Humo y pobreza: ¿dónde esta el desarrollo?
Por: Joaquín Antonio Quiroz Carranza
Recuerdo a Don Juan, metafórico ser de innumerables narraciones, hacer crujir la leña seca con su hacha, mientras en el horizonte, la brillante oscuridad del amanecer se posaba sobre el semidesierto Queretano haciendo vibrar la vida en su lucha incesante por existir, y a Doña Eufemia que cada mañana re-encendía su fogón desde el cual el humo salía a bocanadas atravesando el bajareque de su cocina, y con su aroma convocaba, a los espíritus que allí pasábamos la noche, a buscar una reconfortante y caliente taza de café.
¡Buenos días! Doña Eufemia –le decía, en ese entonces, mientras me frotaba los ojos y bostezaba-, ella respondía con su natural y silvestre sonrisa mientras me ofrecía un jarro rebosante de café de olla, endulzado, claro, con piloncillo y con ese toque mágico que da la canela. Yo le agradecía el gesto, y sorbía el aromático líquido que “devuelve el alma al cuerpo” como decía mi abuela, dejando escapar un “¡ahhhhhhh!” mientras el calor del café me reanimaba.
Ese noviembre está en mi memoria, mes de ánimas y de mi cumpleaños, y yo allí “en medio de la nada”, dirían los acostumbrados al alocado bullicio de las ciudades, que sienten vació ese entorno rural, donde la gente vive sin prisas y sin la voracidad monstruosa de la sociedad de consumo. En esos lugares, no hay tiempos cronometrados, la pauta lo dan los fenómenos naturales. Cada cambio del día o estación del año indica a los habitantes las tareas a realizar, no hacen falta horarios ni listas de verificación, cada uno sabe lo que tiene que hacer, pues las enseñanzas tradicionales se van adaptando a la realidad.
En mi memoria sigue vivo aquel horizonte iluminado y la forma en que, en mi ángulo visual, aparecía la maravillosa flora de las zonas áridas, principalmente cactus y agaves, esos seres que han despertado la curiosidad de poetas, escritores, cineastas y científicos; pero mis pensamientos pasaban de la reflexión sobre lo maravilloso de la vida rural, a la realidad, con el sempiterno, lastimoso y seco cof, cof, cof, era la tos de Doña Eufemia, esa que escuché desde la primera vez que vi, unas veces más intensa, otras menos, haciendo que su rostro reflejara el dolor que la aquejaba.
En promedio una mujer rural pasa entre 19 y 22 horas al interior de su vivienda y de éstas, entre 4 y 8 horas en la cocina, área que de forma recurrente esta saturada de humos provenientes de la combustión de leña del fogón abierto de tres piedras. Esas cifras me recuerdan las paredes de bajareque y el techo de lámina de la cocina de Doña Eufemia, parecida a las casi cinco millones de cocinas que en México están totalmente ennegrecidas por las volutas de humo, esas que, en la mente de los urbanos, convocan a la poesía y a la reflexión de la saludable vida del campo.
El humo derivado de la combustión de leña provoca múltiples enfermedades, principalmente en las mujeres y los niños; éste sector demográfico “fuma” el equivalente a veinte cajetillas de cigarros diariamente por su recurrente exposición a los humos que se acumulan en la cocina. Desde asma, tos crónica y en casos graves enfisema y cáncer.
Poco a poco el rostro de las bellas jóvenes del campo se va arrugando, lo mismo que sus pulmones y los ojos lagrimosos presentan glaucoma o cataratas, debido a la exposición cotidiana al aire de mala calidad en su vivienda, donde la concentración de partículas nocivas supera en diez veces el límite recomendado por la Organización Mundial de la Salud. Ésta es la realidad que aqueja a casi treinta millones de mexicanos en éste siglo XXI, centuria que, decían los agoreros del futuro, sería de soluciones tecnológicas maravillosas, de eliminación de la pobreza y otros engaños recurrentes de las campañas políticas.
Organizaciones sociales e instituciones académicas, se han dado a la tarea de estudiar y diseñar implementos tecnológicos para solucionar el problema, como la estufa eficiente de leña, implemento tecnológico que no rompe con la tradicional forma de cocinar, pero elimina los humos de interiores, reduce el consumo de leña al 50%, hace más confortable la preparación de alimentos, evitando daños a la salud, ayudando a la economía familiar y contribuyendo a conservar el ambiente natural.
Las estufas eficientes, no poseen patente, son tecnologías del dominio público y su proceso constructivo puede ser aprendido y realizado por los pobladores de forma autogestiva o, si lo prefieren, con la ayuda de organizaciones no lucrativas y cuyos integrantes estén suficientemente capacitados. Los modelos de estufas existentes pueden ser adaptados a las condiciones y recursos locales, para también evitar la hegemonía lucrativa de grandes consorcios o falsas organizaciones sociales.
Recientemente visite a Don Juan, ésta sólo, Doña Eufemia murió hace poco tiempo, murió como muchas mujeres mexicanas: tosiendo y casi ciega por el glaucoma. Hoy las hijas de esta pareja campesina preparan sus alimentos en una estufa eficiente construida de forma autogestiva; una de las hijas, de nombre María, una replica de su madre, me pone un jarro de café entre la manos, con piloncillo y canela, endulzado con la misma sonrisa de Doña Eufemia.
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