Punto y Seguido

Madruguete moralino

-Es tiempo de clientelas. No de políticas públicas. No es tiempo de una izquierda que construye un Estado garante de derechos y el ejercicio de los mismos.

-Tenemos la impresión de vivir en una época de inseguridad desatada. De que se han perdido valores y tradiciones que estuvieron en vigor durante mucho tiempo: tradiciones de vida familiar y social, de gobierno, del orden económico y de creencias religiosas.

-El hombre de poder, así sea príncipe, déspota o jefe de Estado, siempre es no solamente el hombre que habla, sino la única fuente de palabras legítimas: palabra empobrecida, palabra pobre, cierto, pero rica en eficiencia, pues tiene por nombre el mando y quiere únicamente la obediencia del ejecutante.

-A medida que transcurren los años, parece que cada vez hay menos rocas a las que podamos agarrarnos, menos cosas que podamos considerar como absolutamente correctas y ciertas, fijadas para siempre.

-Si la moralidad es el arte de vivir juntos, está claro que las reglas, o más bien las técnicas, ocupan un lugar en ella, pues muchos de los problemas de una comunidad son problemas técnicos: la distribución de la riqueza y la población, el manejo adecuado de los recursos naturales, la organización de la vida familiar, el cuidado de los enfermos y los incapacitados y la adaptación armoniosa de las diferencias individuales.

-Cualquier toma de poder es también la apropiación de la palabra. Sobra decir que todo esto atañe en primer lugar a las sociedades basadas en la división: amos-esclavos, señores-súbditos, dirigentes-ciudadanos, etcétera. La marca primordial de esta división, el lugar privilegiado en que se desarrolla, es el hecho masivo, irreductible, quizás irreversible, de un poder desprendido de la sociedad global en la medida en que solamente algunos miembros cuentan con él, de un poder que, separado de la sociedad, se ejerce sobre ella y, en caso necesario, contra ella.

-Una vez existe la sospecha de que una religión (política) es un mito, su poder desaparece. Tal vez el mito sea necesario para el hombre, pero no puede prescribírselo de un modo consciente, de la misma manera que puede tomarse una píldora contra el dolor de cabeza. Un mito solo puede “funcionar” cuando se cree que es verdad, y el hombre no puede “embaucarse” a sabiendas durante mucho tiempo.

-El gusto de la gente por el cambio que está viendo va a pasar. Más rápido o más lento, pero a la vuelta del tiempo dejará de ser novedad que por lo que promete atrae. Y la clave tendrán que ser los resultados.

-El agnóstico, el escéptico, es neurótico, pero esto no implica que su filosofía sea falsa, sino el descubrimiento de hechos a los que no sabe cómo adaptarse. El intelectual que trata de huir de la neurosis huyendo de los hechos, se limita a actuar según el principio de que “donde la ignorancia es bienaventuranza, es una locura ser sabio”.

-Sobre la tribu reina su jefe y éste reina también sobre las palabras de la tribu. En otros términos, el jefe “el hombre de poder” tiene también el monopolio de la palabra. Entre los salvajes no hay que preguntar: ¿quién es su jefe?, sino más bien: ¿quién de ustedes es el que habla? Amo de las palabras: así nombran a su jefe muchos grupos.

-El jefe de la tribu convertido en moralista. En la práctica, ese moralista ha llegado a ser mucho más que un asesor técnico. Se ha vuelto un amonestador. Desde su púlpito o su estudio arenga a , emite alabanzas y echa culpas -sobre todo esto último- como fuego lanzado por la boca de un dragón, pues la gente no sigue su consejo.

-Le preguntan cuál es la mejor forma de actuar, él responde y da las pautas, reparte folletos, y el pueblo parece estar de acuerdo en que tiene razón, pero entonces el pueblo se aleja y hace algo diferente, pues le parece que el consejo del moralista es demasiado difícil o el pueblo mismo tiene un intenso deseo de hacer lo contrario. Esto sucede con tanta regularidad que el moralista pierde los estribos y empieza a insultarles.

(Ver: Pierre Clastres, El deber de la palabra. Alan Watts, La sabiduría de la inseguridad.)

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