Opinión

Futbol y masculinidad

Por: Jacobo Pichardo Otero

Uno de los primeros regalos que recibí fue un balón de futbol; los “Reyes Magos” no se cansaron de traerme balones y cuando salí de la primaria, me regalaron uno más. Mi hermana nunca tuvo nada qué patear, ella tenía muñecas.

En la primaria, los niños jugábamos la reta, el golpone y al frutsigol; las niñas nos veían jugar. Muchas veces las mujeres llegaban primero a la cancha, pero las maestras y maestros corrían a sacarlas: “niñas, sálganse de la cancha, los niños les van a pegar”, y allá iban ellas a sentarse y a conformarse con gritar porras.

El mensaje se convirtió en aprendizaje: el futbol es para los hombres.

Y es claro, el futbol es una de las más grandes representaciones de masculinidad tradicional. Esa masculinidad basada en la fuerza, la rudeza y la violencia, y en donde está prohibido mostrar debilidad y tristeza.

Quién no cumple con los requisitos del hombre tradicional, no lo es, entonces; es poco hombre.

Ni ante el dolor, el hombre de futbol se puede lamentar y si lo hace, su hombría se pone en tela de juicio. Un amigo me dice mientras miramos las repeticiones de la fractura que sufrió Luis Montes en el partido de México contra Ecuador: “mira cómo grita el pinche puto”.

El futbol se vuelve, entonces, un espacio de socialización más, donde los hombres desde pequeños van conformando su identidad masculina y reforzando el primer gran aprendizaje del machismo: “los niños no lloran”.

Si se cae, “levántese, no chille”. Que le pegaron un balonazo en la jeta, “aguántese como los hombres”.

Dice Miguel Herrera, director técnico de la Selección mexicana: “el futbol es de huevos”. Y ahí, en los testículos de sus jugadores, deposita las esperanzas de la nación futbolera. La fuerza del futbol no está entonces en las patas ni en la cabeza; un jugador que muestra falta de determinación en un partido es un jugador al que le “faltan huevos”.

Los medios de comunicación refuerzan esta idea. Christian Martinoli grita: “¡levántese que esto es de hombres!” y uno mira la pantalla y piensa: esa patada debió doler muchísimo. El Doctor García remata: “algunos no entienden que esto es un deporte viril”.

Luego los patrocinadores. Gillette nos dice que Rafa Márquez es el hombre de acero. Las cerveceras legitiman la violencia hacia las mujeres con tal de que el hombre perezoso que ve un partido tenga en la mano (sin ningún esfuerzo) una cervecita.

El futbol, al igual que la masculinidad, va siempre unido a determinadas cualidades, sobre todo asociadas a la fuerza, la violencia y a la idea de que es necesario estar probando y probándose continuamente que se es hombre.

Tanto en el futbol de llano como en el profesional hay tres reglas que todo macho debe cumplir.

La primera: “nada de mariconadas”.

No se puede hacer nada que sugiera la feminidad. La masculinidad futbolera es el repudio a lo femenino. Los jugadores que cuidan en exceso su imagen son catalogados de femeninos. Los insultos contra Cristiano Ronaldo en los estadios lo demuestran.

La segunda: “Se duro como un roble”.

Lo que define a un hombre es ser confiable en momentos de crisis, parecer un objeto inanimado, una roca, algo perfectamente estable que jamás demuestre sus sentimientos. Es común, todavía, escuchar a algunos comentaristas exaltar las cualidades masculinas del Cholo Simeone; cualidades que lo llevaron de ser el capitán argentino “más viril” al técnico que soportó la derrota frente al Real Madrid “como un verdadero hombre”. Por el contrario, otros se quejan de quienes no cumplen esta regla; por ejemplo, la estrella de Brasil, Neymar. “Es flaquito”, “frágil”, “de porcelana”, “se queja mucho”.

La tercera regla: “Chíngatelos”.

Toma riesgos, vive al borde del abismo, haz lo que tengas que hacer para conseguir lo que quieres. Quien no lo hace, no cumple con la máxima del Piojo Herrera, es decir, no tiene huevos. Perder en el deporte de las patadas equivale a perder masculinidad, equivale al chistecito misógino de la primaria: “vieja el último”.

Luego entonces, el futbol convertido en un espacio de privilegio para la reafirmación masculina tradicional y heterosexual.

Sin embargo, todo lo arriba descrito es sólo una cara de la moneda, la que la cultura machista hace visible. Es necesario señalar que el futbol es también un espacio donde los hombres se relacionan de otras formas en una cancha. El diálogo, el liderazgo democrático, el compañerismo, la solidaridad, los besos y abrazos en los festejos de gol, las agarradas de nalgas, los roces constantes, los apapachos y el llanto en las derrotas son también una constante en el juego.

Los hombres que juegan al futbol no son de acero, son hombres de carne y hueso capaces de sentir dolor, tristeza y alegría; hombres capaces de mostrar sus emociones y aceptar sus debilidades.

Los aficionados no somos los simios que pretende Tecate. No vivimos de alcohol ni de futbol. Somos hombres capaces también de mostrar amor y afecto, hombres preocupados por el autocuidado y la salud, hombres que colaboramos en las actividades domésticas, hombres que privilegiamos el diálogo por encima de la violencia.

No hay una forma de ser hombre ni una sola forma de ver el futbol. No hay una masculinidad, hay masculinidades, muchas formas de ser hombre.

Esperemos que Brasil 2014 sea un mundial donde predominen los hombres -jugadores y aficionados- con alegría y amor por encima de los violentos.

 

Aboguemos también por un futbol abierto a las múltiples expresiones y por una difusión importante del futbol femenil.

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