Opinión

Justicia

Punto y seguido

Por: Ricardo Rivón Lazcano

Existen tres tradiciones al definir la justicia, tres tradiciones con algunas variantes en la historia del pensamiento.

La primera nos dice que la justicia es la maximización del placer, de la felicidad o del bienestar colectivo, esto es, la conocida sentencia de la mayor felicidad para el mayor número de personas. Hablamos del utilitarismo del filósofo político inglés Jeremy Bentham y su continuador, John Stuart Mill.

La segunda tradición es la idea de que la justicia es el respeto irrestricto de los derechos individuales y, especialmente, la libertad de escoger por nosotros mismos cómo vivir. Encuentra en su expresión más poderosa en la filosofía de Emmanuel Kant, el filósofo alemán del siglo XVIII.

En la tercera tradición la idea de justicia tiene que ver con cultivar y promover la virtud cívica y el bien común. Esta forma de pensar la justicia es en cierto sentido la tradición filosófica occidental más antigua, ya que se remonta a la filosofía de Aristóteles en la antigua Atenas.

Las preguntas acerca de la justica, y de la filosofía en general, son cuestiones tan importantes que se requiere hoy en día de la concurrencia transdisciplinaria para ensayar mejores respuestas.

Intentar conectar las grandes ideas de la filosofía sobre la justicia, los derechos y el bien común con el mundo concreto en que vivimos es fundamental. Todos nosotros, como ciudadanos que viven en un entorno democrático, siempre que nos posicionamos o damos un argumento en la esfera pública, estamos, implícitamente al menos, apoyándonos en una o en otra de estas tradiciones de la justicia. Además tenemos la sensación de que el debate público no está funcionando todo lo bien que quisiéramos.

Parece haber un vacío en nuestra vida pública, si no cómo explicar por qué la frustración tan generalizada con la política, los partidos políticos y los políticos.

La razón de esta frustración tiene que ver con el hecho público de que nuestra vida pública se crea haciendo muy poco caso a las grandes preguntas, entre las que se incluyen las más importantes que tienen que ver con el significado y el propósito de nuestras vidas colectivas. Se les presta muy poca atención en los debates en y entre los partidos políticos, los gobiernos y los medios de comunicación.

La agenda pública y las discusiones sobre el bienestar colectivo han sido cooptadas por dos visiones, dos tipos de fe: las del mercado y el Estado como mecanismos únicos para lograr el bienestar. De ellos se habla en sentido triunfalista.

Incluso los partidos de izquierda solo exponen argumentos a favor de un Estado de Bienestar más generoso, que es otra forma de defender la “fe en el mercado”, ligeramente destinada del liberalismo puro; pero esos partidos no definieron una nueva filosofía pública, no articularon una nueva visión de gobierno, no trajeron a la vida pública debate alguno acerca de las cuestiones fundamentales de la ética, la justicia, de cómo llevar una buena vida.

¿Por qué no lo hicieron? En parte porque es arriesgado traer a la política interrogantes sobre la buena vida o la moralidad. En las sociedades modernas existe un gran desacuerdo en las cuestiones morales, en responder cuál es la mejor forma de vivir. Por eso hay una tendencia a discutir y desarrollar acciones políticas sin hacer referencia a las convicciones morales que nos hacen estar en desacuerdo.

Convicciones morales, por ejemplo, sobre el aborto, matrimonios de personas del mismo sexo, la eutanasia, las investigaciones con células madre, o con la distribución de los ingresos y la riqueza o el incremento de la desigualdad entre ricos y pobres.

Hay una tendencia a concebir el discurso político como si fuera neutro con respecto a conceptos como el de la vida buena, y así el resultado son políticas públicas vacías, de una frialdad tecnocrática que dan lugar a ciudadanos profundamente insatisfechos, molestos.

Falta en el discurso público un compromiso moral explícito con esas preguntas, un compromiso relacionado con maximizar la sociedad de bienestar, de honrar la libertad de elección, de razonar juntos los desacuerdos respecto a los bienes sociales, la ciudadanía, el respeto a las reglas del juego, la transparencia y la rendición de cuentas…

Así, naufragando de la fe en los mercados hacia la fe en el Estado, hemos dejado de lado la fe en nosotros mismos como seres capaces de discutir y definir otra forma de justicia.

No se trata de ver quién tiene la razón o quién no la tiene porque ese es un problema irresuelto, y tal vez irresoluble. El discurso moral razonado del bien común parece que solamente tiene un camino: la deliberación incluyente.

(A partir de una conferencia de Michael Sandel en la Fundación Juan March, de España)

rivonrl@gmail.com

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