Erotismo, sexo y poder

AMOR, HUMOR Y MUERTE
Por: Edmundo González Llaca
A Hugo Gutiérrez Vega, nuestro Vasconcelos del Bajío,
por su merecido ingreso a la Academia Mexicana de la Lengua.
Furiosa, a punto de perder el control personal, una airada amiga perredista me dice: “Peña Nieto no hubiera ganado las elecciones, si es que las ganó, si no hubiera sido porque está guapito, aunque a mí me parece un ñoño. Recuerda que las viejas locas le gritaban: ‘¿Bombón te quiero en mi colchón’. Atrévete a negar Edmundo que el sexo tiene mucho que ver con la política y que Peña Nieto por eso ganó.”
Aunque mi amiga no hubiera tenido razón, ante su cólera partidista, jamás me hubiera atrevido a desmentirla. Afortunadamente sí hay una relación entre el erotismo, el sexo y el poder. Una artista francesa que duró muy correteable hasta la edad madura, llamada Jeanne Moreau, en una entrevista dijo: “En la vida todas las relaciones son relaciones de poder”. El entrevistador le inquirió: “¿Hasta el amor?” Ella respondió: “Hasta el amor. La única diferencia es que en el amor se elige de quién ser esclavo”.
Recordemos que el erotismo es una mágica pócima donde se combina la neurona con la hormona, la inteligencia con el sexo y la imaginación con la carne. El amor tiene relación con estos factores, pero es un resultado que desborda los componentes y se forma un sentimiento que ya es palabra mayor.
Sobre esta base no creo que tengan mucho que ver, el poder y el amor, incluso pueden ser excluyentes, pues el poder está relacionado con el egoísmo y la desconfianza, y el amor con la entrega incondicional. Los políticos, es reconocido, que no son muy queridos, y no me refiero sólo a Carlos Salinas, sino en general. La frase de un autor cuyo nombre se me escapa es lapidaria: “A más poder, menos amor”.
Ciertamente, el poder puede ser, e incluso buscarse, como un sustituto del amor. El poder provoca admiración, que es un camino al amor. Querer a alguien para acceder a los valores que representa es un lugar común, aunque la desilusión venga cuando el beneficiado pierde ese poder. Cuando el líder obrero Fidel Velázquez cumplió 90 años, le preguntaron qué deseaba en la vida, él respondió: “Poder”. El periodista lo interrogó extrañado: “¿Poder? ¿Pero que no le parece suficiente todo el poder que tiene?” Fidel respondió socarrón: “Yo quiero poder, para poder”.
La respuesta sugerente del fallecido líder obrero nos da la pauta para entrar a una faceta del erotismo: la sexualidad. Este instinto, por más tiernos y delicados que sean los participantes, tiene elementos violentos, no en balde al acto sexual se le dice: “La guerra civil de los sentidos”. La agresividad está presente en la cópula y con ella el poder. Al acto sexual incluso se le asocia con una doma, es la famosa potra de nácar de García Lorca, “sin bridas y sin estribos”.
El deseo sexual está relacionado con la posesión. El novelista francés Barbey d´Aurevilly se estaba tratando de ligar a una mujer y ella le respondió indignada:
–Usted me toma por otra.
–No señora, la tomo para mí.
Recientemente la prensa ha dado a conocer casos donde algunos sujetos encarcelan a mujeres para tenerlas permanentemente bajo su dominio y a su plena disposición.
Para algunos, como ese gordo aterrador y genial de Sade, el poder en la relación sexual era una condición, con la agravante del sufrimiento. Su erotismo lo vinculaba con la algolagnia (palabrita para apantallar al lector), es decir, la búsqueda del placer sexual en el dolor y por el dolor. Escribía: “… hacerle experimentar (al acompañante) duramente esta manera de suplicio…, divertirse con su llanto…, inflamarse por sus retorcimientos voluptuosos que arranca el dolor a la víctima castigada, hacer correr su sangre y sus lágrimas, gozar en su hermoso rostro de las contorsiones dolorosas.”
Sade era francamente muy cargado, pero en sus loqueras existe un elemento casi imprescindible de un erotismo, digamos dialéctico, donde agonía y éxtasis se tocan y se confunden. En el acto sexual él ponía en práctica su apellido, pero después también pedía que la crueldad se ejerciera contra su cuerpo. El dolor no era tanto dolor pues se buscaba como placer. Sade era sádico y masoquista, en el fondo su obsesión era violar todo lo que fuera norma, mandamiento, ley, costumbre.
