemas mayores”.

“Ya se ha podido domar la pandemia”.

“Salgan a comer con sus familias a restaurantes o fondas.”

“Detente enemigo”.

“No debemos espantarnos, no debemos adelantar vísperas”.

“Vamos bien”.

“Nuestro pueblo es poseedor, heredero de culturas milenarias, de grandes civilizaciones”.

“Estar bien con nuestra conciencia, no mentir, no robar, eso ayuda mucho para que no dé el coronavirus”.

Miércoles 28 de octubre de 2020, la cifra llegó a 90 mil 309 mexicanos fallecidos. No extraña que para el mero día de muertos, el 2 de noviembre próximo, redondeando cifras, se sumen otros cinco mil difuntos.

Un exsecretario de salud del período neoliberal opinó que “90 mil muertos es un escenario más allá de la catástrofe. El fracaso no se puede ocultar y la incapacidad para corregir es incomprensible. La sociedad mexicana debe saber que —en la gestión de la pandemia— el gobierno no hizo lo que debía, y que prefirió defender su obsesión por la austeridad antes que la vida y el bienestar de México”.

Obviamente las opiniones neoliberales no tienen ni calidad moral, ni calidad científica.

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