Punto y Seguido

Recortes

-De Tocqueville en La democracia en América:

Después de haber tomado a cada individuo, uno por uno, en sus poderosas manos, y de haberlos moldeado a su antojo, el poder soberano extiende sus brazos sobre la totalidad de la sociedad; cubre la superficie de la sociedad con una red de reglas pequeñas, complejas, diminutas y uniformes que las mentes más originales y los espíritus más vigorosos no pueden romper para ir más allá de la multitud; no rompe voluntades, pero las suaviza, las dobla y las dirige; raramente impone la acción, pero se opone constantemente a tu actuación; no destruye, impide el nacimiento; no tiraniza, dificulta; reprime, enerva, extingue, aturde y, finalmente, reduce cada nación a no ser más que un rebaño de animales tímidos y diligentes, de los que el gobierno es el pastor.

-“Los obreros no tienen patria”: Marx y Engels fueron categóricos, en esto como en todo, al afirmar en el Manifiesto comunista el carácter forzosamente apátrida del proletariado y su vocación internacionalista. La conciencia de clase era incompatible con cualquier sentimiento ligado al país de origen en un momento (1848) en el que la burguesía había hecho del nacionalismo su gran caballo de batalla para consagrarse como clase dominante, utilizando la nación como elemento de cohesión social y antídoto de la lucha de clases, como trasunto sentimental de un mercado blindado a la competencia extranjera o como metrópoli de un imperio colonial en construcción. La clase obrera debía mantenerse firme ante la capacidad de sugestión de los mitos políticos, desde la nación hasta la democracia, creados por la burguesía para desviar a los trabajadores de sus objetivos históricos como clase dotada de su propia cosmovisión y de un proyecto alternativo a la sociedad de clases. (J. F. Fuentes). Pero los obreros marxistas no existen. La izquierda anticapitalista, huérfana de clase obrera, recurre al pueblo como solución providencial de sus calenturas, porque, por lo mismo, ni izquierda es.

– Se asumió que toda la historia anterior era una preparación para ese acontecimiento (el triunfo de Morena y López Obrador), y que todas las acciones futuras podrían orientarse hacia el final predeterminado de la historia, que era la emancipación del pueblo (incluso coqueteando con la idea de un movimiento mundial). ¿Cómo sería entonces la vida política? Hegel pensaba que implicaría la creación de estados-nación burocráticos modernos; Marx imaginaba una entidad no estatal comunista poblada por hombres libres que pescarían por la mañana, cuidarían del ganado por la tarde y se dedicarían a la crítica después de cenar. Esas diferencias no eran tan relevantes como su confianza en la inevitabilidad de lo que estaba por llegar. El río del tiempo solo fluye en una dirección, pensaban; ir aguas arriba es imposible. Vivimos un periodo en el que cualquiera que se resistiera al flujo del río o que no muestre el suficiente entusiasmo está fuera de la jugada buena. (Jugando con Mark Lilla).

– El propio Sócrates advirtió que una de las raíces de la tiranía es la soberbia a la que son susceptibles algunos filósofos: son ellos quienes orientan las mentes de los jóvenes y los conducen a un frenesí político que degrada la democracia. La única alternativa frente a esa intoxicación política es la humildad, fruto del autoconocimiento.

– Intelectuales que se involucran descuidadamente en el vértigo político de su tiempo. Descuido que se traduce en una falta de autoconocimiento y humildad. La seducción del poder se explica menos por la acción del seductor que por la recepción del seducido. Hay un tirano agazapado en todos nosotros, un tirano que se embriaga con el eros de su yo proyectado hacia el mundo y que sueña con cambiarla de raíz. Si, en un ejercicio riguroso de autoconocimiento, el intelectual identifica en sí mismo esa fuerza, si la dirige y la controla, el impulso puede guiarlo hacia el bien y otros fines superiores. Si no, esa pasión puede llegar a dominarlo. (Recortando a Mark Lilla).

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