CONSEJOS PARA HACER UN BUEN DISCURSO POLÍTICO
AMOR, HUMOR Y MUERTE
Por: Edmundo González Llaca
En el artículo pasado afirmamos que el discurso del señor gobernador José Calzada se ha devaluado y su gobierno se encuentra en plena bancarrota de credibilidad; ni siquiera los supuestos logros económicos en el estado parecen rescatarlo de la profunda crisis en la que chapolotea. Mi comentario vino a colación por un interesante artículo, “Discurso agotado”, de Víctor López Jaramillo. En este texto, nuestro buen amigo denuncia y explica la razón del agotamiento del discurso de Calzada.
En relación con mi colaboración, un muy respetado lector me escribe y me reclama diciendo que yo padezco la enfermedad crónica de todos los intelectuales, que se resume en que somos buenos para criticar y muy malos para proponer. En otras palabras, afirma que entre Jaramillo y su servidor ponemos como lazo de cochino el discurso del gobernador, pero no aportamos elementos para que éste mejore su discurso.
No estaría muy de acuerdo con la observación y menos aún con su ilusión última: para que mejore su discurso. ¿A estas alturas del sexenio? No obstante, me permito recordarle al amable lector que en los dos artículos se argumenta en forma concreta la causa de la pérdida de credibilidad en el discurso del gobierno. Nuestra tesis es: El discurso del señor gobernador no coincide con la realidad que los queretanos vivimos día con día; sus palabras y los hechos caminan por senderos contrarios.
Al hacer la crítica agregué la sugerencia de Jaime Labastida, quien respecto al discurso político escribía: “¿Qué debe ofrecer un discurso político a un pueblo que se encuentra en un áspero agujero? Por encima de todo, realidad. Inteligencia y crudeza para conocer su situación actual. Para tocar las llagas y determinar con precisión quirúrgica, pero también realidad para encontrarles solución. Con otras palabras, realidad en el examen presente, realidad en el dibujo del futuro”.
Ahora bien, para que no se me acuse de pesimista, con todas las dificultades que implica eso de proponer fórmulas, muy al estilo gringo, para hacer bien cuestiones tan resbaladizas, de todas formas enumero algunas sugerencias para hacer un buen discurso político. Reitero, poner una camisa de fuerza, hacer un prontuario del uso de la palabra en la lucha por el poder, es demasiada audacia.
Antes de modestamente sugerir lo que integra un buen discurso, una propuesta: que el señor gobernador, por favor, por lo que más quiera, no improvise. Sus expresiones son desteñidas, plagadas de lugares comunes y medias verdades. Todos tenemos elementos vulnerables en nuestra profesión; el discurso, más todavía el improvisado, no es realmente la fortaleza política del licenciado Calzada.
Mi buen amigo Raúl Olmedo, respecto al tema que nos preocupa, escribía: “El discurso político tiene que convertirse en uno filosófico para poder recuperar su eficacia. No un discurso abstracto, compuesto de generalidades que no tocan al corazón del ciudadano. Al contrario, el filosófico es el único que llega al corazón y al cerebro del individuo y de la masa, el único que es capaz de traducirse en prácticas, en modos de pensar, de vivir, de ser; el único que transforma y convierte (que produce conversión, como cuando el pagano se convierte en cristiano) a los hombres. El filosófico es el discurso político llevado a su máximo potencial de eficacia transformadora. La filosofía es política”.
El primer problema es que el gobierno no le da importancia al discurso y la opinión de la gente parece tenerlo sin cuidado. Así no se puede. Valdría la pena destacar que el gobierno tomara en cuenta a Confucio, quien afirmaba que la primera tarea del gobierno era la “rectificación de los nombres”; no en balde los atenienses sostenían que la educación de todo ciudadano debía ser encauzada: “Para realizar acciones y pronunciar palabras”. De la época moderna baste citar a Thomas Mann: “La política, la política grande, nace de la conjunción entre la literatura y la humanidad”. Primera petición al gobernante, ser consciente de la trascendencia del discurso político.
Pero sigamos con las sugerencias para hacer un buen discurso. Previamente, tomemos en cuenta que un discurso es una comunicación, conforme lo indica la definición etimológica de la palabra, el objetivo es “poner en común”. Un discurso debe ser -sobre todo- claro, comprensible; un discurso político, además, debe ser una invitación al diálogo, al intercambio, a la contradicción que nos lleve a depurar la verdad.
Un discurso describe, precisa actos, señala objetivamente cómo son las cosas; un discurso político es, además, ideología en el más amplio sentido de la palabra, es decir, juicios de valor sobre las cuestiones reales, razones y criterios para la acción. Datos sin juicios es tecnocracia; juicios sin datos es demagogia. El discurso político es la combinación de razones, adjetivos y una ideología que compromete.
Un discurso político es histórico por excelencia, por necesidad. Esto es, no se limita a citar antecedentes y fenómenos, sino que todo lo conecta con algo o con alguien; le da coherencia y significación al momento político que se vive. Un buen discurso abarca pasado, presente y futuro, pues el hombre de poder describe, explica, justifica, propone, condena, disuade, calma y expresa esperanzas.
En fin, éstas son sugerencias generales, pero antes de pensar en aplicarlas, tomemos en cuenta el siguiente verso de Lope de Vega, frente al requerimiento de alguien que le preguntaba cómo ser poeta.
“Para que un hombre aspire ser poeta;
Pero, en fin, es sencilla la receta.
Forme Usted líneas de medida iguales.
Luego en filas las junta,
Poniendo consonantes en la punta
¿Y en el medio? – ¿En el medio? ¡Ese es el cuento!
¡Hay que poner talento!”
Estimado lector, sin voluntad política de decir la verdad ni talento es imposible hacer un buen discurso político.
Espero sus comentarios en www.dialogoqueretano.com.mx donde también encontrarán mejores artículos que este.
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