Jugar y ver jugar futbol, ¿por qué? y ¿para qué?
Por: María del Carmen Vicencio Acevedo
metamorfosis-mepa@hotmail.com
A Emiliano, apasionado y campeón del fut (americano)
Para los amantes del futbol, las preguntas del título no tienen sentido; simplemente se apasionan con él y lo disfrutan o lo sufren. Quizá tampoco lo tengan para el resto de la gente. Además, el debate sobre este asunto genera posturas similares a las que se dan sobre las religiones, las corridas de toros o los partidos políticos: quienes discuten no están dispuestos a cambiar su perspectiva, por más argumentos que intercambien.
¿Para qué abordar, pues, el tema? Porque considero que brinda una buena oportunidad para repensarnos: ¿Qué nos pasa por dentro al practicar o al ser espectadores de este juego?, ¿qué le pasa al resto de la gente que se involucra o se mantiene al margen?
En cierto nivel de discusión (superficial), los defensores del soccer se sienten insultados cuando sus críticos (que prefieren el americano) lo llaman despectivamente “pambol”, como un juego callejero de “los nacos”. Así, cada debatiente sostiene que su versión de futbol es un arte muy difícil, que implica un gran dominio del cuerpo, de la mente y de las reglas del juego; de una gran comprensión del contexto y el movimiento; de valor, sagacidad, paciencia, disciplina, contención, buen trabajo de equipo… En fin, en fin. Se trata de un deporte altamente formativo.
Semejante discusión, sin embrago, no me interesa. ¡Qué bueno que chicos y grandes hagan deporte!, cualquiera que sea. ¡Qué bueno que se apasionen, lo disfruten y mejoren su salud física y mental con él!
Lo que me importa discutir aquí es cómo el futbol dejó de ser recreación o juego saludable (¿alguna vez lo fue?) para convertirse en negocio multimillonario a costa, no sólo de la afición, sino del pueblo; para volverse –además- pretexto de los “ultras” para el desenfreno y la violencia. Importa discutir también sobre su acción, como aparato ideológico del Estado y, en especial, sobre su contribución al aumento despiadado de las desigualdades sociales.
Según Louis Althusser, un aparato ideológico del Estado es una institución dirigida a mantener el control de la sociedad de un modo “suave”, no represivo (como sería la fuerza policiaca o militar). El meollo de estos aparatos es que dopan, enervan o castran espiritualmente a la población, divirtiéndola, distrayéndola, consolándola, tranquilizándola, inmovilizándola…
A través del negocio futbolístico, la población suele evadirse, experimentar catarsis y perder capacidad de reconocer lo que sucede en el mundo, así como de plantearse preguntas sobre sus causas y sus consecuencias (por ejemplo, de las múltiples reformas estructurales que acaba de sufrir y sigue sufriendo nuestra Constitución Política).
Con grandes masas de gente aquietada, el Gran Poder (integrado en los hechos por gente concreta, con nombres y apellidos) hace lo que se le antoja, guiado por su egoísmo, sin pensar en los efectos ni considerar las advertencias de los científicos, naturales y sociales, sobre el peligro de extinción de la especie humana, por sus excesos y descuidos.
Hay una crítica al futbol (soccer), como ideología, que me encanta. Aparece en la genial película de 1975 “Un hombre llamado Viernes” (basada en la novela “Robinson Crusoe”, de Daniel Defoe), dirigida por Jack Gold, con Peter O’Tool y Richard Roundtree.
Como sabemos, Robinson, joven inglés soberbio y autosuficiente, naufragó y quedó “solo” en una isla de los mares del Sur con un nativo dócil, a quien llamó “Viernes” y pretendió civilizar, induciéndole los valores de su cultura blanca, inglesa, “superior” y creyéndose con derecho a colonizarlo (esclavizarlo) por ser “salvaje”.
La versión de Jack Gold invierte los papeles, narrando esa historia desde los ojos de “Viernes”: El inglés se muestra, entonces, como un hombre solitario, rígido, vulnerable y neurótico, mientras que el nativo es fuerte, sano, inteligente y alegre; bien integrado en su medio.
Esta película mordaz pone en jaque todos los valores de la sociedad Occidental, a través de los inocentes comentarios y preguntas del “primitivo” al autonombrado “Máster”.
En su intento por civilizar a “Viernes”, Robinson le enseña a jugar el deporte inglés por excelencia (el soccer), pero las preguntas del desconcertado aborigen, tratando de comprender su sentido, terminan por desquiciar al maestro: ¿Por qué tenemos que vencer al otro?; ¿por qué, “Máster”, cuando pierdes, te pones furioso; no estás disfrutando jugar conmigo?; ¿porqué no respetas las reglas que tú mismo pusiste?; ¿por qué tanto empeño en conseguir un trofeo?, y eso, ¿a quién beneficia?
La lógica dominante nos impide plantearnos preguntas similares sobre el sentido de lo que vivimos o hacemos; simplemente nos arrastra, somete y deshumaniza.
Así, quienes organizan mundiales de futbol, y quienes con autoridad pública los permiten en sus países, pretextando “derrama económica”, no logran ver a los muchos millones que están siendo excluidos del bienestar. Como Robinson, no logran comprender por qué esos “inferiores” de Brasil protestan contra el despilfarro que implica semejante justa, gritando: “¡No quiero Copa, quiero salud y educación!”.
Incomprensión similar mostró María Teresa de Austria (según Rousseau, no fue María Antonieta), con la chusma furiosa por la falta de trigo, cuando respondió, molesta: “Si no tienen pan, que coman pasteles”. Lo que siguió después, ya lo sabemos.
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