Desgracias que desnudan
Sólo para nostálgicos…
Por: Salvador Rangel
Las inclemencias naturales no se pueden evitar, pero si prevenir, en nuestro país sobran ejemplos de descuido oficial en las calamidades sufridas, principalmente en quienes menos tienen.
Y como trágico recuerdo está el huracán Hilda que causó destrozos y muerte en el puerto de Tampico y la Huasteca Potosina el 19 de septiembre de 1955, en ese entonces era presidente de la república Adolfo Ruiz Cortines. El gobierno de Estados Unidos envío un portaaviones para prestar ayuda a los damnificados.
El 18 de agosto de 1973 la ciudad de Irapuato, Gto., sufrió una terrible inundación al fracturarse una parte de la presa El Conejo. Se formó un comité de ayuda para reconstruir los daños, a los maestros del sistema de enseñanza técnica industrial, se les descontó un día de salario para paliar los daños; sin embargo nunca se supo del manejo financiero y su aplicación.
El 14 de septiembre de 1995, el huracán Ismael proveniente del Océano Pacífico entró a Huatabampo, Son., y causó la muerte de más de cien personas, destruyó 52 barcos pesqueros y cerca de treinta mil damnificados, con enormes pérdidas económicas en negocios, propiedades y enseres.
El 8 de octubre de 1997, el huracán Pauline proveniente del Océano Pacífico entró a Puerto Escondido, Oax., en la madrugada del 9 llegó al puerto de Acapulco donde hizo grandes destrozos y dejó a cientos de familias sin hogar. El número de muertos se calculó en más de doscientos cincuenta.
Y el 14 de septiembre de 1988, el huracán Gilberto ingresó a tierras yucatecas, el 17 llegó a Monterrey, provocó la muerte a 202 personas y destrucción a su paso. La mayoría de los muertos y damnificados habitaban en el lecho de un río.
Y otro desastre natural, el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en la Ciudad de México, que sorprendió a las autoridades federales y locales, al no tener un plan de contingencias, fue la sociedad civil la que se organizó para rescatar a las víctimas. Y por si no fuera grande la tragedia, se hizo presente la soberbia del presidente Miguel de la Madrid, quien rechazó al mediodía el ofrecimiento de países y asociaciones internacionales, horas más tarde al conocer la magnitud de los daños aceptó el apoyo.
Y la lista de desastres es grande, ahora se suma otra, los huracanes Manuel e Ingrid, que azotaron diversas entidades del país. Ninguna de ellas es menor, todas padecen la destrucción de sus casas y las pérdidas de seres queridos.
Todavía no termina el recuento de los daños, cuando salen a luz pública las omisiones y descuido de las autoridades para advertir a la ciudadanía de los peligros que representaban los huracanes. Que si un gobernador estaba en una gran fiesta la noche anterior a la tragedia, que la comisión de aguas y el servicio meteorológico avisaron y no les hicieron caso, que…
En Acapulco quedaron varados miles de turistas que aprovechando el puente patrio se quedaron atrapados en el puerto, sin posibilidad de transporte aéreo ni por carreteras, la Autopista del Sol con bloqueos por derrumbes y túneles llenos de piedra, lodo, la carretera libre en idénticas condiciones. Nadie previno a los turistas de la llegada del huracán, tampoco se tomaron precauciones para los habitantes de zonas declaradas como de riesgo.
Y los que han perdido todo, se enfrentan a la especulación de los productos básicos, a rescatar de entre los desperdicios algo que llevarse a la boca.
La ayuda, por grande que sea, no cubrirá las necesidades, se acabó la infraestructura carretera, escuelas destruidas, centros de salud devastados.
Y nuestros diputados locales, representantes de los ciudadanos, que cuando están en campaña se dan “baños de pueblo”, prometen obras, apoyo, ahora se “lucen” con ayuda económica que da vergüenza ajena, cada uno de ellos aportó mil pesos, cuando sus ingresos son de decenas de miles mensuales. Pobrecitos no tienen, entre otras cosas, sensibilidad humana.
Y no faltará quien trate de sacar ventaja política de la desgracia, bien sean partidos políticos o presuntos servidores del pueblo.
Los presupuestos federal y estatal han de cambiar el sentido de aplicación de recursos, pero al mismo tiempo hay que cuidar las manos a quien lo ejercerá.
Y después cuando se solicite información de cómo y en qué se aplicó, saldrán con que es información reservada y hasta dentro de diez años se conocerá.
Y los nostálgicos se preguntan hasta cuándo aprenderán las autoridades a estar prevenidas y evitar desgracias.
rangel_salvador@hotmail.com
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