El motor de la violencia
Fernando Jiménez D.
El dinero, desde hace años, dejó de ser la medalla al esfuerzo que motivaba al trabajo. El incentivo trascendió al objetivo y arrojó contra el suelo los medios para obtenerlo. El dinero, como llave universal en el mercado, se transformó en el anhelo compartido popularmente.
Se aspira a él con un fervor ciego, sin palabras ni razonamientos. El trabajo que antes resultaba gratificante en sí (recordemos lo satisfactorio que era afirmar ser practicante de un oficio o profesión), ahora sólo adquiere validez en relación a la retribución económica que produzca. Con la desaparición del dinero del esfuerzo, por señalarlo de algún modo, se legitiman prácticas que si bien no son toleradas jurídicamente, son comprendidas popularmente.
Particularmente en nuestro país, desde la firma del TLC, la privatización de las banca y de los servicios telefónicos, es decir, hace poco más de 15 años, el neoliberalismo terminó de instalarse trayendo consigo una lista de ideales que vinieron a fijarse en el territorio. La desregulación del Estado sobre el mercado acabó por desdibujarlo y ponerlo a sus servicios, por eso pocos podrían sorprenderse cuando se asevere que la ley cabe en una tarjeta de crédito.
Con la adquisición como única oferta de realización ofrecida a la población, el bienestar se empata con la acumulación. Mareados entre las mercancías nuestras posibilidades de satisfacción son orquestadas hacia un feroz consumo con tonos cada vez más absurdos y efímeros: Productos donde la oferta es el color, el empaque o cualquier implante que rebase la anterior producción, obsoleta ante lo innovador.
La situación actual del país, permeada por la violencia (traducida a narcotráfico) nos conduce a interrogarnos sobre el recorrido que se ha realizado hasta este punto. ¿Por qué los narcos se hacen narcos? Las respuestas pueden variar infinitamente pero podríamos contestar permitiendo otra pregunta: ¿Los narcos serían narcos si no les pagaran? Es por demás sabido que la actualidad del país, con sus 50 mil muertos, arroja tantas preguntas con tan pocas respuestas que el panorama no podría ser más desesperanzador.
El manejo mediático de esta problemática ilustra de modo inigualable los excesos en la persecución monetaria. Primero del lado de los narcotraficantes, quienes no temiendo al repudio ejecutan a semejantes sin mayor motivo que el pago sistematizado de una jornada laboral.
Las torturas y los sanguinarios asesinatos, diversos en momentos, instrumentos y formas, nos hacen preguntarnos qué es lo que motiva tal despliegue de violencia. El estrado mediático, inaugurado por los cada vez más numerosos spots sobre seguridad del Gobierno Federal, dota a la violencia de cierta plusvalía.
Presentado como medalla, el número de ejecuciones adjudicadas al detenido vigoriza al grupo delictivo al que éste pertenece. ¿Quién gana más? Los más sanguinarios, los más fríos, los que devoran. Cuando antes un tiro en la sien bastaba para terminar una disputa, hoy resulta una nimiedad ante los degollados, desollados, descuartizados, colgados, encobijados y demás ejecutados de los modos más cruentos.
Por el lado de las autoridades, el fuego es directo y certero. La estrategia de acabar con el narcotráfico se desplaza a acabar con los narcotraficantes. Disparando a matar, la ley se reduce a reclamar la vida de los delincuentes.
Reflexionando más sencillamente recordamos que el delito es la transacción. El tráfico de narcóticos que, siendo prohibidos o limitados jurídicamente, adquiere un valor exorbitante que monetariamente justifica cada gota de sangre derramada por culpables, jueces, ejecutores e inocentes.
Preguntémonos ¿por qué se responde violentamente a un problema que a todas luces se expresa como económico, en cuanto a la transacción/prohibición que significa? ¿No sería menos costoso a las vidas de la nación perseguir a los lavadores de dinero? ¿No resultaría más justo preguntarnos por qué el narco es un negocio?, es decir, ¿por qué, siendo ilegal, resulta un éxito financiero? Sorprendente es que se prefiera sacrificar vidas que ganancias e intereses.
Si hoy se forjara un nuevo cuerno de la abundancia, es decir, el símbolo de la prosperidad y la completitud creado en la mitología griega cuando Zeus provocó que del cuerno de una cabra saliera todo lo que se necesitase, seguramente, hoy 2011, saldría pura, llana y simplemente dinero.