Don Luis Ugalde en sus primeros noventa
Una persona envejece cuando comienza a tener más recuerdos que proyectos. Estas palabras de José Álvarez Icaza aplican muy bien a don Luis Ugalde Monroy, que en 2015 está cumpliendo sus primeros 90 años de vida. De piernas ágiles e ideas claras, generoso y siempre de buen humor, no conoce el retiro y vive involucrado en tareas cotidianas: escribe todos los días y su cerebro es una máquina que no para de pensar qué más puede hacer para promover esa gran pasión de su vida que es el cooperativismo.
Don Luis Ugalde debe ubicarse en la fila de los críticos del sistema económico que no se han quedado en la denuncia y han asumido la tarea de construir alternativas. En perspectiva histórica, lo ubico entre Gonzalo Vega, Lucio Valdés, Ignacio María Loyola, Florencio Rosas, Nicolás Campa y Juan Benito Díaz de Gamarra. Hacer la crítica al sistema económico constituye una labor profundamente política. Y edificar instituciones a partir de la idea de que la organización es la única fórmula que tiene la gente común para librarse de sus propios pesares, constituye una obra que, desde abajo, muy pocos son capaces de sostener.
La historia ubica a este hombre bondadoso como el socio número uno de la primera Caja Popular que se organizó en Querétaro, la Santa María de Guadalupe, en 1956. Fue en Tequisquiapan, donde entonces don Luis era Vicario Parroquial. Las siguientes décadas fueron de eficaz lucha contra la usura local, de modo que en un célebre libro editado allá por 1976, don Florencio Eguía lo reconoció como “uno de los más grandes valores del Movimiento Nacional de Cajas Populares”.
Todo lo que existe hoy en el centro de la república en materia de cooperativas de ahorro y préstamo, algo debe a don Luis. Que algunas cajas hayan desviado sus objetivos y hayan abandonado su basamento popular para adoptar la lógica financiera de los bancos, nunca lo ha desilusionado; antes bien, que algunos hayan corrompido los nobles fines del cooperativismo, es la máxima evidencia de que hay que seguir predicando en favor de la solidaridad humana organizada.
La sola existencia del cooperativismo es un cuestionamiento al capital monopólico y depredador; es un síntoma de que el Estado ha abdicado de su obligación constitucional de conducir el desarrollo nacional para garantizar “una más justa distribución del ingreso y la riqueza”, máxime en nuestro días, cuando México luce con desvergüenza el galardón del país con la más profunda de las desigualdades entre los 34 miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
En la codicia humana se asientan monstruos más devastadores que los lestrigones de Telépilo de Lamos. Las grandes corporaciones, y el poder homicida del mercado en su conjunto, son el argumento más nítido en favor de la urgencia de volver al cooperativismo. Hay que sacudirse la dictadura de las bolsas de valores y sus réditos, hay que volver a pensar en la pequeña economía, en el intercambio entre productores, en el ahorro popular mediante fórmulas que rompan el espíritu saqueador y esclavizante del crédito bancario y sus crímenes nefandos.
Con su testimonio a lo largo de 90 años de vida, de los cuales 60 han sido entregados al movimiento cooperativista, actualmente integrado como asesor de la Caja Popular Florencio Rosas, don Luis insiste en que la gente común debe volver los ojos hacia la gente común –porque en realidad no tiene adónde más volver los ojos–, y ver en sus iguales la única posibilidad de salir de sus angustias. Los poderosos seguirán orinándose de la risa mientras la gente siga alimentando la desconfianza hacia sus iguales.
Pues mientras eso siga ocurriendo ahí estará el poeta para recordarnos nuestra estupidez. Habla el poeta en voz baja para que lo oigan todos: “Moradores de los suburbios […] somos los comensales no invitados que […] llegamos tarde a todas partes […] nuestros pueblos se echaron a dormir […] y mientras dormían los robaron y ahora andan en andrajos […] nos hemos apuñalado entre nosotros”.
¡Vaya manera de sintetizar la historia! ¡Vaya manera de recordarnos las pequeñas tragedias personales que tejen la gran tragedia nacional… arrastrándonos ante los poderosos, nutriéndonos de rencores, inclinados ante el dogmatismo y la ignorancia, desdeñando toda organización!
Ahí está este hombre con su vital testimonio. Un reconocimiento a su lucha y a su compromiso. Me dio mucho gusto asistir al reconocimiento que le hicieron el jueves pasado las cajas populares de Querétaro. Me dio gusto oír a Guillermo Velázquez y los Leones de la Sierra de Xichú, que no fueron el detalle folclórico de la velada, sino el símbolo vivo del arraigo popular de un queretano de muy elevados méritos, que aún camina entre nosotros con el buen humor de los sencillos. Un abrazo, don Luis. Un abrazo también para María Esther, su compañera de siempre.
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