Opinión

La Democracia Británica

Por: Augusto Luis Peón Solís

Hace  unos días presencié en CNN internacional uno de los debates que se han venido dando en el Reino Unido con motivo de las elecciones generales que se llevaron a cabo allí el pasado 7 de mayo. En el debate participaron los líderes de las principales fuerzas políticas que están en la contienda: el Partido Liberal Democrático, el Partido Laborista, el Partido Conservador, El Partido Nacional Escocés y el Partido Independiente del Reino Unido.

Lo que observé me dejó fascinado. El debate se dio en un auditorio circular, con público presente que participaba activamente y que proponía los temas más relevantes a discutir. Dichos temas se centraron en la economía, la migración y la pertinencia de que el Reino Unido formara parte de la Unión Europea. Los participantes estaban colocados en el centro del escenario y los acompañaba una gran moderadora, Cristiana Amanpour, al tiempo que otro moderador estaba entre el público asistente recogiendo los puntos de vista y dándolos a conocer a fin de que fueran retomados por dichos participantes. El tono del debate fue frontal, intenso, fluido y pletórico en datos, argumentos y propuestas. La envidia de cualquier democracia que en verdad se tome en serio.

Esta grata experiencia me llevó a reflexionar acerca de una cuestión fundamental: la del entorno que requiere una democracia para acceder a tales niveles de calidad, participación y civilidad. Mencionaré al respecto algunos aspectos que llamaron poderosamente mi atención durante los seis años que viví en Inglaterra.

Los ingleses conforman una sociedad eminentemente meritocrática en la que sus organizaciones e instituciones de toda índole se guían por el reclutamiento de los mejores para cada puesto y actividad a desempeñar. Para tal efecto, las reglas son claras y los sistemas de competencia generalmente aceptados, lo que deriva en la generación de confianza, certidumbre y un sentido de que los logros son producto del esfuerzo empeñado y de un sistema de valoración considerado como justo. Quienes en la política acceden a niveles superiores de decisión son vistos como merecedores de tal reconocimiento y no hay discusión sobre el asunto. En cualquier ámbito, la competencia es dura y quienes pretenden acceder a un puesto tienen que mostrar fehacientemente sus niveles de competencia, dentro de un entorno que permanente impulsa el talento, la creatividad y la innovación.

Otro aspecto crucial es la pasión de los ingleses por la libertad y que encuentra expresión en prácticamente todos los aspectos de la vida social y política. Desde lo que son las actividades y relaciones cotidianas hasta las ideas de grandes pensadores como Locke, Mill o Berlin, en el Reino Unido el individuo y sus derechos constituyen el elemento básico que da forma y sustancia a la vida democrática. La famosa expresión de John Locke  acerca de “si el tirano violenta tus derechos naturales como persona, tienes el derecho a la rebelión” está literalmente cincelada en el alma británica. En el mismo sentido, la prensa escrita inglesa cabalmente cumple con tres características cruciales que se traducen en el fortalecimiento de las libertades: informa, propicia el debate y constituye un formidable defensor de los intereses individuales y colectivos.

Un tercer factor es el enorme peso de las instituciones. Desde la policía hasta las universidades o el sistema nacional de salud, las estructuras organizacionales británicas hacen valer su autoridad a través de una normatividad consensuada que se ha traducido en un ejercicio del poder democrático caracterizado por la clara distinción entre los límites de lo que es correcto y lo que no lo es, lo cual repercute tanto en el desempeño de las instituciones como en el acercamiento permanente con la gente.  El resultado de esto es que los ciudadanos británicos se sienten muy orgullosos de su policía, de sus universidades y de su sistema de salud. Las sienten como parte de ellos; como parte del legado heredado por generaciones pasadas cuyos esfuerzos merecen ser honrados y respetados.

Ello conduce a un cuarto y fundamental elemento: la pasión por la tradición democrática. En contraste con otros países europeos, Inglaterra ha evolucionado sin grandes exabruptos en el contexto de un modelo de desarrollo político que siempre ha sido cercano a la ciudadanía. “Lo nuevo incorporado a los viejo y lo viejo a lo nuevo”, dentro de un entorno en el que, por ejemplo, el sistema de cortes no desapareció a diferencia de lo acontecido en Francia y España durante las reformas borbónicas (1750-1808). Ello le permitió al país preservar vínculos con el pueblo, poner límites al poder como complemento al equilibrio  entre el Parlamento y la Corona  y sentar las bases de una democracia que, aún en circunstancias difíciles, ha mostrado  solidez y durabilidad.

Finalmente, no puedo dejar de hacer referencia a la calidad y fortaleza del Parlamento británico que, por cierto, Max Weber destacó en sus clásicos Escritos Políticos. Al respecto, Weber admiró una cualidad distintiva que se mantiene intacta: el Parlamento como instancia suprema de reclutamiento y adiestramiento de grandes liderazgos; como institución forjadora de políticos de gran nivel, altamente responsables tanto ante el Parlamento mismo como frente a la opinión pública y la sociedad en general. En el pasado, como en el presente, tal papel ha sido medular y constituye un pilar indispensable del  legado democrático británico.

En este contexto, me quedan claro dos cosas. Una, que a pesar de la generalización muy difundida en la actualidad acerca de la crisis (para algunos prácticamente la etapa terminal) de la democracia, el régimen democrático británico sigue siendo vital y mantiene un gran potencial constructivo hacia futuro. La otra, que para que la democracia funcione bien requiere de un entorno social, cultural e institucional que la nutra. Necesita, como la experiencia británica lo sugiere, de una distribución social del poder capaz de poner límites a la elite política y de generar instituciones incluyentes.   A fin de cuentas, nada es gratuito y menos en el caso de la política democrática.

¿Tenemos algo de esto en México? Muy a mi pesar, creo que no. La ausencia de firmes asideros institucionales y la brutal irresponsabilidad de la clase política, entre otros elementos, degradan la democracia e impiden que el país prospere. Vaya contraste con la democracia británica.

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