Crisis de la educación superior en “el país más poderoso del mundo”
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
Una de las características de muchos tomadores de decisiones en México es su tendencia a imitar acríticamente (o a comprar) modelos económicos, políticos, científicos, tecnológicos, educativos y demás, de los llamados países desarrollados, por valorarlos como “más avanzados”. Según estos funcionarios, sólo si logramos estar a la altura de esos modelos extranjeros, podremos “salvarnos”.
Así, México, imitando a los Estados Unidos (en su lógica liberal o de negocios), ha abierto la puerta de par en par a un esquema de educación superior que permite y privilegia la instalación de gran cantidad de universidades privadas (sin importar su calidad), en detrimento de las públicas. En Querétaro, por ejemplo, Pepe Calzada presume de la instalación de una sucursal de la Universidad de Arkansas, que será apoyada (con erario público) mediante descuentos fiscales, así como con becas “a estudiantes que cuenten con méritos, habilidades y capacidad, pero que no tengan suficientes recursos económicos”.
Por otro lado, en las instituciones públicas se ha impuesto un modo empresarial de operar, altamente autoritario, formalista y estandarizado, so pretexto de “eficientarlas” (sic) o hacerlas “excelentes”.
Esta intención, sin embargo, se enfrenta al menos a dos serios problemas:
El primero tiene que ver con que esos modelos no siempre corresponden, ni histórica, ni cultural, ni económica, ni idiosincráticamente a las características y condiciones de vida de los mexicanos. El segundo problema consiste en que los pueblos “inferiores” reciben “eso más moderno”, tardíamente; mucho después de que, en su lugar de origen, ya fuera probado y desechado por obsoleto o por dañino.
Lo que ignoran quienes deciden por nosotros (o sabiéndolo, lo ocultan) es que el modelo empresarial de educación superior estadounidense está atravesando por una de las peores crisis en la historia. De esto da cuenta el documental de Rossi Andrew, “Torre de Marfil” (2014).
Dicho filme reflexiona sobre esas “ideas poderosas” que, desde el siglo XIX sostenían “el sueño americano”: libertad, democracia, desarrollo científico, bienestar para todos…, y que dieron lugar a universidades de gran prestigio, como las de Massachusetts, Harvard, Yale, Oxford, Stanford, Princeton, etc., pero que actualmente se están desmoronando.
El documental de Rossi advierte que el modelo seguido por dichas universidades constituye una bomba de tiempo que estallará en un gran “tsunami económico”, impactando a todo el sistema mundial. Esto se debe principalmente a que la educación dejó de considerarse derecho, para ser tratada como negocio; de ser un bien público (para todos), pasó a ser un bien privado (para unos cuantos).
Así, no sólo las universidades privadas sino también las públicas se enredaron en una interminable competencia por ser “las mejores”, hasta volverse inviables para la mayoría de la población.
“Ser mejores” fue interpretado generalmente como: ser capaces de ofrecer las instalaciones y los equipamientos más lujosos. Así, un estudiante debe pagar, en promedio, 30 mil dólares anuales (390 mil pesos), sin tomar en cuenta sus gastos básicos. Es comprensible entonces que sólo una pequeña élite puede estar “a la altura” de semejantes exigencias. Los “afortunados” becarios, no sólo quedan endeudados de por vida sino que habrán de heredar su deuda a sus hijos (según señala una de las entrevistadas en el documental).
En vez de mejorar, lo que ha conseguido este modelo es dejar a cada vez más jóvenes fuera, ahondando la brecha entre ricos y pobres, para encerrarse en una pequeña torre de marfil, al servicio de los intereses de quienes puedan pagarla.
Los catedráticos también son sometidos a feroces competencias y, como resultan mejor cotizados los investigadores o ponentes en foros internacionales, que los docentes, muchos dejan de asistir a clases y de atender a sus estudiantes, por dedicarse a las tareas más redituables.
Otro asunto grave que sucede con las universidades privadas es que resulta muy difícil mantener un alto nivel académico o una buena disciplina institucional, cuando a los escolares no les interesa estudiar, pero pagan sus cuotas. Así, algunas de ellas son denominadas despectivamente “universidades-parranda”, por su bajísimo nivel académico y su casi nula eficiencia terminal.
El autor del documental se pregunta si vale la pena “invertir” tanto dinero en una educación universitaria, de mala calidad y sin ninguna garantía de encontrar empleo al egresar.
¿Qué hacen los jóvenes frente a esta situación?
Por doquier emprenden gran cantidad de iniciativas, dirigidas a poner en práctica estrategias educativas o de capacitación profesional distintas: formando redes sociales, generando círculos de intercambio de saberes y de mutua colaboración; desarrollando proyectos, etc. Pareciera que ya hay condiciones para concretar la profecía “illichiana” sobre la desescolarización de la sociedad.
Si bien hay que dar la bienvenida a todas esas alternativas, no podemos dejar de prever que (por las condiciones dominantes) muchas seguirán un enfoque meramente pragmático: ¿cómo conseguir recursos?
Pero la educación superior pública es mucho más que capacitación profesional. Por eso la lucha por preservarla y fortalecerla sigue siendo fundamental. La producción de conocimientos de alto nivel (en las artes y en las ciencias), la generación del pensamiento crítico, la soberanía nacional, la atención a los problemas sociales con un enfoque popular y ecológico, corren peligro, si no la defendemos.
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