Opinión

El Capital en el siglo XXI

Punto y seguido

Por: Ricardo Rivón Lazcano

UNO

Todo tiempo es tiempo de naufragio y ruina, aunque no únicamente de naufragio y ruina. Una fuerza que ha mitigado y, a veces, aliviado provisionalmente es la del pensamiento claro e inteligente que construye.

En la coyuntura electoral que vivimos, pronto se intensificará el fuego cruzado, tanto al interior de los partidos como en el entorno que todos habitamos. Los partidos y los candidatos, predominantemente, repetirán sus mismas consignas, lanzándose toneladas de lodo, morderán la vida privada, levantarán olas de indignación propia y ajena, pronunciarán promesas vacías. Habrá, como siempre, excepciones contadas.

Saturación en el cansancio.

Toda elección es oportunidad dice el optimista autómata. El cambio sería si sucede lo que debería: que quienes piden el voto —partidos políticos o candidatos independientes— también cambiaran. Que cuando menos —dice Francisco Báez— tuvieran la decencia de buscar fórmulas menos gastadas para cortejar al elector. Que ya no lo trataran como retrasado mental. Eso, cuando menos, disminuiría un poco el desencanto.

Opino que nada de eso sucederá.

DOS

Vivimos un proceso secular naufragio y ruina de las clases medias. México está involucrado en tal dinámica. Nos tocará observar sus nuevas estrategias de sobrevivencia. Muchos de sus integrantes, sin notarlo, acumulan riqueza reforzando la sensación colectiva del futuro incierto.

Lo anterior es parte de la reflexión de Thomas Piketty, autor de El Capital en el Siglo XXI, libro que acaba de editar el Fondo de Cultura Económica.

Un dato curioso es que el libro se ha convertido en un éxito de ventas.

La tesis fundamental del libro es el crecimiento económico socialmente incluyente, ese que caracterizó al mundo durante buena parte del siglo XX, es la excepción y no la regla.

En el siglo XXI, y particularmente en las naciones ricas, pero no exclusivamente, se observa que  el crecimiento del producto es y será inferior a la tasa de retorno del capital (ganancias, rentas, intereses, etcétera), lo que se traducirá en un incremento de la parte que le toca al capital en el pastel distributivo.

Habrá más desigualdad, lo que a su vez traerá severos desequilibrios sociales y crisis económicas recurrentes. La desigualdad amenaza la democracia, por lo que se hace imprescindible la intervención pública —sobre todo fiscal— para disminuir esta desigualdad —con políticas públicas redistributivas— y preservar las democracias.

Bajo el argumento anterior, es francamente difícil preservar la democracia mexicana, simplemente porque es imposible tener y acceder a información de tipo fiscal.

Podemos saber que el decil de los mexicanos más ricos contribuye con 48.5 por ciento del total de la recaudación del Impuesto Sobre la Renta y de la seguridad social, aportan el 32 por ciento del IVA y el 28 por ciento del Impuesto Especial sobre Producción y Servicios. Hasta ahí.

En México, la distribución del ingreso se mide a través de la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto de los Hogares (ENIGH), que realiza el INEGI.

Según la encuesta, el 10 por ciento de los hogares más ricos del país obtiene el 35 por ciento de los ingresos totales, mientras que el 50 por ciento más pobre obtiene, en conjunto, apenas el 17 por ciento. Embarga la incertidumbre cuando los datos informan que el decil de los más ricos está compuesto por personas con un ingreso promedio de 44 mil pesos. La imprecisión y las limitaciones analíticas son evidentes.

Otro de los temas que aborda Piketty es el del papel de la educación pública, sobre todo universitaria, como balanza contra el proceso de desigualdad.

Siempre habrá insuficiencias para que el Estado cumpla con sus propósitos sociales: o paga de manera insuficiente a policías, maestros y enfermeras, etc., o deja de ocupar vastas zonas, que se privatizan o quedan a la deriva.

Como la educación es el principal fuerza de movilidad social contra de la desigualdad, es además la principal fuerza para el desarrollo, lo conducente sería propiciar su crecimiento incluyente, sobre todo en los niveles superiores —que son los que permiten la mayor movilidad social—.

Por ello la creciente desigualdad en México se explica, en parte, por la insuficiencia de inversión en educación superior acorde con la demanda: el boom de las universidades privadas, de calidad y sin ella, ha contribuido en buena medida. (ver panchobaez.blogspot.mx)

@rivonrl

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