De Ricardo Anaya y la guerra de los egos
Por: Daniel Muñoz Vega
La política tiene un gran defecto, ahora se concibe diferente. Creo que se ha entendido su profesionalización en base a la forma cómo se difunde el mensaje a una sociedad. Bajo este entendimiento, si no hay muchos recursos económicos, no se puede hacer política. Ahora se posiciona la imagen del político en vez de privilegiar a la conciencia para el razonamiento del voto.
Parece que los tiempos en política ya no se adelantan, parece una constante que los actores traten de posicionar su imagen; esto ya no es parte de una etapa, es parte del día a día. Los políticos que aspiran a ser algo, matan dos pájaros de un tiro: trabajan y nos cuentan que trabajan. La revolución tecnológica ha facilitado la comunicación política. Seguimos sin poder dimensionar la trascendencia de las redes sociales, que aparecen como un arma que puede operar a favor o en contra de los actores. Vemos a los políticos colgarse de las plataformas de Facebook y Twitter; de igual forma vemos a muchos ciudadanos creando opinión pública desde sus publicaciones en las redes. La difusión viral de los mensajes por parte de los usuarios, es algo a lo que los gobiernos temen de sobremanera.
La ciencia política, en su objetivo de estudiar los fenómenos y las estructuras políticas, ha comenzado a estudiar la importancia de las redes en el acontecer político. La profesionalización de la política ha rodeado al político de consultores para facilitar su acceso al poder. Esto no es barato. Habría que cuestionar de forma severa la forma como un político paga una campaña donde privilegia a su imagen usando el pretexto de anunciar su informe de labores. Ahí está el caso de Ricardo Anaya, a quien de dos semanas para acá, lo vemos colgado de los espectaculares y anunciándose en los medios tiempos del futbol.
Anaya trae armado su cuarto de guerra. Ya no es de la generación de políticos que optaban por la movilización de electores. Prefirió ser un político de profesión a un político de vocación. A Anaya no le interesa recorrer las calles de la ciudad, tocar las puertas, repartir en una esquina volantes; siendo opositor, no se comporta como tal. Está en un estado de confort desde el cual pretende buscar nuevas posiciones futuras. Es un político tibio, no tiene capacidad de poner un tema de discusión en el debate público. Depende de una estrategia de comunicación hecha por expertos para posicionar su imagen.
Anaya es un político cómodo. No tiene capacidad ni siquiera de convertirse en un líder opositor en una era en la que el PRI ha recuperado el control de muchos espacios. Anaya escogió la estrategia fácil para hacer política, la que se hace con dinero. Su estrategia está hueca de discurso, de ideas, de proyecto. Se subió a la guerra del posicionamiento en base a publicidad, no en base al trabajo. Sus más cercanos rivales dentro de su propio partido le llevan importante ventaja: Francisco Domínguez y Marcos Aguilar, en sus respectivas trincheras, lucen mucho más que Anaya.
Un político del nivel de Anaya debería tener mayor sensibilidad para leer lo que quiere la sociedad. Si tanto pretende subirse a las formas modernas de hacer política, antes de poner espectaculares a lo tonto y sacar spots de televisión que nada dicen, debería conocer por medio de encuestas o sondeos de opinión lo que los queretanos perciben de su entorno, conocer su necesidades reales, saber realmente qué es lo que se puede legislar para mejorar la calidad de vida de sus representados. De esta forma haría mejor política. Resulta totalmente estéril hacer el tipo de política de la cual la sociedad está fastidiada, la política del ego.
Ricardo Anaya ya piensa en el 2015. Quizá piense en dos vertientes: la primera sería en ocupar una candidatura importante, ya sea para la presidencia municipal o para contender por la gubernatura; la segunda es que, sabiendo de antemano que no tiene posibilidades de obtener una candidatura, y como lo hizo Jesús Rodríguez con Calzada en 2009, pretenda vender cara su derrota dentro del PAN por posiciones de poder. A eso le tira un desangelado Ricardo Anaya, que se hace tema de análisis por la imprudencia de quererse comer el pastel antes de tiempo en un Querétaro políticamente tibio.
Anaya tampoco entiende el contexto político. Un PAN convertido en tercera fuerza política nacional, tendría que tener un comportamiento más moderado pero no menos inteligente. Anaya con su repentina campaña política disfrazada de Informe de Gobierno tiene una estrategia poco moderada y muy poco inteligente. Peor aún cuando Anaya fue el arquitecto de la campaña de González Valle en 2009. Anaya tendría que tener otra estrategia. Un diputado federal como él, debería de tener más tintes de hombre de Estado que de cantante popero. Debería estar metido en la guerra de las ideas y no en la guerra de los egos. Los usuarios de Twitter y Facebook lanzan su artillería contra Anaya, cuestionando el costo de su capricho. Hay cosas que el photoshop no puede ocultar, y es sin duda la falta de sensibilidad, de estrategia y de capacidad para hacer otro tipo de política.
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