El erotismo es un desafío al poder que sólo se puede llevar a cabo porque se confía en el propio poder. Semejante derroche de vitalidad va insoslayablemente acompañado del perfume del pecado y la transgresión, ya de perdida, de la clandestinidad. La obra de Sade es el ejemplo más radical, en ella placer, dolor, víctima, verdugo, sujeto u objeto, esclavo, amo, lo que sea, pero que sea desobedecer, destruir, escandalizar, invertir, pervertir. Los valores de cabeza y la vida como un sentir sin sentido.
La relación de la sexualidad con poder se remonta también al despliegue físico e intimidatorio de la mujer en la alcoba, mismo del que ellas se vanaglorian. Lise Deharme, una escritora surrealista de finales del siglo XVIII, se preguntaba:
–¿Por qué las mujeres no corren tras los hombres?
Se respondía:
–Por la misma razón que las ratoneras no van tras los ratones.
El hombre reconoce humildemente esa supremacía femenina en el ámbito intenso y fatigoso del placer. Mi tocayo Edmundo O´Gorman, confesaba: “Después de muchos años he descubierto que el sexo débil ni es tan débil, y el sexo fuerte ni es tan sexo”.
El erotismo tiene relación con el poder pues se considera que la belleza es el mayor de los poderes, sobre cualquier otra consideración. Friné, una cortesana griega súper cuero, incluso Praxíteles la había utilizado para esculpir a la Venus, fue acusada de blasfemia e impiedad. Su abogado la llevó ante el Tribunal popular y no encontró mejor medio de defensa que desnudarla, después de que todos los jueces la vieron como Dios la trajo al mundo, claro, con nuevas medidas, le preguntó al Tribunal: “¿Ustedes creen que una mujer tan bella puede cometer delito alguno? Los jueces perdonaron todo a Friné y, lo más probable, es que también le pidieron su dirección.
La sexualidad tiene relación con el poder en ese dominio que se ejerce sobre otros hombres al estar con sus mujeres. Felipe de Orleans es descubierto en plena maroma con la mujer de otro. El cornudo le reclama:
–Pero monseñor, eso no está bien, póngase en mi lugar…
–Es lo que estoy haciendo, amigo mío.
Con quien tiene más relación el poder es con la seducción, pues comparte con el erotismo su misma naturaleza ontológica, su mismo rasgo: el matiz. El erotismo es insinuación, penumbra, sutileza. Deja siempre a la imaginación un espacio para que sea completado por quien observa, siente, prueba huele o escucha. No es coraza, es velo. Ni agua, ni fuego, ni aire, ni materia, sino atmósfera, que lo es todo.
La relación del erotismo con el poder la ubicamos desde la palabra misma. Seducir viene de se-ducere, que significa “llevar aparte”, “desviar a alguien de su vía”. Se tiene poder cuando se impone la voluntad personal sobre otras voluntades. Luis Miguel o Tom Cruise no seducen, los malvados se aparecen y las mujeres caen rendidas. El seductor tiene que vencer resistencias, enfrentar obstáculos; imponerse; superar lo que de principio la víctima no acepta.
El seductor utiliza las armas del erotismo, es tan intelectual como concupiscente; provoca tanto el placer de la carne como el de la neurona. El seductor desea el cuerpo de la seducida, pero igual que el erotismo es un vicioso de la voluptuosidad de la complicidad de las mentes y la imaginación.*
Algunos autores, como Alberoni, afirman que los uniformes, imagen del poder, son excitantes, eróticos para las mujeres. Efectivamente, Pedro Infante, Jorge Negrete y otros galanes salían frecuentemente en las películas vestidos de militares. No estoy seguro, pero para probar, tal vez un día de estos me disfrazo de general, o ya desesperado de policía de crucero.
Espero sus comentarios en www.dialogoqueretano.com.mx donde también encontrarán mejores artículos que éste.
* Para mayores y mejores reflexiones sobre el tema, véase mi novela: Guía del Seductor (con un ejemplo práctico). 1a Ed., Random House Mondadori-DeBolsillo, México, 2006. Cómprenla, recomiéndenla y no saquen copias.
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