Día ciento y tres
Bitácora de Viaje
(de Estudios Socioterritoriales)
Por: Manuel Basaldúa Hernández
¿Se imaginan el planeta metaexplorado, supraexplorado? La razón de estas preguntas proviene de la preocupación por encontrarnos en una etapa de la historia en que los paisajes son trastocados de manera avasallante por la humanidad. Nos encontramos en un nivel que aparece como una contradicción del desarrollo y del progreso con el que se pone en peligro al hombre o, al menos, ya empieza esa era de riesgo en el uso trepidante de los recursos.
En el siglo XIII las exploraciones eran un misterio y una acción temeraria respecto a los nuevos terrenos o mundos allende el mar, lo que limitaba a las comunidades europeas a no rebasar el territorio del mediterráneo. Luego, la sociedad arribó al siglo XVI y el mundo cambió con más orden y con propósitos bien definidos en las conquistas, las colonizaciones y un reparto del globo terráqueo por medio de las monarquías y los imperios.
Los viajes al territorio recientemente conquistado despertaron curiosidad y envidia entre corsarios, piratas y aventureros que acompañaban, por un poco de paga o inclusive nada, a los diseñadores de tan excéntricas ideas y rutas maravillosas.
Me imagino que eran tan inverosímiles y pretensiosas como estos viajes que ahora se diseñan hacia el espacio, para explorar Marte, en un viaje sin retorno. Se reprocha en cierto sentido que andamos por allá afuera tratando de conocer no sé qué cosa y que determinados sectores del mar profundo no se conocen aún. No importa, el espacio ya lo podemos visitar, y se tiene la ilusión, quizá ya un firme proyecto, de colonizar la Luna y urbanizar Marte. Con eso se deja atrás las aventuras de conquistar solamente otras partes del mundo, como en aquel remoto siglo XVI.
Pero estas son metáforas y muestras fehacientes de que el propósito colonizador del hombre nos lleva irremediablemente a cubrir de humanidad todos los rincones del globo terráqueo. Por ejemplo, gracias a Google Earth podemos dar cuenta de que casi todos los terrenos del planeta ya los hemos pisado. El lugar más recóndito ha sido visitado y fotografiado. Aquí admiramos al hombre y a sus obras, pero con una tendencia sin retorno hacia la densidad y la superpoblación.
El antropólogo Melville J. Herskovits señala en su obra “El hombre y sus obras” que “tanto al estudiar al hombre como a otra cualquiera criatura viva, hay que tener en cuenta la dimensión del espacio no menos que la del tiempo. El reconocimiento de este hecho ha dado nacimiento a la disciplina de la ‘ecología’, ya que estudia la relación entre los animales y su hábitat o morada” (1948). El hábitat lo estamos percibiendo abigarrado, casi barroco, pero sobre todo saturado. Por eso es necesario regresar a revisar rápidamente conceptos que nos redefinan el gran recipiente donde vive, se expande y se comprime la sociedad. A decir de Herskovits, “hábitat designa el escenario natural de la existencia humana, las condiciones físicas de la región habitada por un grupo de gente, sus recursos naturales, real o potencialmente a su disposición.”
Hace unos treinta y tres años, un grupo de amigos viajamos a Hidalgo porque habíamos escuchado del descubrimiento de un lugar inaudito; al norte del Valle del Mezquital había manantiales de aguas termales. El lugar, del cual ya se tenía conocimiento desde hace mucho tiempo antes en realidad, se llamaba “Tolantongo”.
Los manantiales formaban un río lo suficientemente abundante para contrastar con el medio árido del lugar. Emanadas de huecos en la piedra del cerro, fueron consideradas como “Las Grutas de Tolantongo”. Después de recorrer muchos kilómetros en la zona geográfica entre Querétaro, saliendo por Tequisquiapan, o por Cadereyta, se llegaba a Ixmiquilpan, y luego seguía el camino por Tasquillo y El Arenal. Lugares que provocan polvaredas que inundan de un polvillo fino todo lo que cruza por ahí, cubriendo con enormes nubes de ese material amarillento y seco a quien lo atraviesa. Al término de ese tortuoso camino se abría un majestuoso lugar cubierto por agua en forma de niebla, de vapor y de pequeñas gotas que transformaban el escenario: una franja azul en medio de todo lo amarillento, cobijada por los cerros pelones que vigilan la zona. No tardaron en pisar el lugar pocos visitantes, cuando algunos hombres, visionarios del negocio y de la explotación, imaginaron un proyecto que pudiera llevar una transformación de la vida económica a los poblados de esa demarcación, azotada de por sí por la pobreza, pero envuelta en un área de misticismo, de ruralidad, y de tranquilidad con la vida apacible que solamente la vida campirana puede otorgar. ¿Ustedes podrían dar crédito al proyecto de construir ahí, en medio de la nada, un complejo hotelero, que convirtiera al río en una serie de piscinas, con infraestructura que ofreciera a los visitantes todos los servicios para Tolantongo fuera un centro turístico? Bueno, esto merece que se extienda un poco más para platicarles lo que ha sucedido y cómo el hábitat corre riesgo, en el mundo, con este tipo de proyectos.
{loadposition FBComm}