Opinión

El temblor y sus lecciones

Por: Edmundo Gonzalez Llaca

Toda amenaza tiene su miedo, y el que provoca el temblor es uno de los más terribles. Es una amenaza que no es familiar; es un enemigo con el que no es posible negociar, intercambiar algo, persuadir, suplicar. Utilizar todas las estratagemas que bien conocemos. Es más, ni siquiera huir, pues es un peligro omnipresente, sin remedio, sin antídoto.

El temblor es una especie de furor divino, inaccesible, incomprensible. El miedo que provoca no tiene siquiera la voluptuosidad del vacío o del filo de una navaja. Nada. Es un miedo con un soplete congelado que destruye los velos de la frivolidad, las telarañas mezquinas de las depresiones, las infinitas máscaras del narcisismo. Todo lo desaparece y nos coloca en el umbral frío y simple: la vida o la muerte.

El temblor es un Midas del terror, lo que mueve, lo transforma. De improviso, los muros que nos protegen ahora nos amenazan; ese hermoso regalo que tanto apreciamos se balancea peligrosamente; el librero que tanto amamos cruje. Todas las cosas que nos rodean y por lo que tanto hemos luchado son guadañas con diferentes formas.

Es un miedo que no se va, pues nace de un peligro que no tiene tiempo, que no está lejos, ni ha pasado. Es un verdugo que está aquí, abajo de nosotros, agazapado; que parece alimentarse de vidrios rotos, puentes destruidos, bardas caídas, casas y edificios colapsados. Es indiferente, misterioso, sin culpa.

Es un miedo absoluto, total. Pudre el alma, el cuerpo, la emoción. Es integral, casi sobrenatural. Es la otra cara del orgasmo.

En fin, no se trata de hacer una apología del miedo, simplemente comparto con el lector mi forma de exorcizarlo y el único método que creo existe para dominar al miedo: hablarlo, escribirlo, desmantelarlo, saturarlo. El silencio, el disimulo, multiplican las alas de su principal cómplice: la imaginación.

Cada quien su estrategia, lo importante es evitar que el miedo se instale entre nosotros; que dicte su ley de impotencia y de insomnio. Este maldito miedo que nos eriza, pero sin vigor; nos pone alertas, pero sin reflejos.

Los temblores en la República se repiten con una frecuencia alarmante que nos indica que debemos aprender a convivir con esta mortal amenaza y extraer sus mejores lecciones. Dos de ellas me interesa compartir con el lector.

Primera. Un temblor es físicamente un movimiento de masa terrestre que requiere de una energía inimaginable. Debajo de nuestros pies existe todo un mundo que frío e indiferente a cualquier existencia, en forma lenta y desconocida por nosotros, cambia y se transforma. Ante esta fuerza, la humanidad, que con la tecnología pareciera que tiene domesticada a la naturaleza, demuestra que realmente somos insignificantes e intrascendentes. Cualquier soberbia es realmente ridícula.

En fin, el control que pueden ejercer la ciencia y la tecnología ante la realidad física que nos rodea es una minucia. La primera gran lección de los temblores es la humildad, existe un poder que nos obliga a reconocer la pequeñez y la fugacidad del ser humano.

La segunda gran lección de los temblores se deriva de la anterior, la humildad no significa que debamos vivir aterrorizados. Mandemos a volar al miedo. Vamos a vivir con mayor respeto a la naturaleza, pero también con más intensidad por los que se han muerto, con más amor por los que ya no pueden amar. Vamos a defender esta vida. Con calma, pero con pasión. Es la única que tenemos.

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