En busca de ideas precisas
La gente fina, que no usa nunca términos malsonantes, no pronuncia jamás la palabra adulterio. Nunca dicen la duquesa de tal comete adulterio con fulano de cual, sino la marquesa A tiene trato ilícito con el conde de B. Cuando las señoras confiesan a sus amigos o a sus amigas sus adulterios, sólo dicen: “Reconozco que le tengo afición».
Punto y seguido
Por:Ricardo Rivón Lazcano
Umberto Eco sugería que la educación volviera a la forma en que se encontraba cuando los talleres del Renacimiento. Allí, los maestros no necesariamente hubieran sido capaces de explicar a sus alumnos por qué una pintura era buena en términos teóricos, pero lo hacían de forma más práctica: esto es lo que puede parecer y esto es lo que tiene que parecer, esta es una buena mezcla de colores, etc.
El mismo criterio se debe utilizar en la escuela cuando se trata de Internet. El maestro debe decir: “Elige cualquier tema clásico, ya sea la historia de Alemania o la vida de las hormigas. Consulta 25 páginas web diferentes y, por comparación, trata de averiguar la cantidad de buena información que contiene”. Si diez páginas describen lo mismo, puede ser una señal de que la información es la correcta. Pero también puede ser un signo de que algunos sitios simplemente copian los errores de los demás.
Voltaire
Abuso de las palabras
Las conversaciones y los libros raras veces nos proporcionan ideas precisas. Se suele leer en demasía y conversar inútilmente. Es, pues, oportuno recordar lo que Locke recomienda: definir los términos.
En todas las polémicas que se entablan acerca de la libertad, uno de los argumentadores entiende casi siempre una cosa y su adversario otra. Luego surge un tercero en discordia, que no entiende al primero ni al segundo, pero que tampoco lo entienden a él. En las disputas sobre la libertad, uno posee la potencia de pensamiento de imaginar, otro la de querer y el tercero el deseo de ejecutar; corren los tres, cada uno dentro de su círculo, y no se encuentran nunca.
Adulterio
La gente fina, que no usa nunca términos malsonantes, no pronuncia jamás la palabra adulterio. Nunca dicen la duquesa de tal comete adulterio con fulano de cual, sino la marquesa A tiene trato ilícito con el conde de B. Cuando las señoras confiesan a sus amigos o a sus amigas sus adulterios, sólo dicen: “Reconozco que le tengo afición”. Antiguamente, declaraban que le apreciaban mucho, pero desde que una mujer del pueblo declaró a su confesor que apreciaba a un consejero y el confesor le preguntó: “¿Cuántas veces le habéis apreciado?”, las damas de elevada condición no aprecian a nadie… ni van a confesarse.
Ambrose Bierce
Diccionario del diablo
Admiración. Reconocimiento cortés de la semejanza entre otro y uno mismo.
Altar. Sitio donde antiguamente el sacerdote arrancaba, con fines adivinatorios, el intestino de la víctima sacrificial y cocinaba su carne para los dioses. En la actualidad, el término se usa raramente, salvo para aludir al sacrificio de su tranquilidad y su libertad que realizan dos tontos de sexo opuesto.
Ancianidad. Época de la vida en que transigimos con los vicios que aún amamos, repudiando los que ya no tenemos la audacia de practicar.
Baco. Cómoda deidad inventada por los antiguos como excusa para emborracharse.
Beber. Echar un trago, ponerse en curda, chupar, empinar el codo, mamarse, embriagarse. El individuo que se da a la bebida es mal visto, pero las naciones bebedoras ocupan la vanguardia de la civilización y el poder. Enfrentados con los cristianos, que beben mucho, los abstemios mahometanos se derrumban como el pasto frente a la guadaña. En la India cien mil británicos comedores de carne y chupadores de brandy con soda subyugan a doscientos cincuenta millones de abstemios vegetarianos de la misma raza aria. ¡Y con cuánta gallardía el norteamericano bebedor de whisky desalojó al moderado español de sus posesiones! Desde la época en que los piratas nórdicos asolaron las costas de Europa occidental y durmieron, borrachos, en cada puerto conquistado, ha sido lo mismo: en todas partes las naciones que toman demasiado pelean bien, aunque no las acompañe la justicia.
Cartesiano. Relativo a Descartes, famoso filósofo, autor de la célebre sentencia «Cogito, ergo sum», con la que pretende demostrar la realidad de la existencia humana. Esa máxima podría ser perfeccionada en la siguiente forma: «Cogito, cogito, ergo cogito sum» («Pienso que pienso, luego pienso que existo»), con lo que se estaría más cerca de la verdad que ningún filósofo hasta ahora.
(Ver: Clionauta, Diccionario filosófico Voltaire y Diccionario del Diablo)
@rivonrl