Humo blanco: La reforma en telecomunicaciones
Amplia gama de grises
Por: José Luis Álvarez Hidalgo
Siempre me ha parecido que un festejo grandilocuente y anticipado sobre una victoria aún no lograda, no sólo es un acto de soberbia y de mal gusto, sino muy peligroso en términos de su viabilidad y sus muy probables frustrantes resultados; recordemos el viejo dicho “del plato a la boca se cae la sopa”. Es por ello que me causa suma desconfianza la excesiva alharaca que se ha hecho en torno a la inminente reforma en materia de telecomunicaciones. Es la misma tónica, ritmos y formas de las dos reformas anteriores: la educativa y laboral. Se trata de golpes mediáticos muy eficaces que atolondran al más pintado al generar un caos informacional que no sirve de mucho para comprender los verdaderos alcances de la reforma.
Me causa sorpresa que hasta las voces más críticas se hayan unido al gran corifeo de la aprobación unánime y, aunque matizan algunos preceptos de la reforma, la llegan a adjetivar de “histórica” y otros epítetos desmesurados, en vez de optar por la cautela y el escepticismo propios de un opositor al régimen. Me quedo con la frase de Lorenzo Meyer quien al responder a una pregunta de Aristegui, se limitó a decir “Yo, como Santo Tomás: hasta no ver, no creer”.
Incluso, la propia Aleida Calleja, dirigente de la Asociación Mexicana del Derecho a la Información (Amedi), la califica de histórica y de que representa un gran avance en la materia en nuestro país. Claro que le hace observaciones pertinentes respecto a sus carencias como el hecho de que el tema del derecho a la información y a la libertad de expresión no está plenamente resuelto en la reforma, pero la acepta casi en forma integral.
Lo mismo hace otro de los grandes críticos y estudiosos del tema como lo es el senador panista Javier Corral, quien también la acepta de muy buen agrado, aunque puntualiza dos o tres postulados que ameritan una revisión más profunda o su plena inclusión, como lo son los derechos de las audiencias, obviado por completo en la reforma. El colmo es la posición expresada por el coordinador de la bancada perredista en la Cámara de Diputados, Silvano Aureoles, quien manifiesta su beneplácito por el hecho de la reforma, recoge las demandas históricas de la izquierda mexicana en ese campo y ahora las hace suyas Peña Nieto y toda la clase política del país.
No me gusta hacer de aguafiestas, pero esta vez me niego a unirme a la aprobación unánime de una iniciativa que nunca fue canalizada para su análisis y revisión a las comisiones respectivas; nunca se convocó a la ciudadanía a foros o debates públicos; va directo al pleno de la Cámara, donde dudo mucho que se dé un debate crítico y de altura sobre los contenidos de la reforma y más se perfila un desfile de aduladores que le van a colgar una medallita más a Enrique Peña Nieto por su empeñosa tarea de cocinar reformas al vapor y aprobarlas fast track, en un intento desesperado por legitimar su cuestionada ascensión al poder, sombreada por el fraude y los contubernios en lo oscurito con los poderes fácticos.
Nada mejor que acciones de gobierno y legislativas contundentes que simulen avances y progreso en todos los rubros y en los temas prioritarios de la nación. Aunque no comulgo con la idea de que el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) se convierta en un partido político y le haga el caldo gordo al régimen al integrarse de lleno a la oprobiosa estructura que le ha cometido un fraude tras otro, me pareció que su posición ante la reforma mencionada es una de las más críticas y agudas en el análisis de sus alcances.
En primer lugar señala que la licitación de dos nuevos canales de televisión está destinada a los grupos económicos que ya son monopolio en otros ámbitos de las telecomunicaciones, lo cual significa que la repartición del pastel se va a dar ente puro peso pesado y los grandes inversionistas.
Puntualiza también el hecho de que se abre la inversión extranjera en telecomunicaciones al cien por ciento, lo cual es “un gesto dramático de entreguismo y sienta un mal precedente para la reforma energética que se avecina”; asimismo enfatiza que la iniciativa ignora por completo a las radios comunitarias, indígenas y alternativas, a las universidades públicas y privadas y a las organizaciones de la sociedad civil. Me uno a su condena.
Lo más penoso del asunto es que en nada garantiza que vamos a tener una mejor televisión y radio con la reforma en ciernes. Si los grandes empresarios de medios se van a seguir sirviendo con la cuchara grande y ahora van a ser más, dudo mucho que les preocupe la calidad de los contenidos mediáticos y estarán empeñados en seguir atascándonos la mente con la tele-basura y la radio-basura acostumbrada. Ojalá y el Instituto Federal de Telecomunicaciones pueda ejercer una regulación muy severa al respecto y podamos ver eso reflejado en la pantalla. Como bien lo dijo Javier Corral, es necesario que esta reforma garantice la rectoría del Estado en esta materia.
No quiero ser aguafiestas (¡juro que no lo soy!), y como dice la canción de José José “pero lo dudo…”. Alabado sea Santo Tomás: hasta no ver, no creer.
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