Opinión

¿Es Carlos Salinas el autor intelectual del asesinato de Colosio?

Amor, humor y muerte

Por:Edmundo González Llaca

Hay una pregunta recurrente que me hacen mis amigos: ¿Es Carlos Salinas el autor intelectual del asesinato de Colosio? No podría decirlo, no estuve en la investigación, pero la pregunta me parece bastante inútil; la sociedad ya emitió su veredicto, por cierto, inapelable, por más que le presenten pruebas, estudios, peritajes, películas y confesionales. ¡Nada! Quien lo mandó matar fue Salinas.

Habrá quien considere que para confirmar esta sentencia popular es necesario que se descubra un video tomado de noche, donde al fondo aparece el expresidente debajo de un poste de luz que apenas alumbra, pero se le identifica porque su calva brilla con un tenebroso resplandor. Es un video en el que debe aparecer acompañado de Aburto en animada plática, y de pronto, sin más, Salinas le da una pistola y antes de decirle adiós saca un fajo de billetes que también le entrega. Aburto se faja la pistola y sin contar el dinero lo guarda en una bolsa de papel. Esboza una leve sonrisa de satisfacción. Finalmente, se despiden. Me temo que nunca se encontrará este video, pero lo más importante: la sociedad, para emitir su juicio, tampoco lo necesita.

Personalmente, lo más cierto y comprobable que puedo decir es que, viviendo desde adentro la campaña de Colosio, el ambiente era denso y angustiante, la razón era que Carlos Salinas se mantenía reticente y esquivo a dar un testimonio absoluto de apoyo a Colosio. Como un viudo que observa agonizante que su bella mujer, a la que adora, y que es la Presidencia de la República, por su propia iniciativa se prepara para entregarse al nuevo pretendiente a quien, por cierto, él mismo había elegido. Es un espectáculo que lo desgarra. No termina de resignarse, le asaltan los celos y las dudas y los deja traslucir, ya que reiteradamente se arrepiente de haber entregado a quien creía que sólo él se la merecía. La clase política se percata de esta veleidad del despechado y comparte el desdén del Ejecutivo a la campaña.

Prueba de lo anterior es que Salinas, ya candidato Luis Donaldo, tuvo que salir a leerle la cartilla a muchos priístas y decir: “No se hagan bolas”. Colosio es el bueno. Lo tuvo que decir, cuando él mismo había favorecido esa posibilidad al nombrar a Manuel Camacho como negociador con Marcos.

Cuando Salinas volvió a resucitar a Colosio como candidato, en el equipo de campaña respiramos tranquilos, pero fue sólo por unos días, pues luego vino el discurso del 6 de marzo, en el que Colosio marca su distancia de Salinas y genera ya una imagen definida. El entusiasmo que provoca en amplios sectores de la sociedad el llamado de Colosio contrasta con lo gélido de la respuesta de Salinas. El malestar de la presidencia era evidente. El divorcio de los dos hombres fuertes del sistema político, quizás apresurado, nos interesó poco; después de todo, la campaña levantaba y Donaldo contaba con un apoyo diferente, social y superior al del grupo salinista. El triunfo se vislumbraba más cierto que nunca.

En fin, antes de manifestar mi hipótesis sobre el crimen, quiero compartir un antecedente que es la base de mi juicio sobre Salinas.

Voy a recordar un hecho histórico que me platicó mi querido y admirado maestro Rodolfo Mendiolea. Estaba el entonces presidente Adolfo López Mateos departiendo muy alegre en una comida, cuando uno de sus ayudantes le llevó una tarjeta en la que le informaban de nuevas invasiones del líder campesino morelense Rubén Jaramillo. A Don Adolfo se le descompuso el rostro, arrugó la tarjeta y enfurecido la aventó a la mesa, al mismo tiempo que decía: «¡Qué bien está fregando Jaramillo! Ya me tiene harto». Días después, obviamente sin que lo ordenara el presidente, fue asesinado cobardemente Jaramillo, junto con su esposa embarazada, su hijo adolescente y varios de sus colaboradores.

¿Quién nos dice que en el caso de Colosio no ocurrió algo semejante? ¿Habrá habido, como en la época de López Mateos, alguien cercano al presidente con esta maldita y obscura iniciativa? Unos dicen que su hermano, otros que Córdova Montoya. No sé si Salinas sea el autor intelectual de Colosio, ni me atrevo a especular sobre eso ni acusar a los también señalados. Sería totalmente injusto. De lo que sí estoy seguro es que Salinas propició una atmósfera de reprobación a su candidatura. Quien lo mató estaba consciente de ello y quizás representó un estímulo para ejecutar el asesinato, con la presunción, falsa o real, de que la muerte de Colosio provocaría la simpatía del presidente e, incluso, una investigación poco seria y formal.

Para concluir, creo que los testimonios de la profunda perversidad de Salinas al ejercer la presidencia de la República, sumados a su vacío y frialdad hacia Colosio en los últimos días de su campaña, es lo que ha llevado a la sociedad a sostener el tremendo e inapelable juicio: Salinas mandó matar a Colosio.

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