La energética secundaria
Punto y seguido
Por: Ricardo Rivón Lazcano
Preocupante (palabra comodín progresista) si nuestra izquierda sigue atrapada en su falta de imaginación y creatividad.
Ya está la discusión, y seguirá la aprobación, de leyes secundarias en materia energética; es previsible que el gobierno de Peña Nieto y su correspondiente red de política pública empujen dicho trámite a la velocidad que imprimió en el momento constitucional.
Tan previsible como saber que nuestra izquierda “tomará las calles nuevamente” (pero inútilmente), hará escuchar el coro encendido de viejas consignas dizque actualizadas (apasionadamente), se investirá de la única moral trascendente (la del indefinible pueblo), despojará su cuerpo de atuendo para mostrar desnudez sufriente o lanzará manotazos con uñas-mandoble.
Lo peor previsible es que esa izquierda arremeterá violentamente contra sus iguales cuando estos iguales tengan el atrevimiento de decirle lo poco inteligente y nulo de tales acciones. Eso gusta a los verdaderos adversarios, lo promueven, lo auspician con recursos y con infiltrados.
Pero hay que decir izquierdas, en plural.
Rolando Cordera, Ciro Murayama, José Woldenberg, Raúl Trejo Delarbre, Julia Carabias, Pedro Salazar, Adolfo Sánchez Rebolledo, Luis Emilio Giménez Cacho, Mauricio Merino y otros cuarenta intelectuales, encabezados por Ricardo Becerra, presidente del Instituto de Estudios para la Transición Democrática, elaboraron un, desde mi punto de vista, muy inteligente documento denominado “PETRÓLEO Y ENERGÍA: LAS PREGUNTAS QUE EXIGEN RESPUESTAS EN LEYES SECUNDARIAS”.
Sin evadir las pruebas empíricas documentadas, es decir, evidencias científicas del estancamiento o declinación de las reservas petroleras, el declive de la industria petroquímica, el rezago de un abasto energético en concordancia con las necesidades de sustentabilidad de los ecosistemas del país, la dependencia externa del abasto de gasolina y gas, la ineficiencia en ciertas áreas y procesos del sector energético, así como la extrema dependencia de las finanzas públicas de la renta petrolera, situación que –opinan–, se volverá insostenible más temprano que tarde, se declaran convencidos de la necesidad de cambios en materia energética.
El tema es complejo, por tanto –dice el documento–, se requieren soluciones también complejas, diversas, secuenciales, sometidas necesariamente al ensayo y al error, y sometidas a una amplia deliberación pública y al más profundo escrutinio democrático.
Si lo primero requiere abrir la mente a la complejidad de lo real y su inherente incertidumbre, lo segundo exige despojarse del dogma ideológico cuando hablamos del militante común, o del delirio narcisista cuando hablamos de líderes. Requiere de eso para vislumbrar algo distinto y prometedor. Y si no, pues no.
Inteligentemente, los aludidos rechazan la tesis de que en materia energética sólo hay un camino. Ese método de construcción del discurso político, en el que incurrió deliberadamente el gobierno pero en el que también incurrieron sus adversarios más férreos, en el que los ciudadanos deben decantarse obligatoriamente entre dos opciones polares, A o B, blanco o negro, no contribuye a un acercamiento intelectual riguroso al intrincado tema de la energía en el siglo XXI.
La legislación secundaria en materia energética ha de abordarse a través de un proceso abierto y mesurado, de documentación, deliberación y votación… encabezado y concluido por el Congreso de la Unión, pero que debería ser incluyente y contemplar a especialistas de la academia, a agrupaciones civiles y a organizaciones de trabajadores, quienes, se quiera o no, son parte de una industria energética nacional que, con sus desafíos y deficiencias, también es nuestro principal activo en materia energética.
La calidad de las decisiones que se adoptan en una democracia está indefectiblemente vinculada con la calidad de la deliberación que las precede.
La calidad de la deliberación la ponen los deliberantes.
El “Sí a la reforma por todas sus bondades” es un ejercicio arrogante del poder político, sucedáneo de buena imitación, pero baja calidad plutocrática.
El “No a la reforma por todas sus maldades”, es un ejercicio arrogante de mesianismo y delirio, ya ni tan de buena imitación del Cristo redentor, y sí de bajísima calidad apocalíptica.
@rivonrl
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