¿El fin del capitalismo?
Por Ricardo Noguerón Silva
La mayor parte de los mexicanos nos encontramos a la expectativa de lo que ocurrirá en el plano político este 2012 que apenas comienza, sin embargo, el número de ciudadanos preocupados por su porvenir económico es sin lugar a dudas superior.
Es por todos sabido, que el difícil momento por el que atraviesa México, se debe en gran medida a las décadas de rezago en materia productiva, pero también a la debacle financiera que comenzara a afectar a los Estados Unidos en el 2008, empezando con un impresionante déficit crediticio por parte de la banca norteamericana, culminando con la disminución abrupta de la demanda de bienes y servicios en casi todo el mundo, afectando el desarrollo económico y el nivel de vida de las sociedades mundiales.
Dentro del sistema capitalista, las integración de tres clases sociales (alta, media y baja) representan la “equidad” de este modelo, conceptos fundamentales que dan forma al propio sistema, sin embargo, al comenzar el año 2012, somos testigos de la inequidad en el mismo al momento de que la gran mayoría de la población es orillada a conformar parte de la clase baja mientras sólo unos cuantos ostentan la riqueza.
De alguna manera, todo modelo social, económico y político planteado por el ser humano tiende a desaparecer, lo mismo se cree que pasa con el sistema que hace uso de la propiedad privada contando con el capital como herramienta de producción, sistema que al paso de los años, ha visto como un complemento imprescindible al propio neoliberalismo.
Para entender mejor lo que ha pasado dentro de la sociedad mundial, inmersa en una economía capitalista y neoliberal, basta con jugar una partida de “Monopoly” para darnos cuenta de que ya hemos llegado a esos extremos. Gracias a la tenue imposición y deficiente regulación del estado sobre los medios de producción de un país, se ha logrado el establecimiento de grandes monopolios y numerosos oligopolios que acaparan el mercado para posteriormente establecer una deliberada y ficticia economía de libre mercado; es decir, la oferta y la demanda regulada por el propio mercado –una de las máximas del capitalismo– es ahora controlada por las grandes corporaciones que imponen los precios a su antojo y determinan la disponibilidad del producto o servicio.
Por otro lado, según declaraciones hechas a principios de 2011 por el financiero George Soros, el sistema financiero mundial, base del sistema capitalista, está por colapsarse debido a que se encuentra en un proceso de “desintegración y autodestrucción” debido a los increíbles niveles de deuda que se han generado en la mayoría de las economías mundiales, tornándose muy complicado poder revertir este proceso.
Mientras que los líderes mundiales intentan dilucidar cómo dar solución a la crisis económica mundial, el sociólogo norteamericano Immanuel Wallerstein concluye que el capitalismo no tiene cura y que estamos presenciando la agonía de este sistema. Lo verdaderamente estremecedor de la afirmación de Wallerstein, circunda en que el fin del capitalismo moderno, al no poder sobrevivir como un sistema independiente, se encuentra en la etapa final que tendrá como consecuencia una crisis estructural de larga duración; quedando en duda cuál será el sistema que sustituirá al capitalismo; en pocas palabras, estamos presenciando, lo que algunos economistas llaman, “la peor crisis de la historia”.
Según los teóricos defensores del capitalismo, éste posee características cambiantes y de adaptación a cualquier circunstancia, sin embargo, a partir de la “creditización” de las economías mundiales, comenzando en los años ochenta en los países de primer mundo, el sistema se ha visto inmerso en innumerables “supuestas” crisis coyunturales (guerras, especulaciones financieras, devaluaciones, incertidumbre, etc.) que al día de hoy no ceden y están por detener completamente el proceso capitalista.
Actualmente, muchos esfuerzos se han hecho por estabilizar y dar continuidad a la economía mundial, sin embargo, las devaluaciones, la disminución de la productividad y la pérdida de poder adquisitivo es hoy una constante y una realidad hasta en las economías consideradas como de primer mundo.
Quizá no sea posible afirmar contundentemente la desaparición súbita del actual sistema económico (al cual por cierto estamos muy acostumbrados) pero lo que sí es un hecho, es que el mundo está cambiando y probablemente una redistribución consciente y justa de los recursos, acompañado de un planteamiento humanista en el establecimiento de las políticas públicas a nivel global, podría ser suficiente para retomar el rumbo y continuar hacia el futuro.