Opinión

En medio de la nada

Tigres de papel

Por: José Luis Alvarez Hidalgo

La violencia es la vejación última de lo que entendemos por humanidad.

Es una enfermedad de la sociedad.

José Saramago

La impresión de que nos encontramos en el centro de un vacío existencial se recrudece con el fin de año. “Tengo frío en el alma”, diría el poeta y esa ingrata sensación térmica invade todos los rincones de nuestro acalambrado ser. Ayotzinapa es el río caudaloso que ahora se desborda y lo inunda todo: ha congregado a los escépticos, a los indiferentes y apáticos a proferir alguna maldición respecto al tema que nos ocupa.

Nadie ha salido bien librado de esta barbarie; nadie va a dar su brazo a torcer en esta gran batalla mediática que han dado los muertos y los desaparecidos de esta historia de horror. Nunca una ausencia fue tan notoria: “Nos faltan 43” es el grito unánime de un país acostumbrado al silencio y así exhibir la podredumbre de quienes nos gobiernan. La clase despótica en el poder desfila desnuda por las calles y se le escupe a la cara por la muchedumbre enardecida, a partir de la noche triste de Iguala de aquel inolvidable 26 de septiembre.

Ya no somos los mismos. Nunca lo seremos. Ni siquiera la noche oscura del 2 de octubre de 1968; ni tampoco la tarde de corpus cristi del 10 de junio de 1971, levantaron esta polvareda mediática donde casi todo puede decirse y casi todos pueden hacerlo. Ayotzinapa lo ha invadido todo: ha impregnado las artes y todos los artistas se llenan la boca con el terrible vocablo y lo escupen transformado en fuego para crear su obra: les brota por los ojos, los oídos y la piel : Ayotzinapa, mil veces. Todas las veces.

Este río caudaloso de información y mentiras mendaces, ha rebasado todas las fronteras virtuales y reales: se le ha visto rebosante en Facebook, Twitter, en todas las redes sociales, en los medios masivos tradicionales, en todos los espacios de convivencia social habituales. Ayotzinapa nos rebasa con mucho y nos increpa esa doliente enfermedad que padecemos. Es la violencia la oscura emisaria de la gran tragedia mexicana a todos los confines del universo, donde ha calado hondo en connacionales y nativos de otras tierras que se ven inmersos en este océano que conduce a la nada.

Tres naciones nos han puesto una madriza memorable: el encarcelamiento del estudiante chileno Maxwell la noche infame del 20 de noviembre, suceso que dio la pauta a su hermano Dennis de expresar que aquí se vive “en medio de la nada.” Otro cataclismo mediático lo provocó el más humilde de los jefes de Estado: se llama José Mújica y es presidente del Uruguay y quien, con toda su proverbial sabiduría, nos espetó a la cara la tremenda verdad de lo que somos. Y como a nadie le gusta que le digan sus verdades, tuvo que recular para evitar la caída definitiva de Peña Nieto.

El último episodio de esta agonía que no termina lo protagoniza la televisora francesa France 24, al revelar la atrocidad que nos faltaba: los 30 desaparecidos de Cocula; los 30 estudiantes de secundaria sacrificados en nombre de la nada el último día de clases del 7 de julio de este año de pesadilla. Se los llevaron sin saber por qué, sin razón alguna, sólo porque en este país está permitido masacrar a quien sea sin castigo; se los llevaron a ninguna parte, ahora van a poblar nuestros horizontes simbólicos de un nuevo pesar y la ecuación se hace perfecta: 43+11+30 y los miles y miles que nos faltan y que exigimos nos los devuelvan con vida.

Me quedo con la terrible caricatura de El fisgón publicada el 27 de noviembre: un estudiante (de secundaria) le pregunta a otro: ¿Y a ti qué te gustaría ser de grande? ¿Desaparecido o preso político? El otro jovencito no responde y se queda con la mirada perdida en el insoportable vacío.

¡Libertad a los 11 presos políticos del jueves negro del 20 de noviembre!

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