¿En dónde están sus papás?
Por: María del Carmen Vicencio
El pasado 8 de enero, varios jóvenes, de entre 15 y 25 años, concretaron físicamente, en pleno centro capitalino, la riña que ya traían en Facebook. Esto desconcertó a muchos. ¿Qué pasa con esos muchachos que acuerdan tales convocatorias?
Entre los preocupados, el alcalde Marcos Aguilar, reconoció públicamente el problema de ruptura de nuestro tejido social: “¿Dónde están los padres de estos jóvenes?, es una responsabilidad que únicamente está en sus casas y debe ser atendida con rigor y con firmeza (…), no podemos nosotros (gobierno) sustituir su función a través de la policía” (ADN Informativo, 11/01/2016). Cierto, la policía no es la mejor opción.
El acoso escolar, rebautizado ahora como “bullyng”, también sigue preocupando. El uso de ese anglicismo, ¿se debe al malinchismo, o indica el agravamiento de conductas que antes eran “naturales”?; ¿contribuye a sacudir la conciencia sobre la normalización en que caímos, o algo extra sucede hoy, que enferma gravemente a los chicos?
En EEUU, Barak Obama intenta el control de armas, ante recurrentes masacres, perpetradas, en especial, por colegiales contra sus compañeros y maestros. ¿Qué pasa con esos chicos?, ¿por qué sus padres no pudieron prever tales desenlaces? La violencia juvenil de Occidente parece sin sentido. Aunque similar en resultados, es el reverso de la que ejercen, por ejemplo, esos muchachos islamitas, dispuestos a auto inmolarse con tal de dañar al enemigo; convencidos de que su venganza “heroica” es necesaria para desagraviar y lograr el equilibrio. Sus padres, muchas veces están detrás, impulsándolos.
La película “Hoy empieza todo” (de Tavernier, 1999) ofrece algunas pistas para comprender qué pasa. Un día, en una aldea pobre de Francia, los educadores de un “kínder” descubren, que alguien irrumpió en la escuela, la noche anterior, causando graves destrozos. El vándalo confeso, resultó ser el pequeño hijastro del director, quien explicó que “sólo quería jugar una broma”. Ante el reclamo de la madre, el chico alega, grosero: “No entiendes nada; nadie entiende nada”.
El contexto de esa escuela “del primer mundo” es muy dramático, y muy similar al de muchas escuelas mexicanas (según me toca observar): padres y madres de familia sufren gran precariedad, sin trabajo estable, sin dinero, o sin tiempo libre y sin dignidad; enfermos o con fuertes depresiones, que los llevan a entregarse a la tele, hasta la madrugada, y a dormir durante el día, descuidando a sus retoños. Los maestros viven abrumados, no sólo por sus alumnos, sino por tantas presiones y exigencias neoliberales de funcionarios insensibles, a quienes no importa expulsar a los que no pueden pagar las cuotas.
El Informe Nacional sobre Violencia y Salud (UNICEF-México, 2007) indica que más del 60% de menores de 14 años han sufrido algún tipo de violencia; muchas veces en casa y ejercida por su madre. En los últimos 25 años, cada día, 2 menores de 14 años murieron asesinados, y 12 adolescentes varones cada semana; mientras que 10 se suicidaron.
Desde hace años, varios científicos sociales y maestros normalistas, han advertido sobre los graves peligros que generan ciertas decisiones de la clase política (subordinada al Gran Capital), para ajustarse al modelo neoliberal dominante. Decisiones que convierten los cargos públicos en botín y suplen al debate democrático con guerras por el poder egoísta, o con alianzas partidistas promiscuas, sólo para tener ventajas y ganar impunidad; que provocan la precarización y enajenación del trabajo; que buscan evadir la responsabilidad de garantizar a la población buenos servicios públicos de salud, seguridad social, transporte, educación y recreación; en cambio, condonan impuestos a los grandes consorcios, y les permiten suplir los espacios públicos, mercantilizar la educación, inocular su ideología de competencia feroz y éxito individual, denigrar a los profesores, destruir sus comunidades escolares, enfrentando a todos contra todos.
¿Qué pasa con esos jóvenes violentos? Aprenden del mercado, que ser solidarios es “ser débiles”, que sólo existe el presente, que todo se reduce a comprar, a exhibir su “fuerza” y su “superioridad”.
Por supuesto que los padres de familia también son responsables y urge que recuperen las riendas familiares. Pero mayor responsabilidad tienen, quienes deciden por nosotros y, sin preguntarnos, imponen el orden neoliberal, que nos lleva al desastre.
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