Frente al sinsentido y al miedo neoliberales, las muchas búsquedas
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
PARA DESTACAR: En tiempos neoliberales la patria se diluye, se mercantiliza y el enemigo se vuelve difuso: se disuelve en el aire y penetra todo lo que no sea YO. En el neoliberalismo el miedo facilita el control social, porque la población se fragmenta y cada uno desconfía de todos los demás.
Buena parte de la población considera que el problema más grave que tenemos los mexicanos es la corrupción. A mí me parece sin embargo que hay otro peor: el sinsentido con miedo.
El miedo, ese dispositivo que la Madre Naturaleza dio a los humanos como instancia para preservarse como especie, adquiere diversas formas en cada contexto histórico. En tiempos del romanticismo muchos vencieron el miedo y estuvieron dispuestos a dar la vida por eso que llamamos patria, y se volvieron “héroes”. Entonces, el enemigo estaba bien identificado. Hoy, en tiempos neoliberales, la patria se diluye y se mercantiliza y el enemigo se vuelve difuso: se disuelve en el aire y penetra todo lo que no sea YO.
Más que en otra época, en el neoliberalismo el miedo facilita el control social, porque la población se fragmenta y cada uno desconfía de todos los demás.
La periodista Naomi Klein, en “La doctrina del shock”, señaló que infundir miedo en la gente facilita al Estado realizar recortes o privatizaciones sin tener gran resistencia. Por su parte, el politólogo Manuel Monerero señala que el neoliberalismo “genera inseguridad social e individuos solitarios, desarraigados; preparados para hacer lo que se les ordene; dispuestos a vender su fuerza de trabajo a cualquier precio y a buscar salidas individuales a los problemas colectivos. Vivir, por tanto, se convierte en una guerra en la que se salva únicamente el más fuerte” (citado por Enric Llopis en ‘Rebelión’).
En esa guerra de todos contra todos reina el miedo a perder el empleo o el confort que ha brindado la injusta desigualdad social; miedo-repudio a quienes protestan; miedo a ser agredidos por los “diferentes” (“terroristas”, “disidentes”, diferentes…); terror al contagio “depravador”, de esas familias que no están formadas por “un papá, una mamá y unos hijitos”.
Miedo a los pobres, como a las aves de rapiña; miedo a ser “perdedores” y contradictoriamente también, miedo al esfuerzo; un miedo que genera arrogantes, inseguros y bravucones (y también tramposos, que es lo mismo que corruptos).
Con las elecciones en E.E.U.U., el difuso enemigo se materializa de pronto en el fantoche Trump. Ya no se ve la violencia en casa; ahora él es el enemigo. Nuestro presidente, “en defensa de los mexicanos”, emprende una absurda maniobra, que su pueblo “no comprende”. Hay que decirle que desde niños, los mexicanos aprendimos que: “y si osara un extraño enemigo, profanar con su planta tu suelo…”.
Antes de Trump, sin embargo, el difuso enemigo ya había invadido nuestra nación disfrazado de “progreso”: de mineras, de bancos, de ‘mass media’ y emporios comerciales. Pocos lo reconocieron, pues ese extraño se cuidó de privatizar y enajenar primero las conciencias, y de volver natural y legal el despojo.
Mientras todos esos miedos se desatan en nuestro país, invitando a cada quien a encerrarse en su casa, otros salen a las calles para encontrarse con los demás, para compartir sueños y experiencias sobre otros mundos posibles y para construir nuevos caminos.
Con Jorge Mansilla, periodista, poeta, escritor y exembajador de Bolivia, reconocimos en Querétaro al Buen Vivir de las culturas originarias del Sur. Por el Buen Vivir, antítesis del neoliberalismo, interesan más las personas, no las cosas, ni los discursos de calidad o de eficiencia ni los valores abstractos.
Con él, en el alma colectiva, las comunidades se ocupan de que todos estén bien; disfrutan el mutuo encuentro y aprenden a respirar bien, a comer bien, a caminar bien, a pensar bien, a trabajar bien, a convivir, a cantar, a danzar y a soñar bien y a ser bien.
Luego, con el “Hay Festival”, Querétaro se vistió de arcoíris de pluriculturalidad alternativa, de arte, de literatura, de música y de danza; de periodismo, filosofía y reflexiones colectivas; de invitaciones a perder el miedo, a atreverse a pensar y a ser diferentes y libres.
Poco después, con el conversatorio de la Constituyente Ciudadana Popular, se abrió un espacio colectivo de rico intercambio sobre lo que sucede en nuestro país y lo que nos sucede en él a las personas; sobre las muchas búsquedas de otras formas posibles de convivir y organizarnos, menos injustas y más saludables; otras formas más democráticas de tomar decisiones sobre lo que nos atañe a todos.
En todas esas búsquedas se hacen visibles muchos caminos de esperanza. No importa que el proyecto neoliberal de muerte se haya enseñoreado en nuestro mundo.
Del miedo, el pueblo está dando un paso certero hacia la indignación y de ella y del rechazo a la muerte, brotan por doquier otros mundos germinales.