Del héroe épico al ridículo de la “friendzone”.
Por: Rafael Vázquez Díaz
El género literario épico está construido basado en las narraciones de un héroe; hombre que sobresale entre los demás mortales que sirven como contexto para aplaudir, contraponerse o ser mudos testigos de las hazañas y dificultades con las que se topa un determinado protagonista –que encarnando los valores tradicionales- arriba a un buen puerto en su destino.
Esa mística que aparentemente protege, populariza, atrae poder y dinero, es envidiada por todos los narcotraficantes de este país que gastan grandes cantidades para invertir en armamento, camionetas, ropa a la moda y la realización de sus propios corridos que ensalcen sus aventuras; levantones, grandes cargamentos entregados, asesinatos, amenazas, conquistas y burlas hacia la policía componen el género musical del llamado “movimiento alterado”.
Al igual que los niños corren a comprarse su playera de Superman (que ostenta como símbolo una poderosa S en el pecho), legiones de caballeros corrieron prestos a buscar su camisa “Barabas” que ostentó el Chapo en sus fotografías con Sean Penn. Imagino la sonrisa del portador al lucirla; en una prenda estaba toda la mística de un hombre poderosísimo, millonario, buscado por la policía y forajido conquistador.
No fue un golpe a su imagen su look desarrapado, su playera sucia o la barba desaliñada, todo lo contrario, formaba parte de su espíritu rebelde; el pueblo ama al sucio revolucionario –que como Pancho Villa y Emiliano Zapata- recorre los caminos polvorosos del pueblo, se viste como ellos y puede parecerse al más humilde mecánico pero también lucir botas millonarias y montar caballos finos en su rancho.
¿Cómo podría destruirse dicha imagen? No debe ser ajeno el Gobierno actual, las marchas que se hicieron en su anterior captura; el pueblo ama a su “benefactor” y exige su libertad, hubo algarabía y escándalo en su pasada fuga, la impopularidad que sufre el presidente, la obtiene el criminal que se codea con la élite de Hollywood (seguramente tan envidiada por Peña y compañía que pelean por la portada de revistas como “Caras” y “Quién”).
Pero la popularidad del Chapo parecía imbatible; no era suficiente el terror que produce el Cartel de Sinaloa, tampoco el terror que provocan las barbaridades que el narcotráfico hace en nuestra sociedad -y no refiero al inocente “porro” que venden a cualquier hijo de vecino- hablo de los ajustes de cuentas, de las matanzas que llegan a velorios, plazas comerciales, residencias privadas, estadios y cualquier calle de la más pacífica ciudad del país.
Eso no había importado; un par de cabezas, torsos y colgados en los puentes no solo no afectaban en la imagen del “hombre más buscado del mundo”, al contrario, le brindaban respeto y poder.
Hubo que darle el golpe por otro lado. Y al igual que Dalila destruye al héroe al cortarle la cabellera, el Gobierno Federal utilizó las conversaciones entre el Chapo y Kate del Castillo para convertirlo en mortal y bajarlo a donde el pueblo pudiera reírse de él.
“¿La intervención de comunicaciones privadas entre el Chapo y Kate del Castillo se hizo con autorización judicial?” -pregunta incisivo Miguel Carbonell- “…en caso contrario, entiendo que pudiera estarse violando el artículo 16 CPEUM y el Código Penal Federal, además de la responsabilidad en que habrían incurrido las autoridades que filtraron dicha información.” Y con ello, sumarle un error más de procedimiento al historial de las Instituciones mexicanas que, entre otras cosas, permitieron la liberación de la francesa Florence Cassez.
El riesgo no importó, se le dio una copia de los mensajes privados entre Joaquín Guzmán y Kate del Castillo a la agencia informativa de Milenio.
En ella podemos ver al poderosísimo narcotraficante escribiendo como un adolescente ansioso a la famosa actriz, que responde con tanta amabilidad, que logra inflamar la llama del amor que late en el corazón del Capo, seguramente imaginándola entre sus brazos.
Es horrible todo. Es repugnante pensar que el respeto que ganan los líderes de estas mafias está basado en la fuerza; levantar a la mujer deseada, robársela de un antro o comprarla con joyas, drogas, dinero o alcohol, es el “modus operandi” con el cual enamora un sicario promedio. Que a las personas les cause gracia la atención del Chapo hacia Kate, o su torpe franqueza con la que pregunta por el celular “de moda” o exige un “color de mujer” para el aparato que habrá de regalarle a la actriz, lo convirtió en un objeto de mofa; dejó la lista de los más buscados para convertirse en el hombre común y corriente que busca enamorar a la vecina atractiva.
Es lamentable que el pueblo vanaglorie a asesinos, traficantes y secuestradores, pero aun más triste que el amor sea el principal objeto de burla; ¿quién ama en un país cubierto de sangre? ¿Quién escribe ansioso al ser amado cuando se puede tomar, con total impunidad, a la mujer deseada en un país donde la violencia de género es lo común?
El Chapo era ídolo cuando su rostro era el de un capo poderoso y sanguinario pegado en las paredes de los más buscados, apenas mostró ternura y pasión y destruyó su propia fama. Ser humano hoy es ser poco menos que nada.
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