De La Llorona a la muerte del Leviatán neoliberal
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo / metamorfosis-mepa@hotmail.com
PARA DESTACAR: Un día, en medio de su despiste, sin saber de dónde ni cómo, llamó a el nuevo Leviatán neoliberal. El portero abrió las puertas de par en par. Entonces, desaparecieron de pronto, cerca de 30 mil y perdieron la vida más de 120 mil. Madre Trinidad volvió a llorar, recordando a los “abatidos” que en plena Era del Progreso se mueren por “nada”.
¡Ay, mis hijos! se lamenta La Llorona y Madre Trinidad (Madre Historia, Madre Patria, Madre Tierra), ante los trágicos genocidios provocados por la Hidra Occidental.
Desde la conquista, hasta nuestros días, ríos de lágrimas derrama la Madre Patria, al ver caer a su hijo Pueblo en las batallas que libra, demandando dignidad, libertad, igualdad, democracia, justicia y bienestar. Ahí, México aprendió a perder el miedo a perder la vida y por eso fue nombrado “bravío”. (“Yo soy mexicano y a orgullo lo tengo, nací despreciando la vida y la muerte…”; “si me han de matar mañana, que me maten de una vez” y “el día que a mí me maten, que sea de cinco balazos… y escriban sobre mi tumba, mi último adiós con mil balas, ¡ay, ay!…”)
Para aliviar tanto dolor, la Madre Tierra colocó altares a sus muertos, con velas y flores de cempasúchil, de nube y terciopelo, fruta pan, calabaza, calaveritas de azúcar, tequila y copal y espejos (de ésos que ahuyentan a los malos espíritus)…. Para enfrentar el miedo a la muerte, la Madre Historia enseñó a sus hijos a burlarse de ella e inventó mil formas de llamarla: La Pelona, La Flaca, La Tilica, La Huesuda, La Fregada, La Dientona, La Rasera, La Patas de Ixtle, La Siriquisiaca, La Democrática, La Malquerida…
Luego llegó La Catrina, y el pueblo aprendió a aceptarla como amiga y a pasarla bien. Con ella organizaba tertulias animadas con chillantes colores, huapangos, calaveras literarias, tamales, charamuscas y tlachicotón. Con ella contaba chistes e inventaba mil apodos al arte del bien (o mal) morir (estiró la pata, colgó los tenis, se ‘petateó’, chupó faros, se la llevó La Chingada o le dieron matarile). Y con ella también cantaba: “Cerró sus ojitos Cleto” o “Cómo quisiera, ¡ay!, que tú vivieras…” y muchas canciones más.
Un día, en medio de su despiste, sin saber de dónde ni cómo, llamó a su portón el nuevo Leviatán neoliberal. El portero, engañado (o frotándose las manos, por la oportunidad), abrió las puertas de par en par. Entonces, desaparecieron de pronto, cerca de 30 mil y perdieron la vida más de 120 mil.
Madre Trinidad volvió a llorar, recordando a los “abatidos” por el ejército; a los enterrados en fosas clandestinas; a las muertas por el machismo patriarcal; a los “daños colaterales” de la guerra antinarco; a los que mueren por negligencia burocrática; a los campesinos, indios (tzeltales, tzotziles, choles, pames, mayos, yaquis, totonacas, zapotecas, purépechas, rarámuris, mazahuas, zoques, triquis, ñahñús…), mestizos y güeros; a los obreros; a los ninis, chavos banda, cholos o punketos, y muchos más que, en plena Era del Progreso se mueren por “nada”, por enfermedades curables, por hambre, esclavitud, migración forzada, desesperanza, diabetes, cirrosis, “chemo” o sinsentido. Lloró también por quienes son asesinados o “suicidados” por las empresas mineras, los emporios agroindustriales, petroleros, turísticos, comerciales y financieros; porque todo el que ose frenar al Gran Monstruo, para defender sus tierras, sus sitios sagrados, sus áreas naturales, sus gremios, comunidades, familias o trabajos…, tiene garantizado “su pase a la otra vida, en envase de madera no retornable”, antes de tiempo.
Cuando el nuevo Leviatán asesta un golpe mortal sobre la Madre Patria (supliéndola por un Estado trasnacional); sobre la Madre Historia (pregonando su fin, como hace Fukuyama), y sobre la Madre Tierra (devastándola, a fuerza de extractivismo, biotecnología, geo ingeniería, y mercantilización “legal”), la humanidad se queda sin protección y sin consuelo.
Cuando La Catrina se asusta con tanta violencia y ya no quiere salir, aparece entonces La Santa Muerte, a la que se acogen quienes se quedan sin madre (sin Madre Patria, sin Madre Tierra, sin Madre Historia). Semejante orfandad obliga al férreo auto endurecimiento (o vaciamiento) del alma.
Cuando las cáscaras humanas dejan de sentir; pueden cosificar al hermano, matarlo, quemarlo vivo, hacerlo picadillo y disolver sus pedazos en ácido. Torturar, violar y oír chillidos de dolor, devuelve la sensación de estar vivo, cuando la anestesia neoliberal ha hecho su efecto. No ver ni oír el dolor ajeno facilita la huida egoísta del “sálvese quien pueda”.
Precisamente ahí, cuando todo parece perdido, millones de pequeños brotes de resistencia pululan por doquier.
“Nos mataron y enterraron en fosas clandestinas, pero no sabían que éramos semilla” es el lema de los indomables, que saben que la humanidad sólo podrá seguir viviendo, plena y feliz, cuando recupere a su Madre Trinidad, y dé muerte al Leviatán neoliberal.
Solo falta aprender a convertir esta metáfora en un virus, capaz de circular, imperceptiblemente, por todo el cuerpo del Leviatán, para infectarlo y destruirlo, antes de que él acabe con nosotros. (Comunícate).