Opinión

El diablo en México

Por: Efraín Mendoza Zaragoza

Los poderes institucionales y de facto de nuestro país deben estar muy complacidos con el papa Francisco. Y es que hace días el pontífice decretó que los “culpables” de los problemas de México “somos todos” y el diablo. Insólito viniendo de un pontífice latinoamericano y crítico, con un pulso más próximo de un país donde se han diluido las fronteras entre la delincuencia y el poder público. Al no mencionar al gobierno entre los responsables de la crisis múltiple que vive el país, Jorge Mario Bergoglio le ha hecho un caro servicio al gobierno.

Y bueno, que el papa culpe al diablo de nuestros males, tal vez pase. Sabe de demonios, tiene las llaves del reino de los cielos y todo cabe en su sociología fantástica. Pero que nuestros políticos en México quieran hacer lo mismo que el papa, eso sí que no tiene perdón.

Esto viene a cuento porque en días pasados, un militar que funge como secretario de Seguridad Pública del estado de Tamaulipas, con rango de general brigadier del Ejército Mexicano, presidió una oración, dijo, para que esa entidad salga de las tinieblas y vuelva a la luz. Sólo en un país surrealista como el nuestro podemos ver que el mando supremo de los cuerpos policiacos se ponga de rodillas y pida al Dios que mande sus ejércitos para hacer lo que a él le toca hacer.

Esta es una conducta recurrente que debería ser castigada, pues con el pretexto de las creencias religiosas personales, los funcionarios abdican de sus responsabilidades y buscan que el pueblo sencillo culpe de sus males reales a seres imaginarios.

Si hacemos un poco de memoria, cómo olvidar que hace apenas dos años la alcaldesa panista de Monterrey, Margarita Arellanes, nos hizo sentirnos en el virreinato al declarar, con la mirada puesta en los cielos: “Yo, Margarita… entrego la ciudad de Monterrey a nuestro señor Jesucristo para que su reino de paz y bendición sea establecido… Abro las puertas de este municipio a Dios como la máxima autoridad…humildemente le pido a Dios que entre en esta ciudad y la haga su habitación…” Al hacerlo, la funcionaria pretendió engañar a todos. Pretendió sacudirse la responsabilidad que tiene como cabeza de las fuerzas de seguridad de Monterrey, cuando debe sujetar su gobierno a las leyes y al Estado de Derecho y no hacer cómplice de su ineptitud a divinidad alguna.

Pero este tipo de actos irresponsables no son sólo asunto de panistas. Cómo olvidar al gobernador de Chihuahua, el priista César Duarte, cuando consagró a Chihuahua al Sagrado Corazón. “Yo, César Duarte Jáquez, le entrego a Dios y a su divina voluntad todo lo que somos, todo lo que tenemos en el estado de Chihuahua… Le pido a Dios que nos ayude a cambiar todo lo que no sea de él”. Eso dijo. En ambos casos, abierta violación a la Constitución y a la Ley de Asociaciones Religiosas. Nadie podría reprocharle a esos gobernantes sus creencias privadas, lo que se les reprocha es el uso de lo religioso para encubrir sus incompetencias como funcionarios del Estado.

Cómo no recordar que antes que esos dos funcionarios, en Querétaro es frecuente que los políticos quieran endilgarle a los dioses su incapacidad como servidores públicos. En agosto de 2012, en abierto desafío al estado laico, el secretario de Gobierno, el presidente del Tribunal Superior de Justicia y varios legisladores, participaron en un acto litúrgico encabezado en la Catedral por el obispo local para “consagrar a la diócesis a los Sagrados Corazones de Jesús y María y poner en manos de Dios el Estado de Querétaro”. Y bueno, a tono con estas prácticas, cómo olvidar cuando un preguntón le pidió a un gobernador de Querétaro el nombre de sus asesores, y el gobernante respondió que su asesor era Dios.

Ojalá los tribunales de la tierra no permitan que los poderes celestiales usurpen sus funciones y hagan cumplir la ley. Poco podríamos hacer para que el papa deje de culpar al diablo de las incompetencias del Estado mexicano. Pero mucho sí podría hacerse para evitar que los políticos mexicanos rehúyan su responsabilidad atribuyendo sus actos y sus omisiones a los demonios. Debe impedirse que los políticos engañen a los ciudadanos y le endilguen a Dios las soluciones que toca construir a ellos y a las instituciones. Tienen el presupuesto, tienen a los recaudadores de impuestos, tienen a los cuerpos de seguridad y tienen las leyes.

Las leyes mexicanas prohíben que los ministros de culto intervengan en asuntos políticos y prohíben que los candidatos empleen símbolos religiosos con fines políticos (y no son pocos los casos en que los tribunales electorales han castigado estas infracciones, incluso con la anulación de elecciones, como fue el caso del vecino municipio de Yurécuaro, Guanajuato, cuando la planilla del PRI mezcló a los dioses con la política pueblerina). Y es que con frecuencia se nos olvida que México es un Estado laico.

Todos estos actos encuadran en un pensamiento opuesto a la mentalidad democrática. Es un pensamiento anclado en dogmas y no en concepciones racionales. Habría que comprender al mundo como un orden creado por los hombres. No podemos simplificar al mundo como un teatro donde se baten el bien y el mal. Cuando concibamos al orden social como obra humana, y por consiguiente algo que está en las manos de todos, entonces será posible imaginar entre todos cómo debe ser sancionado un gobierno que incumple y cómo deben ser procesados los políticos que disponen del erario como si fuera de su propiedad.

Explicar al mundo mediante diablos y ángeles es la más primitiva simplificación, abusiva en nuestro tiempo. La religión ofrece soluciones en el plano imaginario. Explica las penalidades méritos para merecer el paraíso de “la otra vida”. ¿Cómo fortalecer la democracia en la tierra con gobernantes que en lugar de enderezar políticas públicas se echan a rezar? ¿Cómo fortalecer la democracia con medios que propagan lecturas dogmáticas del mundo? ¿Cómo fortalecer la democracia con ciudadanos para los que la libertad y la justicia figuran entre los valores menos significativos?

¿Cómo fortalecer la democracia, pues? Esa es la pregunta.

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