El México que nos merecemos
Por: Ricardo Gutiérrez Rodríguez*
Al recibir el Oscar que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas le otorgaba como mejor película a “Birdman”, su director, el mexicano Alejandro González Iñárritu, declaraba ante los asistentes al Dolby Theatre de los Ángeles California, que dedicaba ese premio a sus compatriotas en México, rogando “para que podamos encontrar y construir el gobierno que nos merecemos…”
Si tomamos en cuenta que de acuerdo a la Real Academia Española el verbo merecer significa “hacer meritos para ser digno de premio”, valdría la pena preguntarse ante esta declaración, qué meritos hemos hecho cada uno de los mexicanos para hacernos dignos de una Patria mejor, es decir, por qué nos merecemos un México diferente al que tenemos.
De pronto como mexicanos nos regodeamos en la cómoda posición pasiva en la que esperamos que el gobierno resuelva todas nuestras necesidades y asuma la culpabilidad de nuestros males, sin detenernos a pensar en cuán responsables somos de fomentar este tipo de clase política y qué podemos hacer nosotros para contribuir a tener mejores gobiernos.
Intentando sanarlo de la epidemia de trampa y desconfianza, hemos convertido a nuestro sistema electoral en uno de los más costosos del mundo, como por ejemplo el alto precio que tienen las credenciales de elector ante el incremento de candados de seguridad incorporados a las mismas. Sin embargo, en cada proceso electoral se deben de destruir un gran número de ellas debido a que los ciudadanos que las tramitaron no acudieron a recogerlas (por cierto tienen hasta el próximo primero de marzo quienes no lo hayan hecho).
El número de boletas y demás material electoral que se desperdicia en cada proceso, por que los ciudadanos no acudieron a votar, es alarmante pues, aunque es cierto que los partidos políticos en general y los gobernantes en particular, cuentan con una muy mala fama entre la población, muchas de las veces ganada a pulso, y que son ellos los que diseñan y llevan a cabo los más significativos intentos para hacer trampa en cada una de las elecciones, definitivamente somos los ciudadanos los que les permitimos, en todo caso, que se salgan con la suya, pues por desidia o en la búsqueda de mecanismos de protesta, pensamos que al no acudir a votar o anular nuestro voto, haremos que los partidos políticos reflexionen, se arrepientan de sus actos y compongan el camino… nada más alejado de la realidad, pues su posibilidad de hacer trampa se incrementa ante la apatía ciudadana, ya que les quedan más espacios de oportunidad.
La única voz que escucharán los partidos políticos será la de una ciudadanía participativa y crítica, que ponga frenos y candados a los excesos de los gobernantes, como al hecho de desviar recursos públicos a las campañas electorales, de ahí la trascendencia de que por fin se haya aprobado por el Consejo General del Instituto Nacional Electoral, este pasado 25 de febrero y ante la ausencia de siete de los diez partidos políticos, la emisión de Normas Reglamentarias sobre Imparcialidad en el Uso de Recursos Públicos, con el fin de salvaguardar la equidad en la competencia electoral, pues es innegable que los gobiernos tendrán la tentación permanente de aprovechar sus programas públicos, en particular los de carácter social, para influir en el sentido del voto de los ciudadanos beneficiados con dichos programas.
A través de los programas sociales, los gobernantes tienen acceso a información privilegiada de los ciudadanos beneficiados, quienes en su generalidad estarán agradecidos con el político y el partido que les entregó algún beneficio gubernamental, por lo que resulta necesario que se tenga un control estricto de la información con que cuenten las dependencias responsables para que no hagan mal uso de ella. Aún más, debería de impedirse que sus titulares participen como candidatos en el proceso inmediato posterior a que dejen su cargo para así, efectivamente garantizar la equidad en la contienda electoral.
Si en realidad queremos merecernos un mejor gobierno, debemos aprovechar las oportunidades ciudadanas que el propio sistema nos permite, entre ellas las de acudir a votar, la de participar como observador electoral o, si resultamos insaculados, como funcionario de casilla, e incluso como candidato independiente, porque la responsabilidad de la transformación es sólo nuestra.
*Consejero Local del INE
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