Cuando la ironía se nos acabe
Por: Daniel Muñoz Vega
México parece ser una tierra maldita donde el precio del petróleo dirige los destinos de esta nación. La frialdad de una cifra parece ser la bola de cristal con la que imaginamos el futuro. En México todo puede estar mal, menos el precio del crudo. No importa que tengamos gasolinas caras, lo que importa es que se paga bien el barril de petróleo.
Nuestros funcionarios públicos fueron a estudiar a universidades caras en Estados Unidos para aprender que si el petróleo está caro a México le va a ir bien, y si es muy caro y hay poca transparencia, a ellos, les va a ir mejor. Esas mentes brillantes que desde la era Salinas fueron construyendo un México “moderno” han dejado pésimos números en crecimiento económico y pobreza.
Las reglas del capitalismo mundial poco le convienen al tercer mundo. El capitalismo moderno sirve para allanar caminos de las grandes transnacionales. En México no hay mucho estado de bienestar aunque la gente piense que sí lo hay cuando compra un Starbucks. La economía mexicana siempre tiene retos y éstos se afrontan con la retórica de quienes han hecho de la corrupción un estilo de vida. Pura buena comunicación social para convencer a las masas televidentes de que vamos por buen camino.
México sigue igual y seguirá. En junio serán las elecciones intermedias del peñanietismo; se nos invitará a votar por los salvadores de la patria, quizá votes por algún candidato que al año siguiente protagonizará un nuevo video escándalo. Quizá estés cansado de votar por los rojos y ahora votes por los azules, quienes ahora dicen que todo está mal y cuando ellos gobernaron decían que todo estaba bien. Las próximas elecciones serán un concurso de belleza donde varios iguales buscarán ser beneficiados por los sueldos de la burocracia. Si se tiene un poco de conciencia, se entendería que votar representa legitimar la podredumbre de nuestro sistema político.
Ser pesimista en un país como México es un tremendo acto de amor por la nación. Entender que seguiremos por el mismo camino no es más que comprender la naturaleza de las cosas, y desde ese “darnos cuenta”, pretender cambiar el entorno. Ser optimista ante un discurso gastado dicho de la boca de Peña Nieto es aceptar al cinismo como una hipótesis correcta. Cambiar el sarcasmo de vivir en “el mejor país del mundo” por el optimismo de “claro que se puede” sería olvidar Ayotzinapa y los crímenes históricos del Estado, sería ir a pintarle la fachada a la casa blanca de la pareja presidencial y sería votar por el PRI las próximas elecciones. En resumidas cuentas, sería poner cojines a nuestros codos para seguir irremediablemente empinados.
Los eruditos que se preocupan por el crecimiento económico y que defienden las maravillosas reformas del presidente Peña Nieto, aquellos que con seriedad hablan del gran porvenir de nuestra nación y ven que Ayotzinapa, Tlatlaya, las fosas, la guerra contra el narco y toda la reciente tragedia como un destino que hay que superar para pensar en producir y ser más felices, son aquellos optimistas a los cuales hay que plantarles un bostezo en la jeta.
En este país hay que tratar de ser un poco más inteligente o por lo menos aparentarlo. Por eso me gusta la ironía, porque ser irónico ante los mensajes navideños del presidente y su retórica de libro de superación personal es aminorar el desagrado que representa su imagen tratando de insultar a nuestra inteligencia. Es una cucharada de miel después de dar un bocado de pendejadas gubernamentales.
Tratar de ser serio ante la maquinaria política que se avecina para las próximas elecciones nos sacaría piedras en la vesícula o activaría nuestras células cancerosas. Analizar con seriedad el arsenal de propuestas políticas que escucharemos nos enloquecería. Nuestra clase política se resume en tener funcionarios que les gusta salir en las portadas de revistas futureando en el siguiente puesto, tomándose fotos de la mano de su esposa viendo al horizonte con sus niños bien peinados. Esos son los candidatos que aman a México, los que nos hablan con las mangas arremangadas y el nudo de la corbata flojo en un spot de televisión, en eso resumen su brillantez, en decir pendejadas con música de fondo.
Cuando la ironía se nos acabe es porque lo habremos visto todo, ese será un mal síntoma de que el PRI gobernará los próximos 10 sexenios. El día que ya no haya margen de ser irónico es porque habremos perdido toda batalla ciudadana ante la mafia política. Si se deja de ser irónico significaría que le volvimos a tener respeto al presidente y que peor aún, le creemos. Dejar de ser irónico es volvernos a llenar de miedo. Es volver a enchufarnos con la dinámica gubernamental de que el cambio vendrá de arriba hacia abajo y no al revés. Dejar de ser irónico es la peor de las derrotas porque no habrá oportunidad de crear mundos alternos donde este país pueda ser mejor sin sus políticos de siempre. La ironía es jalar hacia nosotros el arma de la libertad en medio del pantano.
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