Día sesenta y dos
Bitácora de Viaje De estudio socioterritoriales
Por: Manuel Basaldúa Hernández
El toro de lidia se sitúa al centro del ruedo. Da una mirada panorámica a lo que le rodea, sus ojos expresan una mirada curiosa. Su astado se yergue amenazante, los luce en todo lo alto, de grueso tamaño, contrasta su blancura con el negro azabache de su piel afelpada, que sus pliegues en el tórax le da un aire de altivez. Los villamelones a la fiesta brava cuando ven a este ejemplar sonríen entre el espanto y la risa que genera la expectativa. Los expertos cuando lo observan, lo hacen con escepticismo, hasta con cierto aire de enfado. En tanto que los defensores de los animales, los que están en contra de la fiesta brava, y que acuden a regañadientes a ese escenario, se incomodan, y no saben como reaccionar.
El lugar luce espacios donde están inscritos los nombres de importantes figuras del toreo, Rodolfo Gaona, David Silvetti, Manolo Martínez, “Armillita” Chico, Eloy Cavazos, Antonio Barrera, Julián López “El Zotoluco”, Enrique Garza, Sebastian Castella, entre otras grandes figuras del toreo mexicano y de Latinoamérica. En el ruedo los espacios están dedicados a los involucrados de esta encerrona: los empresarios, la cuadrilla, los picadores, los ganaderos, la prensa, los gorrones. En este lugar también aparecen los trofeos obtenidos por esta cultura de la estética, del paseíllo, de la graciosa huida, del capote y de los trajes de luces.
Tal como se debe acudir a estos lugares, quien esto escribe va acompañado por amigos y mujeres bellas, con gracia y porte. – ¿Por qué será que a las plazas de toros concurren las mujeres más bellas y con muchos conocimientos?– Atrevidas que les gusta estar al filo de la navaja en la emoción y la adrenalina. Envalentonadas por tener medio estoque a la primera copa, con la amenaza de vaciar la bota del vino tinto. Y animadas o emocionadas por aventarse al ruedo.
El cornúpeta que ha llegado ante el público, en medio de una música de paso doble, entre el griterío de quienes lo azuzan, le aplauden, le silban, le espetan su nombre de bestia: ¡Toro, Toro, Toro! Duda por un momento a quien elije como victima para su embestida. Y entonces se lanza para tratar de asestarle una cogida. Entre las mesas de los parroquianos y turistas visitantes primerizos que se abren ante la ofensiva de la bestia. El toro elige a su víctima y la toma del brazo, la levanta en vilo de la silla, la jala hacia al centro del ruedo, y le empieza a bailar como un stripper. Nuevamente la concurrencia lanza un alarido colectivo. Aplaude la acción y la víctima no tiene más remedio que rendirse a la manipulación de la bestia.
Todos los presentes dirigen la mirada hacia el acoso. El toro pierde su calidad de bestia y bordea el espíritu pícaro de un minotauro cachondo y caliente. Por eso manosea a la víctima, la obliga a realizar cantoneos y arrimones íntimos y lascivos. La víctima cobra un similar anonimato como el que está dentro de la botarga del toro, continúa la fiesta tributo a Baco y a Afrodita. Después de algunos minutos en que incurrió esta disrupción algunos de los presentes vuelven a la cotidianidad del disfrute del ambiente del Bar.
Esta reseña corresponde a la visita que realizamos al Museo Panteón Taurino, lugar que conocí gracias a la referencia y recomendación que me hizo un apreciable amigo. Este Bar que fundó Filiberto Guerra, conocido como “El Chato” en el año de 1931 de la Ciudad de León, Guanajuato. Después de una serie de reubicaciones se construyó el edificio que alberga el ya tradicional “Museo Panteón Taurino Tradicional”. Este recinto aparenta un ruedo, con sus burladeros, callejones, palcos, y una decoración que incluye criptas, cabeza de toro, disecadas, callejones, carteles y otros objetos relacionados con la fiesta brava.
Este tipo de espacios dedicados al convite, al esparcimiento y la distracción como lo conocemos como “el tiempo libre”, es también un campo de estudio que dentro de la composición de la jornada de trabajo y la producción. Existe ciertamente una corriente académica dedicada al estudio sistemático y metodológico del “ocio”.
Gloria Restrepo, en “aproximación cultural al concepto de territorio” dice que: “La territorialidad se ha expresado, institucionalizado y conceptualizado de maneras muy distintas a lo largo del tiempo. El concepto mismo de territorio fue aportado por la biología como escenario de la vida; la Geografía lo incorporó, reelaborándolo y diferenciándolo de los conceptos de lugar, espacio y paisaje desde distintas perspectivas teóricas. En el presente, a medida que va ganando terreno en las ciencias la concepción compleja del universo, de la vida y del pensamiento y todas ellas asumen y reconocen la espacio-temporalidad de los fenómenos que estudian, se le demanda a la Geografía aportar instrumentos teóricos y metodológicos para producir conocimiento sobre el territorio como realidad sistémica y multivariada”.
En México, aunque han aparecido opciones dedicados al estudio de estos campos, mediante carreras profesionales como el turismo o la psicología social, no se han abordado desde el estudio, la investigación y profesionalización del espacio y el territorio.
Esta ocasión, dejo una cita de Roció Silva y Víctor Fernández, investigadores españoles para reflexionar sobre este tema que hoy tocamos. En México, respecto al tiempo libre y al ocio de la población se debe plantear la necesidad de empezar a abordarlo. Porque, “Este creciente protagonismo asignado al territorio en los procesos de desarrollo no se ha visto acompañado de la aparición de propuestas metodológicas sistemáticas que permitan identificar los recursos territoriales disponibles en cada ámbito. Es más, cuando se analizan tales recursos, suele ponerse el acento en los aspectos intangibles de la dimensión territorial –concertación social, saber hacer, cultura compartida…–, prestando menos atención a su dimensión física, que aparece como mero soporte de las relaciones socio-culturales y de la propia actividad económico-productiva.” Aunque parezca lo contrario.