Opinión

José María Pérez Gay (JMPG)

Punto y seguido

Por: Ricardo Rivón Lazcano

Para Luis Miguel Aguilar, JMPG era un gran escritor de cartas. Nos regala algunos fragmentos, escojo dos: “Leer hasta que las pestañas comiencen a sonar levemente” y “¿A dónde vamos, señor Malvoto?”, preguntó el finado. “A la chingada, mi amigo, a la chingada”.

Y eso creo, cuando uno muere simplemente se va a la chingada. El resto son cosas de los vivos y sus limitaciones.

El tuit de Rafael, hermano de JM, dice: “Mi hermano José María Pérez Gay murió a las 2:05 am de hoy domingo a los 70 años de edad.” Tiene fecha del 26 de mayo. La tiene porque ahí está, como piedra virtual.

Esa mañana envié mi propio tuit: “Aquí 40 artículos de José María Pérez Gay en Nexos (leer para homenajear) http://www.nexos.com.mx/”.

El más viejo de esos textos, fechado el 1° de agosto de 1978, se titula “Norbert Elías, una sociología en el exilio”. JMPG recupera y reflexiona con una impresionante claridad sobre una de las obras sociológicas más importantes de todos los tiempos. Una obra excluida de los programas universitarios por razones aún no discutidas. Un marco de referencia soslayado por los investigadores profesionales cuyo límite del mundo es el límite de la teoría que cómodamente ya manejan. Dice JM según Elías:

Las costumbres occidentales han sido una progresiva acumulación de precauciones, la construcción de una zona pacífica –en estricto sentido: civilizada– donde la violencia no haga de las suyas, y la inminencia de la amenaza aumente su distancia. Cambiar la espada por el temor, venido de fuera o de nosotros mismos, debió haber significado un largo avance, porque el tiempo amengua la violencia, y se llega a tener piedad del adversario. Limpia de sangre, del moho de las necesidades atávicas, la civilización occidental pospone el placer inmediato, comienza a imponer el reino de la necesidad, el trabajo necesario. Tendida hacia el porvenir porque creía no haber acumulado recuerdos, dominando primero la naturaleza y, luego, las pulsiones básicas, haciendo de la felicidad sin mérito el origen de sentimientos confusos,

Si el hambre y la sed mueren al punto en que se sacian, los honores del banquete y la victoria del buen gusto nos confieren la seguridad y la esperanza. El cálculo, no la moral, gobierna ese trayecto civilizatorio. El caballero atropella por vigor, no por maldad.

JMPG fue un sociólogo que supo de la esencia del ensayo. Se aventuró por en terreno de la transdisciplina, sabía que un solo enfoque sobre la realidad era un mucho de analfabetismo funcional.

En el ensayo “Historia del paraíso”, del 1° de diciembre de 2004, escribe:

Lawrence M. Krauss, astrofísico de la Universidad de Case Gestern Reserve de Cleveland, concluye a su modo la historia del cielo y el paraíso: “Un universo que se acelera sería el peor universo posible, tanto para la calidad como para la cantidad de vida. La energía oscura recién descubierta es responsable, más o menos, de dos tercios de la masa del universo. Como la fuerza repulsiva reside en el propio espacio, en la misma medida en que el universo se expande también se expande la presión de la energía oscura. Si la energía oscura es la constante cosmológica (de las ecuaciones de Einstein), entonces es una propiedad del vacío que siempre estará con nosotros”. Cualquier civilización que lograra sobrevivir a estos acontecimientos tendría que afrontar un futuro de creciente ignorancia y oscuridad, a medida que la expansión cósmica acelerada aleja a toda prisa la mayor parte del universo: su desaparición, afirma Krauss, sería un proceso gradual e irremediable.

Es decir, el universo mismo tiene por destino la chingada.

JMPG recordaba –en septiembre de 2009– los días que pasaba en México cuando aún vivía en Alemania y no existían los procesadores de palabras. Desempacaba su máquina Olympia de escribir, sacaba de múltiples bolsillos unos plumines alemanes con finísimas puntas de pico de mosquito, extraía de las maletas una biblioteca ambulante (Elias Canetti, Hans Magnus Enzensberger, Robert Musil, Hermann Broch y Karl Kraus), se armaba de dos resmas de papel bond gramaje 29 de 500 hojas cada una –que luego tendría que reponer, puesto que apenas le alcanzarían para un borrador de unas 25 cuartillas, y faltaba aún pasar el texto varias veces en limpio– y, ante los ojos alarmados de doña Alicia, su madre, y los ojos escépticos de don Pepe, su padre, ponía todo aquello sobre la versátil mesa del comedor.

rivonrl@gmail.com

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