Opinión

Día seis

Por Manuel Basaldúa Hernández

El delicioso libro de Claudio Magris titulado El Danubio ofrece una anécdota que me ha gustado por la original idea con que es expuesta. El Río Danubio, ese extenso y serpenteante afluente de agua que recorre los territorios de Europa y que desemboca en el Mar Negro, es impresionante por la trayectoria que tiene.

 

Pero más impresionante es la teoría de Magris, que el Danubio nace de un grifo. Una llave de agua que deja correr un hilo hídrico que va fortaleciéndose con sus ríos tributarios. Este autor triestino se ha dedicado a estudiar la literatura, y sobre todo Alemania, es a decir de él mismo, un germanista.

Para escribir ese libro, se le ocurrió un recorrido épico. No por sus aventuras contemporáneas, que ya de por sí la trayectoria es extenuante y agotadora. Si Julio Cortázar y Carol Dunlop hicieron un recorrido por una autopista francesa en la que van deteniéndose en cada estacionamiento, parada o recoveco, Magris lo hace por un río.

Y el recorrido tiene connotaciones épicas porque no solamente recorre la distancia, sino el tiempo. A cada parada se detiene para contemplar los lugares y escudriña los hechos históricos, desde lo cotidiano, con la gente común, hasta los acontecimientos de los personajes protagónicos de la historia europea. Estos pasajes por el tiempo y el espacio provocaron reflexiones de Magris que se han convertido en mi lista de frases, palabras bien marcadas en la memoria.

Durante las estancias en cuartitos de hoteles, en las caminatas por los puentes de este río que tiene muchos nombres en diferentes pueblos, indican que “es cierto que la existencia es un viaje, como suele decirse, y que pasamos por la tierra como invitados. Claudio Magris escribe: “Hay que viajar por lo inaudito, y no hay que temer naufragar en ocasiones, para darse cuenta de nuestra fragilidad de la existencia y la tozudez de nuestro carácter.”

Porque “el viaje es la fidelidad del sedentario, que afirma en todas partes sus hábitos y sus raíces e intenta engañar, con la movilidad en el espacio, la erosión del tiempo, para repetir siempre las cosas y los gestos familiares: sentarse a la mesa, charlar, amar, dormir.” Y estas palabras suenan con intensidad, y sabor del peregrino, que observa con lontananza la intervención del agua en la creación de las ciudades.

Se dimensiona este correr del agua desde los aromas de la comida en el Café Amadeus en la avenida de Los Arcos, que con sus vidrios que dejan contemplar la cantera y la cal que sirvieron de venas para otra vertiente de agua que permitió que se erigiera nuestra ciudad de Querétaro. Agua y territorio son paralelos entre el socavón de La Cañada y la Cruz que se arrojaba a bocanadas por el hocico de un león en una fuente en la calle de Manuel Acuña, y ese Río Danubio a su paso por Günzburg y su riachuelito que atraviesa la ciudad para alimentarlo suavemente por ejemplo.

El territorio se convierte en paisaje, y es contenedor a su vez de los actos de los hombres para hacer posible el pasado en el júbilo de la vida que es el presente.

manuel.basaldua.h@gmail.com

twiter@manuelbasaldua

 

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