Falacias del mérito individual
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
PARA DESTACAR: Los argumentos de los neoliberales para justificar la premiación del mérito individual son tan burdos que ni siquiera habría necesidad de discutirlos; sin embargo, esa ideología genera catástrofes y logra engañar también a quienes presumen de “letrados”.
Una de las falacias del neoliberalismo, actual modelo económico, que rige buena parte del mundo es su idea del “mérito individual”, en la que insisten hasta el hartazgo quienes dicen querer elevar la calidad educativa en México.
Ya desde la Alianza por la Calidad de la Educación (ACE), firmada por Felipe Calderón y Elba Esther Gordillo, se había colocado esa idea en el centro del nuevo modelo educativo.
Los argumentos de los neoliberales para justificar la premiación del mérito individual son tan burdos que ni siquiera habría necesidad de discutirlos; sin embargo, esa ideología genera catástrofes y logra engañar también a quienes presumen de “letrados”, como sucede con quienes legalizan las reformas neoliberales o niegan el amparo a los que intentan protegerse de ellas.
No hablo aquí de aquellos perversos que saben muy bien lo que hacen y a quienes poco les importa lo que pase con la educación pública, pues lo único que los mueve es obtener ganancias, pase lo que pase.
Según los neoliberales, “las instituciones públicas están imposibilitadas para dar servicios de calidad, pues como sus trabajadores tienen un empleo seguro y salario regular, no requieren esforzarse”. Esta forma de razonar es tan simplona, como la de quienes aseguran que los pobres son pobres, por perezosos. (¿Y los campesinos, y los mineros y los peones y las empleadas domésticas y los esclavos…?).
Lo que no ven estos señores es que los seres humanos son necesariamente sociales y que nadie, en absoluto, logra desarrollarse por su solo esfuerzo personal. Esas películas motivacionales cuyo personaje principal es un grave discapacitado, que logra triunfar a pesar de todo, minimizan el soporte familiar y social que recibe.
El mito de Tarzán oculta el conocimiento científico de lo que sucede con esos “niños ferales” que logran sobrevivir sin otros humanos. Robinson Crusoe ese náufrago, “individuo superior”, está soportado por toda la cultura Occidental, que mamó desde la cuna. Rico Mac Pato, el avaro personaje de Walt Disney, “tan meritorio” que se hizo multimillonario a partir de un solo centavo, es una farsa que oculta todo ese aparato de violencia y corrupción que sostiene a los más poderosos del mundo y de México.
Ellos no llegaron a la cumbre por su solo mérito individual. Llegaron ahí por muchas otras razones: por la herencia que recibieron de sus padres; por las relaciones sociales que establecieron, a través de los colegios “de renombre” en donde fueron inscritos; porque en algún eslabón de la cadena “legal” que siguieron, existe la corrupción y el trabajo esclavo; por la evasión de impuestos de las grandes empresas donde hicieron su carrera; por los contubernios de la llamada “puerta giratoria”, que permite el paso de los miembros de las clases altas a los puestos gubernamentales (y con ellos al tesoro público) y viceversa; por las prebendas que obtienen los partidos políticos y quienes hacen carrera en ellos, y por muchas razones más.
Eugenio Albrecht, periodista argentino sintetiza esto en una frase: “La idea de la meritocracia es sin duda un buen negocio para los vendedores de ilusiones y para quienes, desde su postura de poder, nos quieren hacer creer la gran mentira de que todos tenemos las mismas posibilidades”. ¿Cómo medir el “mérito individual”, cuando existen tan graves desigualdades sociales?
Una maestra abrumada por la terrible presión externa de “ser excelente”, explicaba dolida “su fracaso”: “Es que la materia prima -los alumnos- que recibimos es muy defectuosa, por eso nuestros productos son de mala calidad” (¡!). Pero la formación de seres humanos es una tarea que nada tiene que ver con la construcción de muebles o automóviles.
La educación popular que genera el amor por la profesión, por los pequeños, por el terruño, y que implica un generoso compromiso humano, se vuelve “obsoleto”, cuando se impone esa “moderna” carrera por la zanahoria, que sólo alcanzará el “más meritorio”.
Trasladar las ideas mercantiles de la competencia y del mérito individual, que premia a “los destacados” y excluye a los “no idóneos” es cosificar a las personas, colocando en las escuelas un germen destructor del principio comunitario.
Esos empresarios que se amparan contra los maestros y pueblos disidentes, por las pérdidas que sufren, debido a sus protestas, no ven que lo que ellos buscan es frenar un modelo económico que nos está llevando a TODOS a la ruina, incluso a los mismos empresarios.
Los educadores saben algo que ellos ignoran: “Nadie educa (salva) a nadie y nadie se educa (se salva) a sí mismo, nos educamos (salvamos) en comunidad” (Paulo Freire).