Opinión

Día Sesenta y Nueve

Bitácora de Viaje (de Estudios Socioterritoriales)

Por: Manuel Basaldúa Hernández

La carretera era fragmentos de asfalto. Parecía una línea escrita en clave morse. Los cerros habían sido devorados a bocanadas. La tierra se había ido a otro cerro. El volumen de las cosas era contrastante, mientras un mueble, una maleta, los trastes que había que cargar para sacarlos de la casa y rescatar algunas cosas eran tan pesados que daba la impresión de estar clavados en el piso, las toneladas de tepetate y piedras se movían fácilmente como si no pesaran nada, como si pesaran menos que las ramas de la vereda.

Esto era solamente una parte del desastre natural que se vivió en la periferia de Acapulco. Ese lugar que es un paraíso natural, trasfigurado a foco de explotación turística. Este paradisiaco lugar  tiene ahora  la imagen de un cuadro dantesco, de una ensalada de árboles tirados, basura, muebles y autos desechos, animales muertos, animales vivos entre esos restos, escombro, y sobre todo de miserables pobladores que han dejado ver su precaria condición de vida. Todo eso, revuelto en un remolino sin parar.  Esas son las consecuencias de  la presencia de “Ingrid y Manuel”, un par de meteoros. Pero también las consecuencias de no contar con un programa de prevención de riesgos. Con un plan de contingencias para responder a medidas extremas. Por no contar con un procedimiento de atención a emergencias.

El Atlas de Riesgo de Acapulco, del estado de Guerrero en específico, y de la región en su conjunto ha brillado por su ausencia. No se ha visto una acción contundente y articulada para responder a esta contingencia. Yo creo que esto queda como lección, ahora voy con algo que me preocupa, cómo se encuentran los Atlas de Riesgo de las demás entidades. En este caso, ¿cuál es el que corresponde a Querétaro?  ¿Qué debemos de aprender de esta lamentable condición de Guerrero? En Querétaro y nuestra región ¿cómo nos estamos preparando para este tipo de casos? Tanto a nivel individual, familiar, de colonia, por Delegación, por Municipio, por Estado, ¿todos conocemos qué es un Atlas de Riesgo? ¿Quiénes son los responsables? ¿Quiénes lo auspician? ¿Quiénes lo realizan y elaboran? ¿Lo deben conocer todos los habitantes? ¿Es un secreto de Estado?  Hay más preguntas, pero por la limitación del espacio aquí nos detenemos, solamente planteare una más, que nos compete como universitarios y como parte de la Licenciatura en Estudios Socioterritoriales: ¿Cómo pueden contribuir y qué aportaciones pueden hacer los integrantes de la comunidad de Estudios Socioterritoriales?

El Atlas de Riesgos de una comunidad debe considerar, al menos tres elementos fundamentales: el riesgo natural, los eventos producidos por cuestiones de infraestructura y la vulnerabilidad de la entidad.

En el primer caso nos encontramos que la situación actual de las poblaciones se encuentra expuesta a una enorme gama de escenarios naturales. Estas situaciones se han visto de manera más recurrente en la mayoría de las localidades. El cambio climatológico se ha convertido en un aspecto caprichoso y totalmente impredecible. Nadie creía que los cambios iban a traer consecuencias no esperadas en tan corto tiempo. Ahora nos enfrentamos a una situación sumamente compleja, porque debemos atender las emergencias y las conflagraciones, y a su vez, con el factor político y las afectaciones de los intereses de grandes corporaciones o las economías de los países industrializados, o las afectaciones a recursos de las naciones en desarrollo, debe sortearse una serie de acuerdos, y mientras eso sucede los cambios climáticos se han desatado, trayendo serias afectaciones a las regiones.

En ese mismo sentido, el desarrollo de la industrialización, y el uso de productos que afectan la temperatura del planeta, la capa de ozono, los recursos naturales superficiales y subterráneos, tales como la contaminación de ríos, mares, arrecifes, mantos freáticos, bancos de arena, zonas protegidas, entre otros, así como la protección de empresas e industrias contaminantes, no se atienden adecuada y oportunamente debido a lo delicado que consideran los gobernantes en turno de no afectar la economía de las regiones. Sin embargo, el peligro latente a la que someten a sus pobladores, no es dado a conocer por los posibles afectados.

Por otro lado, el crecimiento vertiginoso y sin planeación de una entidad, puede hacer que una ciudad media crezca, y a la postre se convierta en una metrópoli, sin rectificar muchos de los elementos que permitan brindar seguridad a sus habitantes.  De tal forma que no se consideran salidas de emergencia adecuadas y suficientes, la dotación de recursos para sofocar o solucionar un problema de emergencia. La movilidad y traslado de masas, el abastecimiento de víveres de calidad y suficientes en caso de necesitarlos. El uso adecuado de los fondos de rescate, entre otros.

Los ciudadanos, o los pobladores de una entidad, son los últimos en enterarse de este tipo de cuestiones, hasta que se ven involucrados en su papel de afectados por cualquiera de estos aspectos. Por eso es importante, en tiempos de tranquilidad y de relativa paz, conocer cuál es el Atlas de Riesgo correspondiente.

Esta materia debe ser un aspecto importante para los estudios socioterritoriales, y debe ser también una aportación esencial para su población huésped o regional.  Y no esperar hasta que ocurra una desgracia que lamentar o que se salga de control, como hemos visto en los recientes casos de “Ingrid” y “Manuel”.

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