Opinión

Día ciento once

Bitácora de Viaje

(De estudios Socioterritoriales)

Por: Manuel Basaldúa Hernández

“El placer de viajar reside en la contemplación de la variedad. Algunas gentes viajan y sólo ven lo que tienen delante de los ojos. Cuando yo viajo contemplo el incesante fenómeno del cambio”. Estas palabras son del pensador chino Chuang-Tzu, quien escribió esto hace más de dos mil cuatrocientos años. Estas palabras nos las ofrecen Edgardo Bermejo Mora y Ulises Castellanos, en su libro de viajes “Ciudad prohibida”, que editó Artes de México en 2013. Estos dos hombres estuvieron en ese país asiático viviendo y experimentando Pekín.

La descripción de esta ciudad, que era inaccesible para muchos occidentales y sigue siendo el sueño de muchos viajeros, la elaboran Bermejo y Castellanos a través de sus callejones laberínticos. Ellos plantean, desde afuera hacia adentro, en dónde se conjuga lo que ellos llaman el imaginario arquitectónico de los nuevos constructores chinos. Esta nueva arquitectura que se conjuga con el palacio imperial, que es la unidad de la ciudad prohibida. Esta es la muestra física y material del poder, de la ciudad a la disposición del poder, en donde además de exhibirse se venera.

Los elementos que constituyen la vida de la China en Pekín se observan en las casitas de té, en los pasos de los ancianos que ensayan valses a una manera cadenciosa y rítmica, en los verdísimos parques de la ciudad y en las esquinas de cada calle, atiborradas de pictogramas y anuncios saturados de imágenes. En contraste, pero a la vez dentro de una conjugación, le cobijan las nuevas construcciones de cemento, acero y cristal. Esa es la nueva ciudad. Así se hace una ciudad como un teatro de luces y sombras en donde se transforma de manera incesante, a decir de Ulises Castellanos.

La nueva identidad urbana de Pekín arroja, dice Ulises Castellanos, una nueva cartografía nocturna de su capital. No es ya la China de Mao Tse-Tung, ahora es una sociedad que ha cambiado con su piel. Este país, otrora remoto, está al alcance de nuestras manos, de nuestro imaginario; no por sus productos, no por sus mercaderías, sino por su espíritu. Dicen muchos que este país será el próximo gigante, la potencia del mundo. Nadie podía pensar esto hace algunas décadas, porque se había encerrado en sí mismo. La revolución cultural planteada por su máximo caudillo la había hecho inexpugnable. Algunos solamente la llegábamos a conocer por tener en nuestras manos el gran libro rojo. Las ediciones muy bien cuidadas, con su pasta roja plastificada, contenían ideas que hacían pensar más en una filosofía que en un ideario político, o en la base ideológica.

Occidente poco a poco se fue acercando a este gigante asiático. Después del libro rojo, otro libro, ese sí, muy grande y de muchas páginas, nos describía un sistema rígido que facilitó la implantación del régimen comunista. “El Despotismo oriental” hacía una descripción y un análisis del rígido control y eficaz método del sistema de irrigación rural. Hollywood recreó varias historias que llevó a la pantalla, y con ciudades de cartón y madera representó ese ambiente casi monástico. Occidente fue acercándose más y más, o probablemente Oriente se dejó acercar poco a poco. Ya casi al finalizar el siglo XX, después de algunos años de ausencia del máximo líder, el régimen que heredó el poder, con una estrategia mal planteada, hizo más rígido su gobierno. Aunque contradictoriamente, abrió el país al turismo. La Gran Muralla ya no era solamente vista desde la luna, ahora podía recorrerse en algunos tramos importantes, restaurados y provistos de parafernalia de servicios. Los hechos de Tianamen llamaron la atención mundial hacia un movimiento estudiantil y la represión en esa plaza más tarde simbólica. Las fotografías que poco a poco fueron tomando los turistas, visitantes estivales, o personas con algunos negocios en esos territorios sirvieron para que se grabaran en el registro iconográfico. No fue el derrumbamiento del régimen comunista ni una invasión capitalista lo que hizo posible que la mayoría de los habitantes del planeta Tierra entráramos. ¿Qué si yo he viajado a China, y he registrado mis recorridos por esas tierras? No. Aún no. Pero he cruzado las fronteras a través de Google Maps. El ciberespacio nos ayuda a penetrar con nuestra mirada tierras ignotas. Pero lo más importante, que el ciberespacio no solamente nos abre puertas, nos abre la posibilidad de estudiar otra dimensión del territorio.

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