El síndrome de Estocolmo en el sistema escolar mexicano

Por María del Carmen Vicencio Acevedo
En 1973, en Estocolmo, Suecia, un grupo de ladrones atracó al Kreditbank y mantuvo secuestrados por seis días a tres mujeres y un hombre. Cuando llegó la policía, una de las víctimas se resistió al rescate y a atestiguar contra los delincuentes. Dicen incluso que fue sorprendida, besándose con uno de ellos. Por eso se llama síndrome de Estocolmo a esa extraña situación, por la que la víctima de un rapto desarrolla una relación de complicidad con su secuestrador, ayudándolo a alcanzar sus fines y negándose a denunciarlo o a colaborar para ser liberada.
La educación en México “está secuestrada”, denuncian varios investigadores de amplio reconocimiento, en el libro El secuestro de la educación. El sexenio educativo de Elba Esther Gordillo y Felipe Calderón (Ed. UPN-La Jornada), coordinado por el doctor César Navarro Gallegos; texto indispensable para comprender lo que sucede actualmente con nuestro sistema escolar. Yo agregaría que, además de haber sido secuestrados, muchos mexicanos padecen (o padecemos) el síndrome de Estocolmo, pues más que luchar por liberarse, se autocensuran.
Sobre esto reflexionamos recientemente en dos foros, uno en Querétaro, el 15 de mayo, durante la presentación de dicho libro; otro en la UPN-Ajusco, el 1º de junio, el “Foro de reflexión y análisis en defensa de la educación pública”, convocado por más de 20 organizaciones de académicos y estudiantes, con ponentes de la talla del doctor Ángel Díaz Barriga (quizá el primer experto en México sobre evaluación educativa) o Tere Garduño Rubio (presidenta de la Federación Internacional de Movimientos de Escuela Moderna, experta en análisis curricular), entre otros.
Ambos foros tuvieron sobre el público un efecto iluminador, similar al que vivió Neo, protagonista de Matrix (1999). Neo había sufrido toda su vida una sorda y molesta sensación de que en el fondo, más allá de lo evidente, algo anda muy mal. Cuando recibe una extraña advertencia digital, “Matrix te posee”, Neo inicia una búsqueda desesperada de respuestas a preguntas que lo atormentan: ¿qué es Matrix?, ¿por qué me posee? Así descubre que lo que creía “realidad”, no es más que una simulación virtual, que percibe mediante un cable enchufado a su cerebro. Los miles de millones de personas, conectadas a su alrededor, son “cultivadas” del mismo modo para dar energía a “las máquinas”. The Matrix es esa ilusión colectiva de “realidad”.
De modo similar al cuento El traje nuevo del emperador, estos foros develaron nuestra dramática realidad. En ese cuento, un pequeño descubre el fraude de unos sastres bribones, que confeccionaron para el monarca un “maravilloso” (y carísimo) traje, “visible sólo para los inteligentes”. Durante el pomposo desfile, en medio de la multitud anonadada, gritando vivas al rey y al traje, un niño, que aún no sabía simular, gritó divertido: “¡Recórcholis, el rey está desnudo!”
Mientras los medios masivos discuten quién va más adelante en las encuestas electorales y, en otro flanco, descargan su artillería pesada contra los maestros disidentes, se imponen a rajatabla y sin que la mayoría se percate, los “maravillosos” (y carísimos) “acuerdos” 465, 592 (entre otros), amarrados a la prueba Enlace, cuyos valores, invisibles para “los incompetentes”, definen las reglas del desmantelamiento de la educación pública, ponderando el tramposo “mérito individual”, como casi único criterio, para las nuevas definiciones de ingreso, promoción y permanencia en el sistema escolar oficial; así como “la gestión” como nueva función sustantiva, para la asignación de recursos (sólo a las escuelas “que lo merezcan”).
Ambos foros ratificaron varias cosas, que ya he señalado: el sentido persecutorio y punitivo de esa mal llamada “evaluación”, que no mide ni evalúa lo que debiera y que sí ocasiona serios problemas académicos y sociales (exclusión, terror, corrupción, simulación, violencia); sus abundantes y graves inconsistencias, contradicciones, errores lógicos y epistemológicos; la desviación de recursos públicos hacia la carísima parafernalia burocrática que se ha construido en torno a ella (cuyos beneficiarios son muchos ex funcionarios del sistema), así como la difamación mediática de los maestros críticos.
Contrariamente a lo que se difunde, lo que los profesores razonables (bien informados y comprometidos con el pueblo) exigen en sus manifestaciones es una evaluación integral, científica, formativa, procesual, que considere todos los factores involucrados en el aprendizaje. Esto implica evaluar: la pertinencia del sistema, de sus reformas en su totalidad, de sus políticas públicas (curriculares, de lectura, de asignación y distribución del presupuesto y plazas, de examinación, etcétera); la probidad y competencia de los tomadores de decisiones, diseñadores, aplicadores, evaluadores y certificadores; los antecedentes y situaciones bio-psico-socioculturales y económicas que impactan a los educandos; la situación infraestructural y organizativa de las escuelas; las condiciones laborales, etcétera.
Especialmente ilustrativa fue la conferencia del doctor Díaz Barriga, quien expuso un ejemplo de una forma (chilena) mucho más razonable de evaluar al docente, que articula, en varias etapas a lo largo del ciclo escolar: su propia reflexión escrita sobre la práctica, una entrevista con un experto solidario para reconocer sus dificultades y orientarlo a superarlas, un portafolios con evidencias, un correspondiente análisis sobre el proceso y los productos de su trabajo, reuniones académicas para analizar experiencias exitosas, entre otros.
Una evaluación integral, construida y acordada con (y no contra) los maestros implicaría emprender las transformaciones radicales que requiere el sistema educativo y que nuestras “autoridades” no están dispuestas a asumir, por los muchos compromisos que ya adquirieron con agentes extraños al pueblo.
metamorfosis-mepa@hotmail.com
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